GlitchApocalis
Cuando Bill llegó a Gravity Falls después de tanto tiempo —y de tantos intentos insistentes— estaba más que listo para desatar el caos. Sin embargo, en cuanto apareció, se quedó rígido en el aire.
El cielo estaba dividido en dos realidades superpuestas: abajo, el caótico y colorido Gravity Falls; arriba, la oscura y retorcida Gotham, un lugar sombrío donde dos figuras se enfrentaban como si el apocalipsis dependiera de ello. Una de ellas era un hombre de capa negra. La otra, un sujeto rechoncho, de cabello verde, cuya risa parecía romper la lógica misma del mundo.
“¡Nunca dejaré que llegues a ellos, Joker!”, exclamó el hombre del traje oscuro, forcejeando con su enemigo.
“¡JAJAJAJA! Tan ingenuo como siempre, Bati-tonto”, respondió Joker con una sonrisa torcida. “Tu cuerpo viejo no resistirá para siempre.”
“Resistirá lo que tenga que resistir,” gruñó Batman, clavando los pies en el suelo. “No dejaré que lastimes a mi familia.”
Mientras su batalla rugía entre las llamas de Gotham, otras figuras luchaban en las ruinas distorsionadas de Gravity Falls.
“Vaya, te estás acercando, Pines,” comentó una figura bajita de cabello blanco, con media sonrisa. “En lugar de huir… te aproximas a mí.”
“No puedo golpearte si no me acerco, Gideon,” respondió Dipper, con la determinación tallada en su rostro.
“Jiji… entonces acércate cuanto quieras.”
Justo cuando ambos estaban a punto de lanzarse uno contra el otro, dos sombras colosales se alzaron a sus espaldas: una amarilla, otra azulada.
¡BOOM!
Dos rayos estallaron en el cielo. En medio de la explosión, una figura pequeña envuelta en arcoíris, gatitos y estrellas se enfrentaba a otra, encerrada en una carcasa metálica adornada con engranajes y símbolos del tiempo.
“¡Basta! Estás violando las leyes de la continuidad temporal. Si sigues así, ese monstruo rosado logrará su objetivo,” gritó el Bebé del Tiempo, intentando razonar con su enemiga.
Pero antes de terminar la frase, un gato con ojos de arcoíris cayó del cielo como un meteorito y lo aplastó.
“No me importa si Giffany gana o no,” declaró la figura cubierta de caos. “Hago esto para que este verano nunca termine… no porque ella me lo haya pedido.”
“¡Insensata! Estás dejándola ganar por una estupidez,” rugió el Bebé del Tiempo desde debajo del gato. “¡Te arrepentirás de esto, Mabel!”
“No importa,” respondió ella, con los ojos brillando como estrellas. “¡No dejaré que este verano termine!”
Y con esas palabras, el mundo comenzó a resquebrajarse una vez más. Entre Gravity Falls y Gotham, surgió una tercera ciudad: una estructura irreal, como salida de una fantasía disparatada, una proyección directa del subconsciente de Mabel.
Mientras el universo se rompía como una vidriera delirante, Bill solo observaba.
Nada de esto tenía sentido.
De hecho, era incluso más absurdo que el mismísimo Raromagedón que él había planeado.
“Bastante loco, ¿verdad?” dijo entonces una voz cansada a su lado.
Bill giró. Una chica de apariencia anime observaba el caos con expresión complicada. No era claro si era humana, diosa o un glitch consciente… pero su mera presencia lo ponía nervioso. Más que el Ajolote.
El triángulo flotante la miró sin decir nada, sintiendo algo inusual: miedo.
“Lo peor,” murmuró ella mientras giraba la vista hacia el horizonte, “es que esto todavía puede ponerse más feo.”
Siguiendo su mirada, Bill encontró una nueva escena: un hombre con túnica negra y detalles rosados sostenía en alto una tablilla brillante. A su alrededor, una legión de caballeros y guerreros rosados —tan kawaii que resultaban ofensivos a la lógica— lo adoraban con fervor.
“¡Hermanos!”, exclamó el líder con voz exaltada. “Por la voluntad de la Gran Giffany, hoy comienza nuestra cruzada. ¡Hoy kawaiizaremos todo el omniverso!”
“¡Gloria a Giffany!”
“¡Gloria a Giffany!”
“¡Gloria a Giffany!”