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Chapter 2: Parte I

"Este lugar es bastante… peculiar", pensó Liebre, observando a su alrededor, ignorando la sangre que surcaba su propio rostro. Se hallaba en una habitación enorme, de forma tridecagonal. Llegar hasta allí arriba había sido complicado, es verdad, pero su entrada cinematográfica había valido el esfuerzo. Las expresiones en los rostros de las otras diez personas en la estancia no tenían precio.

No había subido hasta allí utilizando las escaleras, y tampoco había utilizado el ascensor. Decidió utilizar su propio método para ascender hasta el centésimo cuadragésimo cuarto piso de aquella innecesariamente alta torre.

Pero, ¿cómo subir hasta allí para hacer su entrada cinematográfica? Es más, ¿por qué siquiera molestarse en hacer una entrada espectacular? No era la protagonista de su propia vida, ni siquiera era una Guerrera dedicada, o una veterana sobreviviente a cientos de batallas.

Solo era una chica de dieciséis años que, nacida en el Año de la Liebre del zodíaco chino, había sido convocada allí mediante una carta.

Personalmente, ni siquiera ella misma sabía por qué había querido hacer una entrada protagónica. No quería impresionar a nadie, y sabía que no iba a ser grabada por nada más allá que las retinas de los presentes.

Y sin embargo lo había hecho. Escalar el edificio desde afuera, simplemente porque podía hacerlo. Ni la oscuridad de la noche o la tormenta que arreciaba fuertemente la detuvieron. Utilizando únicamente sus armas de preferencia—las clásicas cuchillas kunai que pertenecieron a los guerreros del antiguo Japón—y la fuerza de sus piernas, había escalado desde la base de la torre hasta su último piso, coronado con una elegante cúpula de estilo renacentista.

Clavaba las kunai en las paredes para seguidamente impulsarse con un salto que le permitía avanzar casi tres metros de una sola vez, antes de clavar nuevamente sus armas en la sólida superficie de concreto como si de carne se tratara.

Aunque la escalada le había resultado extrañamente divertida, la mejor parta para Liebre fue, quizás, las reacciones de los presentes cuando entró abruptamente por el ventanal. Había caído de pie, con facilidad, en la habitación tridecagonal. Detrás de ella había un ascensor que tenía toda la pinta de funcionar perfectamente, lo que impactaba aún más a quienes la vieron entrar de aquella manera tan extraña e inusual.

Varias líneas y manchas escarlatas marcaban su delicado y pálido rostro, como una muñeca de porcelana que se agrietaba; a la vez que manchaban su impoluto traje blanco.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó una voz, en tono preocupado.

Con su único ojo funcional, Liebre observó en la dirección desde la cual provenía aquella voz, de tono dulce y a la vez maduro. Una chica alta, ataviada con un vestido de maid, se acercaba a ella.

— ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas asistencia para tus heridas? —volvió a preguntar, avanzando hacia la chica de blanco. Su cabello, negro y largo hasta la cintura, se movía tan elegante como su caminar y el tono de su voz.

Liebre no respondió. Simplemente mantenía una expresión seria en su rostro mientras observaba a la dama. Pudo notar que sus ojos violetas no desprendían un aura de amenaza u odio. ¿Quizás era una sirvienta de los organizadores de la Guerra Zodiacal?

— Sí, estoy bien —respondió Liebre finalmente.

— Pero… estás sangrando bastante… —insistió la chica, observando los numerosos cortes que Liebre se había hecho con el vidrio del ventanal.

— Lo tengo bajo control —interrumpió Liebre, buscando algo en el bolsillo de su traje.

Había sacado una pequeña aguja plateada, tan impoluta como su atuendo antes de su impactante entrada; y un rollo de hilo de color carmesí. La elegante sirvienta sólo la observaba, aún preocupada. No obstante, su rostro se torció rápidamente en una mueca de horror al ver lo que hacía Liebre.

La chica, con una sonrisa leve, casi imperceptible, estaba suturando sus propias heridas. Ni una muestra de dolor se reflejaba en su rostro, aun cuando la aguja se clavaba torpemente en su carne, y sin importar la fricción brusca del hilo deslizándose por los pequeños agujeros cada vez que Liebre tiraba de la aguja.

Al acabar su insensata e inexperta acción médica, Liebre mordió el hilo para separarlo del residuo que aún quedaba en el rollo, y lo guardó en su bolsillo nuevamente, junto a la aguja. La naturalidad con que guardaba sus cosas incomodaba a los presentes en la sala, quienes no podían evitar pensar que normalmente naturalidad se limitaba a ser utilizada para guardar un teléfono móvil tras una llamada.

Tanto la sirvienta como las otras nueve personas cuya presencia Liebre ignoraba olímpicamente la miraban, todos con diferentes expresiones que denotaban sus niveles de disgusto ante lo presenciado. Un chico, cuya apariencia era incluso más joven que la de Liebre, incluso había vomitado de la repulsión. La escena y el silencio incómodos solo fueron interrumpidos cuando la puertas principales de la estancia, ubicada entre el primer y decimosegundo ascensor, se abrió de par en par. Durante unos segundos, Liebre pudo ver el otro lado de las puertas, donde había un enorme pasillo, iluminado con candelabros eléctricos, y cubierto por una hermosa alfombra de terciopelo púrpura.

— Espero no llegar demasiado tarde —dijo el hombre que acababa de entrar.


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