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Chapter 4: Un año (Parte 4)

Cuando hubo regresado el guardia con un mapa, ambos jóvenes se levantaron. El hombre explicó, que el camino más rápido al puerto de Ilyberk es siguiendo la senda de tierra al sur de la ciudad y luego ir al este cuando bifurque, y que de esta forma pasaran por una docena de pueblos antes de llegar al puerto. El viaje tomaría un mes yendo a paso normal. Justitia al ver el mapa, marcó con su dedo una ciudad al este, en medio de un bosque. Intentó hablar, pero el guardia comprendió rápidamente que quería decir.

—Esa es Alirez, es una ciudad que lleva abandonada varios siglos, algunos dicen que es de antes de que este país existiera —Les comentó el hombre llamado Yalko llevándose las manos a la barbilla —La ciudad está conectada por camino de tierra y los llevaría más directamente al puerto, probablemente reduciría su viaje una semana, tal vez más, pero nadie va para la ciudad. Dicen que está llena de espectros, que algo la habita, que ahí solo van locos, criminales, brujos, y que la mayoría no se le vuelve a ver. Algunos intuyen se tratan de Shaeyvah, demonios.

—¿No debería eso ser una prioridad para nosotros? ¿Sabe porque la iglesia no se ha encargado de eso aun? —Cuestionó Luciel apresuradamente, su rostro reflejaba preocupación. El hombre se enderezo militarmente por el tono de la pregunta. Al percatarse Luciel levanto la palma y aflojó el semblante.

—Os ruego me disculpéis señor —Dijo Yalko cambiando su forma de hablar a Dá'inara hablar alto, cosa que solo usaban los nobles y hacia los nobles.

—No es necesario, solo... explica la situación por favor. Si el camino es más corto, pero hay indicios de actividad sobre natural es algo de lo que debemos preocuparnos. Toda la información que tengas nos será útil —Dijo Luciel insistiendo en hablar de forma común. Puso su voz de mando cosa que sorprendió incluso a Justitia por el cambio.

—Te sientes cómodo con el poder muy rápido, ¿no crees niño? —La voz de Sergius apareció detrás del guardia, sus cabezas giraron para verlo —No será necesaria esa información, has sido de mucha ayuda. Si nos disculpas tenemos ordenes que cumplir —Lo despachó con la mirada.

Yalko el guardia le entrego el mapa con las indicaciones a Justitia. Giró una última vez antes de irse para avisar que los víveres los llevarían a los caballos.

—Ni si quiera han pasado dos horas desde tu nombramiento, ¿y ya estas dando órdenes? —Sergius miró a Luciel a los ojos y sonrió de forma mordaz.

—Me pareció que era un asunto que necesitaba de nosotros, somos pacificadores, es nuestro trabajo...señor —No apartó la vista ni un momento. Sabía que tenía razón, su único propósito era encargarse de esos asuntos, dar seguridad a las personas.

—Todos los años está lleno de gente como tú, metiendo sus narices en todos lados, buscando hacerse los héroes, y todos los años son los que no regresan. Perdón, "los desaparecidos en el deber". Seguro escuchaste de alguno de ellos.

La garganta de Luciel se hizo un nudo. Estaba a punto de contestar sin saber muy bien qué, pero recordó, los años anteriores donde algunos, muchos de los mayores no regresaban. "Desaparecido en el deber" sintió como la molestia se le subió al rostro con su respiración.

—Eso pensé... —Exclamó Sergius —Esas ideas son infantiles, como pacificador obedecerás ordenes, y tus ordenes son primero que cualquier sueño idealista que hayas tenido en la academia. La orden actual es ir a Ilyberk, pero no te preocupes, te daré algo para que juegues de camino.

—...Entendido, Señor —Contestó entre dientes, derrotado. Evitaría los problemas, solo estaría con él un año, anotaría la ciudad para después. Se adelantó a la puerta norte dejando a los otros dos atrás, en el camino vacío su mente de vuelta, hasta que se topó con Poena y Agony.

Cerca de la puerta estaban cinco caballos ensillados. Cuatro de los caballos, aunque de tamaño considerable, no se comparaban con el negro de tiro que estaba preparado solo para Poena. No parecía muy rápido, pero soportaría el peso. Agony se encontraba parada a lado de una yegua marrón de crin larga, negra y sedosa, sin duda era el caballo que atrapaba más la atención entre todos ellos. A Luciel le hizo gracia pensar que Agony tomo el caballo por ser el más bonito entre todos los que trajeron. Ella se mostraba sonriente, infantil acariciando y jugando con la yegua.

Luciel recorrió los caballos restantes para ver cual tomar. Nunca fue alguien ávido con los animales, solo había aprendido algunas cosas escuchando de los que si lo eran. Uno de ellos le mostro la dentadura al pasar, lo cual le hizo reír para sí mismo. Tomo al equino de las riendas y lo hizo caminar un poco, le hacía bastante caso y cada que le dirigía la mirada sacaba los dientes. Se decidió, tomaría al caballo de crin gris y cuerpo moteado en blancos.

—¿Cuál es el nombre de este? —Alzó la voz Luciel, pero no dirigió la mirada. Estaba cansado luego de tantos rechazos.

—...Cenizo —Respondió la voz de Agony al poco.

Se aparto junto a Cenizo para revisarlo con más detenimiento. Le sorprendieron los guardias que trajeron cargando las alforjas y las colocaron en el caballo. Revisó su contenido antes de que se fueran: un par de cobijas, una bolsa de monedas de oro y plata, un odre, víveres para una semana, más que nada queso, pan y carne seca, lo demás no le importaba, pero podría ser útil en el camino.

