Domando a la Reina de las Bestias
[COMPLETO - Ganador de Bronce $2,000 WSA 2021] Elreth es una Princesa en el mundo de Anima—donde los humanos pueden cambiar a la forma de sus ancestros animales. Como hija del Rey León, Elreth rompe una tradición milenaria cuando desafía a su padre por la dominancia—y gana. Pero como la primera Hembra Alfa dominante conocida, enfrenta un reinado solitario y peligroso.
Aaryn, el mejor amigo de Elreth, siempre ha amado secretamente su belleza y su fuerza. Pero como miembro de la tribu de lobos, e incapaz de cambiar de forma, no es visto como el Compañero adecuado para la primera Reina Dominante de Anima.
Cuando los acontecimientos obligan a Aaryn a admitir sus sentimientos, por primera vez, los ojos de Elreth se abren para ver a Aaryn no solo como un amigo, sino como un hombre—y su Compañero Verdadero. Pero Aaryn también tiene secretos. Secretos que abarcan décadas, que abren los ojos de Elreth a las amenazas contra su pueblo, y amenazan con derribar a la familia real y a los Anima en conjunto.
¿Puede el amor realmente conquistar todo? ¿Puede Elreth convencer a un pueblo lleno de prejuicios para que acepte a Aaryn como su compañero antes de que estos secretos amenacen no solo su reinado, sino su vida?
[Contenido Maduro: Sin violencia sexual]
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Entonces, mientras Aaryn miraba a Elreth, su olor cambió. Lo que solo la confundió más, hasta que algo destelló detrás de sus ojos. Algo que solo había visto en la cara de su padre cuando miraba a su madre.
Desesperación. Alegría. Hambre.
Pero eso era una locura. ¿Por qué—?
Y de repente, como un cachorro rodando por una colina herbosa para caer sobre sus pies, todo encajó en su lugar.
Todo.
Su boca se abrió. Parpadeó. Y parpadeó de nuevo. Y por primera vez en mucho tiempo, lo miró.
No a su confidente.
No a su aliado más cercano.
No al amigo que había estado presente en cada hito importante de su vida.
Miró a Aaryn. El hombre. El lobo.
Observó su cabello blanco plateado, que se esparcía sobre sus ojos azul hielo, fijos en ella, y creaba una barrera entre ellos. Miró la fuerza en su mandíbula, sombreada debido a la hora tardía. Dejó que su mirada se deslizara por los músculos de su cuello, sus anchos hombros y la amplia y suave extensión de su pecho que subía y bajaba rápidamente. Y se permitió recordar los músculos que definían su torso—ocultos por la camisa blanca que llevaba. Tragó saliva. Había visto cada centímetro de él en algún momento.
Bueno, casi.
Su boca se secó.