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Chapter 2: Capítulo 2

[Drox Bowers]

Jugando con su mente.

Frío...

Estremecedor y aterrorizante...

Eso es lo que puedo sentir mientras corro por las profundidades del bosque de Dunkeld siendo perseguido.

Parecen ser las cinco de una madrugada oscura, y los árboles desprenden una profunda niebla en la que cualquiera puede perderse; y a pesar de conocer ese bosque como la palma de mi mano sé que eso también me incluye a mí. Más aún cuando en este momento estoy siendo acorralado, no sé por quién o por qué, sin embargo; corro sin siquiera poder hablar, o pensar. Solo corriendo entre la oscuridad y la niebla.

Choco contra los árboles musgosos manchando mi camisa y resbalo por las colinas llenas de hojas, espinas y flores marchitas, ahuyentando con mi paso a los pájaros, que salen despavoridos de entre las copas de los árboles perdiéndose en el cielo gris.

Resbalo por un cerro y siento como mi espalda se rasga con el suelo y de repente al intentar levantarme, ya no pude, mi corazón late desenfrenado y comienzo a sentir aquella presencia, que me deja estático, una sombra negra con forma inidentificable sale de detrás de un gran bonsái en lo más profundo del bosque, donde ya nadie puede escucharme si grito.

Tiene un velo negro cubriendo todo su rostro y un mechón larguísimo de cabello color rojo que me resulta bastante familiar se escapa de su sombrero.

Ese profundo sentimiento de querer acercarme y apretarle el cuello hasta que ya no respirase más y le viese tomar su último aliento me invade; pero no puedo moverme más luego de caer al suelo, como si una fuerza superior ejerciera poder sobre mi cuerpo.

Un aroma putrefacto impregna el lugar y al mirar mis manos están llenas de sangre, como si yo hubiera encontrado un cuerpo o hubiera sido el autor de un crimen atroz.

Las observo con detenimiento, sin alarme alguno, me encanta el color de la sangre, pero odio que esté sobre mí.

A mi lado aparece su cuerpo sin movimiento, con sus ojos mirando hacia el oscuro cielo, hacia la nada, y de ellos comienzan a deslizarse dos lágrimas de color negro, seguidas por una fina línea oscura que también escapa de sus resecos labios, su propia sangre.

El ente desconocido comienza a deslizarse en mi dirección, estirando su mano para alcanzar mi rostro y así poder acariciarlo lentamente, o tal vez desintegrarlo.

Fue entonces cuando abrí los ojos sobresaltado en mi habitación, siendo iluminado por el característico cielo gris de Dunkeld que se veía a través de la ventana de cristal en mi fúnebre habitación, y fue gracias a eso que pude ver el sudor en mi camiseta negra.

Solté un bufido malhumorado sacándome las sábanas del cuerpo, color carmesí; como la sangre.

Es la décimo tercera vez que tengo una pesadilla sobre ella en este mes.

Y todas consisten en lo mismo, un espíritu pelirrojo vestido de negro me persigue en las profundidades del bosque de Dunkeld. Lo cual es una estupidez ya que solo el 13% de las mujeres que viven en Escocia son pelirrojas, pero específicamente en Dunkeld solo hay cinco.

Y puedo admitir sin pena que solo recuerdo el nombre de dos de ellas, y las dos son demasiado santurronas como para algo similar.

Me levanté sacándome la camiseta dejándola sobre la cama y salí de la habitación semidesnudo, para ir a darme una ducha.

Como todas las mañanas me encontré en el pasillo con Amabel Bowers, mi tía la religiosa, que iba vestida con un vestido negro hasta los tobillos y un moño perfectamente atado en lo bajo de su nuca, fomentando la perfección.

—¡Oh, santo cielos, Drox! —Se cubrió los ojos con sus manos al ver que solo llevaba puesto el bóxer de color negro.

Curiosamente reírme de aquello mejoró mi mañana.

Yo tengo un pequeño defecto, y es que aquellas cosas que sé hacen sentir incómodos a los demás, me divierten por mucho, y es por eso que siempre que tengo la oportunidad las hago; aparentando que no son intencionales.

