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Chapter 2: Mi pequeña Lucile (2)

Lucile corrió hacia el pueblo con toda la fuerza que su pequeño cuerpo podía usar, sin mirar atrás ni una sola vez. Por eso no noto que Pitt y la amorfa figura no eran los únicos presentes. Solo podía pensar en el sonido a chasquidos de gritos sordos y los pesados pasos, como si arrastrara sus piernas.

Adentrado en la oscuridad, perdida entre las sombras mudas de los arboles, estaba la silueta de una mujer que había visto muchos años pasar y sin embargo aún conservaba algo de su belleza, la elegancia y arrogancia de mejores épocas pasadas.

Cuando Lucile se alejó varias decenas de metros de su casa la criatura dejo de perseguirla y el sonido de las pesadas botas chasqueando sus metálicas suelas contra la tierra también lo hizo. Era un sonido extrañamente similar al de las botas favoritas de su padre.

Era tarde de noche y naturalmente no había gente en la calle.

En algún momento, específicamente cuando la criatura dejo de perseguirla, el color del cielo había vuelto a la normalidad.

Lucile corrió gritando, pidiendo ayuda a la primera casa que vio. Golpeo la puerta frenéticamente hasta que un hombre de mediana edad salió y la agarró de sus delicados hombros.

–"¿¡Lucile que pasa!? ¿Dónde están tu mamá y tu papá?"

Las palabras no salían fácilmente de su boca. ¿Cómo podría describir lo que vio?, ¿Tenía algún sentido?, ¿Fue acaso todo una pesadilla?

¡NO!

¡Eso que la persiguió definitivamente era real!

Y Pitt... Pitt también era real.

Ordenó sus pensamientos como pudo en su histérico estado, comenzó a contarle al hombre sobre el aterrador monstruo que vio, repitió la palabra varias veces, y en momento en que iba a formular la horrorifica experiencia, fue la voz de alguien más la que entró a los oídos del hombre sujetándola, y a los suyos también.

–"Oh, Lucile... Has sido una dulce niña mala, mi Lucile."

En ese instante el hombre de rostro amable que encaraba a la pequeña, ese mismo rostro que conocía de años y que de vez en cuando le regalaba pan a escondidas, ese rostro empezó a retorcerse de dolor con tal intensidad que sus facciones quedarían de por vida atrofiadas.

–"Solo estábamos jugando y saliste de mi patio de juegos así nada más... Lucile."

Los ojos del hombre se abrieron de forma antinatural y por un momento la presión que ejerció sobre los hombros de la pequeña Lucile fue tal que posiblemente fracturó uno de sus hombros. Enseguida sus manos los soltaron y cayeron sin resistencia alguna.

Lucile quería llorar y gritar, pero por alguna razón no podía.

Los ojos del hombre que la miraba fijamente, entonces empezaron a girar.

Girar y girar, como un tornillo siendo desatornillado.

Estos se estiraron hacia afuera, dando vueltas, tirando de todo, la carne, tejidos y venas; todo lo que estaba sujeto a ellos.

Entonces, como si no fue suficiente el horror, su cabeza se derritió, en solo cuestión de segundos no había nada conectado al cuello.

Ni una sola, ninguna pizca de sangre salió del cuerpo del hombre.

–"¿Aún no has tenido tu menstruación, verdad Lucile?... Sería una pena mancharte ahora mismo. La sangre es importante, la próxima vez, cuando seas bautizada en sangre recuérdalo. Será pronto, mi pequeña."

Los largos ojos flotaban entre a la masa viscosa en el suelo, que antes era una cabeza, flotaron sobre uno de los hombros de Lucile y cayeron gentilmente en una arrugada mano a solo centímetros detrás de ella.

