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Chapter 3: Capítulo 3: Pasado y Presente 1/2

Los cotilleos en los pueblos pequeños tienen la habilidad de expandirse rápido.

"¿Te has enterado? Penélope se ha ido de casa."

"Ha dejado a sus hijos solos...Siempre me pareció tan extraña...Pobres niños."

"Al parecer el pequeño es uno de los verdes."

"Ese niño da miedo."

Tan rápido, que se olvidan de llevar con ellos el contexto, los detalles y la perspectiva.

La mañana que Penélope, rostro el cual él ya no recordaba, hizo las maletas y se fue, Jatty lloró hasta que se le irritaron los ojos.

—No te preocupes, Jatty, estamos aquí. Estamos todos juntos.

Su hermana mayor, Lizbeth, y su hermano mayor, Kailo, nunca culparon a Jatty cuando faltaba comida en la mesa, ni cuando debían trabajar 12 horas bajo el sol, ni tampoco cuando enfermaban por culpa del trabajo y la inanición. Liz y Kailo eran amables y, también, de los verdes como su hermano pequeño.

Los tres hermanos vivían en el campo con lo básico requerido: un techo, un suelo, un pequeño baño y una cocina. No necesitaban más, no tenían tiempo para andarse lamentando de cosas que no tenían y que no iban a conseguir.

—Vive orgulloso de todo lo que logres con tu esfuerzo, tanto de las pequeñas ganancias como de las grandes. Sobretodo, cuando son pequeñas porque te hará valorar hasta el último penique de las grandes—le había dicho Kailo un día. Jatty no lo entendía del todo, pero esa frase retumbaba en su cabeza a menudo.

El invierno empezaba y las ventanas de las cuatro paredes a las que llamaban casa no tenían vidrio. Jatty se encargaba de esa tarea, la de tapar los huecos con tablones de madera. Ese día estaba solo en casa.

—¿Qué estás haciendo?— Una voz cantarina y dos ojos saltones se asomaron por el cuadro de la ventana desde el exterior. Si hubiera sido la primera vez que pasaba, le hubiese tirado el martillo a la cabeza del susto, pero ya se había acostumbrado.

—¿Qué estás haciendo tú?—preguntó molesto—. Vete a tu casa.

—¡Qué cruel, Chatty!

—¡Jatty!–la corrigió—. Como el "ya" en "¡ya me tienes harto!"

La niña sonrió enseñando sus dientes, los que no se habían caído todavía, claro. Al parecer, se los golpeaba tanto que había perdido algunos antes de tiempo.

Se habían conocido un día que Jatty fue al bosque y ella estaba perdida; solo por llevarla de vuelta a la ciudad ella había decidido visitarlo a la mínima que tenía oportunidad como agradecimiento.

—He escuchado "chismes"—dijo marcando las comillas con sus cejas y exagerando las "s"—. "Chismes" sobre...—señaló la cara del chico—. ¡Eres una caja de sorpresas, Chat!

Rumores, rumores y más rumores. Nada le molestaba más que los estúpidos rumores.

—Sí, sí...Vete a tu casa—le respondió con desgana. No la entendía. No importaba cómo de mal la tratase, ella siempre volvía y ahora que había escuchado los rumores seguía tratando de hacerlo enfadar. <<¿A caso es tonta? ¿Y qué si soy un Verde? No veo el problema. ¿Gente nacida para acabar con la familia real? Já, seguro que sí. No vaya a ser que aparezca la princesa y la mate... Nunca le haría daño a nadie, ni siquiera a la estúpida que tengo delante, y aún así todo el mundo cree que sí...No le haré daño a nadie...No quiero...>>

Durante unos minutos los pensamientos de Jatty se fueron acumulando uno tras otro, hasta que se desbordadon. Estaba asustado. Estaba enfadado. No quería que nadie lo sacara de aquella casa donde estaban sus hermanos. Empezó a desajustar el ritmo de sus respiraciones, no sabía si estaba inhalando mucho o poco aire. El martillo se cayó al suelo dejando un boquete como prueba. Jatty se dejó caer al suelo, abrazando sus rodillas contra su pecho. Quería que su cerebro se pusiera en pausa por un momento. Dejar de pensar.

—¡Jatty!— Arne saltó dentro para ayudarlo—. ¿Estás bien?

—¡Vete de aquí!—le gritó él.

—¡Ojalá pudiera irme!—le gritó ella que, con su limitado conocimiento médico, estaba convencida de que le estaba dando un infarto—. ¡No te mueras, Chat!

—¡No me estoy muriendo, estúpida!

—¡No vendré más a verte! Tampoco te hablaré nunca más...aunque me guste hacerlo...¡Así que no te mueras, por favor!

—Que no me-...—la miró. Su cara estaba arrugada en una mueca horrenda por el esfuerzo de contener las lágrimas. Sus labios muy apretados para no dejar escapar un puchero.

Jatty suspiró, el ataque de pánico estaba llegando a su fin más rápido que de costumbre.

Arne se limpiaba los mocos con las mangas de la blusa que llevaba mientras sorbía el resto, arrodillada frente a él. Esa escena fue el principio de la debilidad de Jatty por Arne; aunque no sabía todavía que era la princesa heredera.

Jatty le tocó la cabeza suavemente.

—¿Ves? No me he muerto.

—No te has muerto.

—No.

—¿Puedo seguir viniendo?—preguntó después de haber jurado que dejaría de hacerlo si no moría.

—Puedes seguirme hasta el fin del mundo si quieres—le contestó sonriendo.

—¡Deja de seguirme!

No habían caminado más de veinte pasos, aún se veían las puertas del castillo, los de Alcora a caballo y Jatty a pie.

—¿Planeas caminar a través del bosque? Te va a llevar días...Además, estás herido. Permite a este caballero, amable y guapo, que te acompañe en este viaje—se apunto a sí mismo con sus pulgares, con una expresión orgullosa.

—No—le respondió el escudero, dejando las formalidades de lado—. Agradezco tu amabilidad, pero puedo ir solo.

Lope se inclinó hacia el príncipe y le susurró:

—Te lo dije...

Caudata la ignoró y se aprovechó de su status de príncipe.

—Es una orden.

—Pero, ¿qué dice?—su escudera dio la vuelta, avergonzada una vez más por las palabras de él, y mandó a los soldados abrir las puertas—Dudo mucho que después de eso vayamos con él siquiera a comprar el pan...

Los dos jóvenes se miraron, uno desde su caballo y el otro estirando su cuello. Ambos desafiantes.

—Con todo el debido respeto, le debo obedencia solo a la reina Arne.

Caudata apretó las riendas.

—Entonces, también le debes respeto a su futuro marido, ¿no?

—¡¿Pero qué le pasa por la cabeza a ese hombre?!—gritó Lope asustando a los soldados que acudían a abrir la puerta.

—Por supuesto—contestó Jatty sin entender lo que Caudata implicaba.

Caudata sonrió.

—¡Pues en marcha! Vamos a buscar a mi futura esposa.

—Qué.


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