Puedo fingir ser cualquier cosa que ellos quieran que yo sea sólo para complacerlos, pero eso sólo pasa cuando quiero obtener algún beneficio, después no me importa lo que piense un grupo de fanáticos religiosos.

Como aquello, que es como un pequeño ritual entre nosotros, yo salgo en bóxer por las mañanas, ella con prudencia chilla «Oh, santo cielos Drox» o, «Por Dios, Drox» y luego yo le digo algo como...

—Pensaba que estabas en la cocina, tía.

Sonreí con ambas cejas elevadas y ella me miró con fijeza apretando contra su pecho el paño blanco que llevaba en sus manos, estirando sus labios en una expresión severa tratando de no mirar mi cuerpo.

Es una mujer de avanzada edad, así que se ve bastante arrugada.

—¡Entra a ducharte y ya deja de andar desnudo por la casa! Son las siete de la mañana y ya tienes que andar por ahí exhibiéndote como si fueras un modelo de esas revistas pecaminosas.

Me reí.

—Ya dije que lo siento.

Amabel continuó con su camino dejándome solo en el pasillo y yo simplemente negué con la cabeza dirigiéndome hasta el baño.

En este pueblo tienen un gran problema, y es que no admiten que sienten curiosidad por el morbo.

Para ellos todo es indebido, todo es incorrecto, cuando la realidad es que todos morían por hacerlo, por intentar, por conocer, por desvivirse, por liberarse de esas cadenas que por años los han atado.

Pero esas cosas no pasan en Dunkeld, aquí todos fingen ser perfectos y no cometer errores.

Todo el tiempo.

Y yo soy algo así como el desterrado, la oveja negra, aquel con el que los padres les prohíben a sus hijos relacionarse por las malas influencias y a sus hijas enamorarse, por la misma razón supongo yo.

Cuando termino de ducharme vuelvo a mi habitación sólo con la toalla en mi cintura y me decepciono mucho al no encontrarme nuevamente con mi tía, sólo para ver cómo se irrita porque no cumpliera las reglas del pueblo al pie de la letra.

Como es de costumbre me coloco un sudador de color negro, un pantalón del mismo color y unos zapatos deportivos, que según los adultos en Dunkeld son una prueba de avaricia; pero desde mi punto de vista, unos simples zapatos.

—Ahí vas de nuevo con esa ropa —reprochó mi padre bajando el periódico con el que cubría su rostro al verme bajar las escaleras—. ¿Cuándo será que vas a comprender que los hombres de verdad se visten con camisa y pantalones finos?

Mi padre no es estricto, la palabra correcta para definirlo es aparente y silencioso, él al igual que todos en la sociedad.

—James, lo creas o no, la ropa que use no define mi hombría —miré de forma sugestiva en dirección a mis pantalones—. A menos que me veas utilizando un vestido, supongo que ahí sí deberías preocuparte.

—¡Drox! Elimina ese tipo de comentarios de tu vocabulario, eres escocés.

«Ah, el kilt...»

Jamás usaré esa cosa.

Además, también soy ruso, gracias a la pecadora de Isabel Zaitsev, mi madre, así que soy una mezcla de razas y costumbres.

Elevo una de mis cejas con incredulidad, es imposible que después de dieciocho años aún se sorprenda con estas estupideces.

—Sí, señor... ¿Dónde está Tavish?

Tavish Bowers es mi hermano mayor por dos años, probablemente la única persona del pueblo con la que continúo relacionándome, del sexo masculino al menos, y el chico codiciado por todas las adolescentes del pueblo.

Soy consciente de que con mi físico y un poco de intención puedo estar con cualquiera que quisisiera de ellas, pero como a mí no me interesa y no tengo bonita reputación, ellas solo me invitan a sus vidas con sus miradas. Anhelando un poco de diversión, para luego volver a fingir ser perfectas.

Pero Tavish; él es el chico con el que todas quieren estar, buena apariencia, excelente comportamiento y, por si fuera poco, estudiante de medicina.

—Duncan Caskey vino buscándolo hace un rato con dos muchachos más de la iglesia, dijeron que ellos planearían la fogata de esta noche.