La mujer dueña de la mano vestía un lujoso y ornamentado vestido de una pieza negro. Era largo, tanto que no podían verse los pies descalzos de la mujer. Además de sus exquisitas y pomposas mangas largas, una capucha estaba remellada al vestido. Ancha y grande, casteaba una profunda oscuridad que impedía ver con claridad el rostro de la mujer. Solo se podía percibir que era una mujer bella, pero extremadamente vieja a la vez.

Examinó los ojos en su mano por un momento y luciendo complacida procedió a guardarlos en su vestido. Para el momento después lucir una expresión de alguien decepcionada cuando vio el cuerpo sin cabeza del hombre.

–"Es una lástima... Quería mantener a los machos adultos lo más intactos posibles para el momento de tu bautismo, Lucile, lo siento. Ahora ningún demonio va a querer poseer este cuerpo para tu bautizo." Dijo la mujer, entonces chasqueo sus dedos y Lucile pudo moverse de nuevo.

Involuntariamente volteo en la dirección de la macabra mujer, vio directamente en sus ojos y algo en ella se liberó.

–"Mi Lucile... Al igual que mi bastón, ahora eres indispensable para mí en todos los mundos."

Se trataba de un recuerdo.

–"Mi lámpara que me muestra el camino entra toda esta oscuridad."

No la había visto nunca, pero esa sensación al ser observada por esos ojos, no podría olvidarla nunca.

–"Ayudar es lo que harás, a recuperar mi bastón, para al fin escapar de este eterno peregrinar en la oscuridad... Mi. Querida. Lucile."

Fue algo que ocurrió hoy, o quizá ayer... Tal vez hace algún tiempo u hoy.

Lucile había salido a jugar al bosque cerca del pueblo, en secreto, como muchas otras veces. Su casa era la más cercana al bosque, por lo que le era fácil ir y venir a placer a pesar de que sus padres se lo prohibieron y a menudo era regañada cuando la atrapaban viniendo del bosque.

Había estado jugando con Pitt, por lo que no se dio cuenta de que estaba anocheciendo y de que había adentrado como nunca antes en el bosque, a una zona llena de finos y emancipados árboles.

De repente empezó a hacer frío, pero no era el mismo frío que hacia todas las noches, no, era un frío helado y violento, lleno de indiferencia hacía la vida. Las segregadas hojas que aún estaban húmedas por la lluvia de anoche caían de los árboles cubiertas de una delgada capa de hielo y en la distancia unos cuantos copos de nieve negra era distinguibles. Lo que causó mucha curiosidad a Lucile, que quería ir a ver que había más allá y porque solo nevaba de ese extraño color en esa zona.

Cuando se disponía a hacerlo, después de haber reunido el valor para aventurarse antes de finalizar de dar el primer paso un fuerte viento la empujó hacia adelante.

Todo cambio con ese diminuto paso de la pequeña. El bonito bosque ahora lucía siniestro y oscuro, el aire era pesado, y ya no daba la impresión de un lugar solitario y místico, en el que con algo suerte podrías ver una amigable hada, era todo lo contrario, daba la sensación de que tras adentrarse solo un poco más había algo esperando, expectante.

El perro de Lucile, Pitt, que hasta ahora estaba recostado sobre su barriga y temblando a los pies de su dueña alzó la cabeza y gruñó como nunca lo había hecho en toda su vida. Esto hizo a Lucile recobrar sus sentidos, pues nunca había visto a Pitt actuar de esa manera.

Temblando y al borde de llorar, volteo su cabeza hacia donde había venido en búsqueda de la salida del bosque. Pero lo que halló fue algo aún más extraño que la nieve negra. Un par de docenas de metros atrás, por donde había venido, no lograba distinguir nada en la distancia. Todo se veía difuminado y estrecho al punto en que no reconocía lo que veía.

