Cuando desperté, no estaba en la rama de un árbol; sino en una mullida y cómoda cama.
Instintivamente llevé mi mano hacia la mejilla herida para darme la sorpresa de que me habían puesto una venda y me la habían curado.
Mierda. Doblemente mierda. Golpee una parte de la cama con mi puño cerrado. Fue un descuido de mi parte no haberme dado cuenta de que alguien pudiera pasar por donde me encontraba y me sacará de ahí.
Escuché que la puerta se abría y automáticamente cerré los ojos, relajé mi respiración y fingí estar dormida.
-- Deberíamos llamar a un médico para que la revise-- dijo una voz femenina, intuí que ella fue quien me había curado.
-- No es posible ir al pueblo a buscarlo, sobre todo si la lluvia continúa de esta manera-- argumento esa voz masculina, que me resultaba familiar.
-- Esperemos que mejore un poco el clima y luego vamos a buscarlo-- dijo otra voz masculina y se refería al médico.
-- Pero, es normal que duerma tanto?-- pregunta la voz femenina, se la notaba realmente preocupada.
-- No lo sé-- afirmó uno de los dos hombres--. Lo único que propongo para hacerte sentir bien, Rowina, es que entre los tres nos turnemos para cuidarla-- propone.
Esperé pacientemente a que se fueran y pudiera lograr escapar.
Decidieron primero hacer algo de comer para que comprobaran si estaba despierta y comiera algo.
Apenas escuché el click, abrí los ojos y sacudí la cabeza. Salté de la cama y ví que tenía un camisón muy femenino, algo que no era de mi gusto.
Me lo saqué y lo dejé en el suelo. Me puse un pantalón y una remera negra, me puse un impermeable oscuro.
Abrí la ventana, saque la cabeza y ví que solo se trataba de una casa de dos pisos. Sonreí.
Saque mi cuerpo y con un leve balance logré impulsarme para caer en la planta baja, como si fuera un gato.
Caminé despacio para acomodar mi cuerpo y luego aumenté el ritmo.
Ya me había alejado lo suficiente cuando empezó a amanecer. Los primeros rayos del sol acariciaron una parte de mi rostro y pude sentir una agradable descarga de energía que recorrió rápidamente por mis venas.
Seguí caminando y me llevé la sorpresa de que había un hermoso puma.
Me miraba con sus ojos ámbar y sentí como él se conectaba conmigo. Era un abrazo cálido y refrescante a la vez.
Miré su elegante silueta y descubrí que en una de sus poderosas piernas, una mancha roja se había instalado.
La furia empezó a cegarme y los ojos se me contrajeron, como si realmente fuera un gato.
Saque de la mochila, un par de vendas y una pequeña botella de alcohol etílico.
Me acerqué cautelosamente y le mostré lo que iba a hacer. No me gruñó, pero tampoco me recibió con los brazos abiertos. Sólo se dignó a mirarme y hacerme una leve señal con su mullida cola.
Me arrodille y empecé a curarlo.
Sabía que él ahora no iba a sobrevivir por su cuenta. Me había decidido cuidarlo solamente hasta que su herida sanara.
Cuando termine de hacer eso. Fue cuando me di la media vuelta y tenía dos cañones de escopeta apuntándome.