—No lo sabía —susurré cogiendo una manzana verde del cesto de frutas en la mesa y comencé a salir de la cocina—. Iré con ellos.

—No te metas en problemas, Drox.

—Sabes que lo haré.

Eso es lo normal cada vez que yo salgo a algún lugar, no te metas en problemas Drox. Como si yo fuera el real problema de este pueblo.

Cuando todos ellos son el problema.

Miro con aburrimiento las casas lúgubres de Dunkeld, estoy tan aburrido de caminar por aquellas calles llenas de inútiles reglas, en donde las casas son todas idénticas, pintadas de blanco y gris, con pequeños jardines bien cuidados desviviéndose por alcanzar la normalidad y por aparentar la perfección, cuando los trastornados estaban dentro de todas y cada una de ellas.

Naturalmente yo no me dirigía con mi hermano Tavish y sus amigos, los perfectos, yo no encajo con ellos, jamás lo había hecho y soy consciente de que jamás lo haré.

Yo voy hacia el bosque, aquel lugar que me habían prohibido explorar desde que tengo conciencia, tanto como que no tomara alcohol, no maldijera o fumara, sin embargo, hago todo eso, y cosas aún peores de las que ellos no estaban y jamás estarían preparados para escuchar.

Voy allí casi a diario, intentando enfrentar eso que me atormenta y persigue cada noche, pero nunca lo encuentro, no puedo descifrar qué es, ni por qué lo hace, y eso me frustra tanto como el hecho de no sentirme en el lugar correcto.

Mientras camino pensando en eso, la veo.

Resplandeciendo sentada en la altura de su habitación blanca, mirando su reflejo en el espejo, mientras cepilla su larguísimo y ondulado cabello rojo, que la hace parecer una diosa del bosque, vestida completamente de blanco como acostumbra, como si vestir de aquel color la hiciera lucir más pura, santa y tentadora de lo que ya se ve.

Una princesa perseguida por la muerte.

Preciosa... Tan bonita como admirar la sangre caliente derramada sobre la nieve, o como el mismísimo color rojo intenso de sus cabellos que ondeaban con el viento.

Ella es arte, como una hermosa pintura renacentista, pero más siniestra.

Y mi parte favorita de toda ella es su mente, la manera tan sencilla e intensa en la que se puede jugar con ella, y doblegarla frente a mí, jugar con sus miedos, tan fresca y divertida, tan manipulable, tan manejable a mi antojo.

Ella es otro títere, uno más que utilizaría para beneficiarme y conseguir información, esa que solo ella puede ofrecerme.

Y si no lo hacía, entonces lo haría Brianna Allender, antes de morir.

Sé que puedo conseguir cualquier cosa que desee de ellas, pero primero, para obtener mi propósito debo llamar su atención, porque yo no la obligaría a darme información, yo la induciría a hacerlo con sutileza.

Quizás diciéndole que voy a matarla, o matándola para terminar con todo lo que está pasando.

Entonces me ve, y le dedico por algunos segundos una mirada, que por supuesto, ella corresponde.

Y sin hacerle ningún tipo de invitación me introduzco en el bosque, sabiendo incluso ahí, que la intensidad de nuestro contacto visual es suficiente para conseguir que me siga; porque así es ella.

Y eso es todo lo que necesito para descubrir si ella es la maldita pelirroja que me está atormentando cada noche, con pesadillas y sombras persiguiéndome donde quiera que voy, y que me hace pensar en cosas oscuras durante todo el día de forma tan repetitiva.

Me obligo a mí mismo a bloquear mis demonios, pero algo me dice que es Vlots.

Fingiendo ser tan pura como todos, cuando la realidad es que quiere explorar todo aquello de lo que por tantos años le han privado; no solo del mundo, sino también de su cuerpo.

Y yo estoy aquí para obligarla a romper las reglas.

Pero eso no es lo importante, si no descubrir por qué cada noche me sueño con esa muerte, y por qué estoy tan seguro de que está muy cerca.

Como si yo fuera el dueño de aquellas ideas.

Como si yo fuera la persona que ejecutaría el crimen esta noche.


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