El momento en que dudo en salir corriendo, la nieve negra que caía en la distancia en algún momento se acercó. Un único copo cayó en la punta de su rojiza nariz. En el instante que hizo contacto, ese extremo del bosque en el que se encontraba no era más uno solitario, sintió como decenas y decenas de presencias en el bosque; justo frente a ella, detrás, a los lados, en lo alto y bajo sus pies; estaban mirando con fervor hacia la misma dirección. Especialmente sintió una mirada, era como si esa mirada en particular, omnipresente, pues no venía de ningún lado en particular, de entre tantas nunca se apartaría de ella, nunca la perdería de vista.

Los ladridos de Pitt eran cada vez más desesperados y llenos de violencia, que cuando finalmente fueron escuchados por la pequeña niña, estos sonaron más como los de una bestia salvaje que los de su perro.

Con la correa aún entre sus manos de la niña, Pitt chillo un único, escalofriante y agudo alarido.

Lucile echó a correr por donde recordaba que estaba la salida, sin mirar a ninguna parte que no sea enfrente.

No sabía si era por el frío o Pitt mismo estaba poniendo resistencia, pero Pitt, quien dejo de ladrar hace unos momentos, se movía mucho más lento que ella hasta el punto que Lucile tenía que tirar con todas sus fuerzas para que Pitt le siga el ritmo.

Sujetó firme la correa y eso mismo hizo, sin voltear a mirar jalo hacía la difuminada distancia.

Lucile corrió hasta que se quedó sin aliento y siguió corriendo. Cuando volvió en si misma se encontraba en la puerta de su casa y el momento en que tocó la perilla de la avejentada puerta todo se tornó oscuro.

Cuando despertó se encontraba en el mismo cuarto de hace un momento, el de sus padres, completamente sola.

En el pueblo había una leyenda tan antigua que prácticamente nadie la recordaba, solo un par de vejestorios con un pie y medio en la tumba.

Se decía que el bosque era especial, pues en este, muchos años atrás era el hogar de hadas, que por algún motivo abandonaron el bosque.

Aquellos pueblerinos, cuando se pasaban con el ron, contaban a los niños con la mala intensión de asustarlos que todo espíritu o ser maligno que entraba quedarían atrapados y nunca podría encontrar la salida del bosque.

Tal vez eso hizo a las hadas migrar, decía el folklore, con tiempo quedaron ancladas tantas criaturas oscuras al bosque que terminaron ahuyentando a las hadas, convirtiéndose ellos en los amos y señores.

–"Mi pequeña lámpara, solo mía, a donde vayas abrirás un camino para mí."

Los gritos de Lucile alcanzaron al cielo mismo, pero nadie en el pueblo los escuchaba.

–"Está en la naturaleza de las brujas, buscar a una aprendiz adecuada."

Una cálida y al mismo tiempo siniestra sonrisa apareció en el rostro la mujer y sus amarillentos ojos brillaron como pequeñas lunas dentro de su capucha.

–"Como regalo por ser mi primera aprendiz te daré el bosque. Lucile, serás la reina del bosque y dominaras el resto de misterios atrapados conmigo allí dentro."

Mientras observaba las lunas orbitando junto otras figuras dentro de la capucha de la mujer dando vueltas y vueltas, sentía como algo muy importante era absorbido y siendo reemplazado, quedando grabado en su lugar para siempre, tomando la forma de runas perversas y de otros mundos. Los gritos inaudibles de Lucile en algún punto se convirtieron en la inocente risa de una pequeña niña de 12 años.

–"Y con el tiempo, cuando estés lista, emprenderemos un viaje en búsqueda de lo que es mío y tuyo por derecho. No decepciones a tu maestra y conviértete en poder... El poder para romper esa barrera y liberarme mi pequeña y que pueda habitar en tu sombra. Entonces serás la reina del bosque que en que tanto amas jugar."

Esa noche, en el pueblo más cercano, los que aún estaban despiertos a esa hora creyeron escuchar un pequeño susurro, casi como una advertencia.

Lo que escucharon fue la inmadura voz de una inocente niña que se perdió embarcada en el viento hacia la noche.


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