Al abrir los ojos nuevamente, supe que algo más había comentado.
Ya no sentía los "grilletes" en mis miembros. Era como si me hubieran puesto a prueba, con un propósito específico que me era desconocido.
No lamentaba que me hayan podido salvar, pero me ponía de perros no saber qué demonios estaba pasando y quién estaba detrás de todo esto.
Quería gritar, pero aún sentía dolor en la garganta y no lograba salir ni siquiera un chillido. Era como si el invierno me hubiera robado la voz para evitar tener que escuchar los lamentos de una moribunda.
Así pasaban mis días, aún no podía moverme. Me habían puesto otras cadenas diferentes, éstas te mandaban leves corrientes eléctricas si empezabas a moverte más de la cuenta.
Mi único escape era mi mente. Al parecer era lo único que no quisieron tocar y manipular a su antojo.
Empecé a sentir ardor, como si la bilis hubiera empezado a trabajar a la máxima potencia. Era una sensación conocida, y el dolor me seducía. Me excitaba. Me invadía una sensación de querer morir todo el tiempo.
Pero no iba a darle la satisfacción de ese ser que me estuviera haciendo daño. Me mordía la carne de mis mejillas y por las comisuras de la boca, salían los hilos de sangre roja como la carne cruda.
Vi una luz encenderse y escuché un click de una puerta abriéndose. La oscuridad volvió a cernirse sobre mí, despojándome de un momento de la realidad.