Sergius apareció a los pocos minutos y montó el primer caballo que se cruzó con él. Sin esperar a Justitia, avanzó a la puerta de madera de roble. Las personas en la calle miraron con curiosidad en cuanto la puerta se abrió, Luciel se puso la capucha de su capa antes de que empezara un escándalo. Se montó al caballo, esperando a que todos estuvieran listos. Sintió una mirada de desdén en su dirección mas no apreció de quien era.

Buscó con la vista en cuanto comenzaron a trotar por la calzada. La mirada no era de sus compañeros, ni de las personas en la calle. Algunos transeúntes lo observaban con extrañeza. Su cabeza giraba a los lados, no sabía por qué el sentimiento de opresión era muy grande, como si algo lo acechara. Justitia a la misma altura de él también giraba la cabeza. «Él también lo siente»

El trote se hizo más rápido. Sergius comenzó a gritar a las personas para que se quitaran del camino, les faltaba poco para galopar, y en una calle con tantas personas eso era mala idea. Quería preguntar qué era lo que sentía, porqué el peligro solo era para ellos y porqué Sergius no hablaba de nada de esto. Alzó la cabeza desprendiéndose de la capucha, las voces se levantaron con asombro. Los caballos se vieron sin camino. Un carromato se detuvo en una intersección y los transeúntes no les daban espacio para pasar. Los caballos que iban delante chocaron con algunas personas, no los lastimaron, más gritaron blasfemias que fueron calladas por los rostros amenazantes de Sergius y Poena.

Luciel encontró la fuente, la mirada provenía de una niña de no más de diez años, con cabellos blancuzcos, sus ojos negros le recordaron los de un cuervo. Le miraba sin pestañear. Sus ropas completamente blancas, estaban adornadas con una rosa de hilo negro bordada en la falda, una rosa que se le hacía familiar. No podía encontrar donde la había visto antes. Nadie más parecía percatarse de ella. Le helo la sangre la sola presencia de la niña como un sueño lucido. La chiquilla se movió entre la multitud alejándose junto con el carromato.

Sergius y el grupo entero emprendieron el trote de vuelta.

—¿La vieron? —Gritó Luciel unas calles después.

—¿De qué hablas? —Respondió Sergius

—La niña, de cabellos blancos, la que nos estaba... —Paró cuando supo cómo terminaría la frase. Él sabía lo que había visto pero era mejor hablarlo en otro momento, tal vez con calma, también le daría tiempo a procesar, a recordar aquella rosa.

—No la vi —Repuso Sergius

—¿Entonces porque apresuras el paso? —Cuestionó Luciel. Ya le parecía que debería tener alguna razón detrás de aquello.

—No quiero dormir en el suelo, si nos apresuramos llegaremos a su primera aventura para la noche. —Le contestó Sergius.

Luciel se apretó las riendas. «Es imposible que solo yo lo haya sentido, debe de estar bromeando» Lanzó un vistazo a Justitia quien también lo observaba. «El vio» Ignoró con un suspiro las palabras de Sergius. Avanzó por las calles escuchando solo el repiqueteo de las herraduras, el ruido desaparecía, pero los murmullos se hacían más altos.

Los peatones los miraban pasar rápidamente, avisados por la voz de Sergius, apenas podían notar las facciones de alguno de ellos. Vociferaban maldiciones o halagos, dependiendo que hubiesen visto al pasar. Antes de salir tuvieron que esperar en la puerta junto a algunos de los civiles armados. Se percato de un escudo en algunas de sus ropas, un lirio violáceo en un círculo blanco. El símbolo de Aenthos, lo reconoció y quiso indagar al respecto de su presencia en el país. Aquellas personas no se quedaron lo suficiente para entablar conversación, aunque se acercó a algunos de ellos. Percibió un desprecio evidente por sus ropas, por él, más solo duraba hasta antes de verle el rostro. «No somos bienvenidos aquí»

Galoparon hasta el anochecer, sin siquiera descansar para comer o beber agua. Los caballos estaban agotados en cuanto pararon y Luciel le quito toda la carga a Cenizo para dejarlo descansar. Quiso quitarle algo de agotamiento con algún milagro, pero reparó que debía esperar. El camino era una meseta de verdes pastos, arbustos y flores hasta el horizonte, cortado solo por una montaña en dirección a la ciudad de Madalena. No había más que ramitas para hacer un fuego en las cercanías.

Sergius se recostó a esperar que ellos prepararan el fuego. Luciel se alejó buscando, agua y algún árbol para sacar algo más que quemar. Vio algunas aves grandes en los pastizales corriendo en lugar de volar, roedores, arboles esporádicos de donde saco algunas ramas secas, pero no pudo encontrar agua.

Se había alejado bastante de los demás. Su mente danzaba entre lo que había visto, lo que había sentido, y todo lo que había pasado en el día. Sin embargo, en una pequeña parte de su cabeza estaba una cierta urgencia. Quiso alejarla exhalando sus pensamientos, pero sabía que cuando aparecía, no se iría, no así. Se apoyó en el grueso tronco seco un árbol que había encontrado, buscó en las cercanías si había alguien más. Se escondió entre su capa. Su mano se asió a deshacerse de sus impulsos, a la par su mente no se separaba de la imagen de Sahely. Cuando hubo terminado, saco su pipa y prendió tabaco. «No era suficiente, no sería suficiente —Pensó avergonzado sobre lo que había hecho» Tomó una calada de la pipa, sintiendo como esa urgencia, ese impulso, no se había ido por completo, pero era soportable. «Tendrá que ser suficiente —Protestó su mente»

Regresó al campamento cuando ya todos se encontraban acomodados, y para su sorpresa Sergius se hallaba roncando plácidamente en el suelo con su armadura a un lado. Agony y Poena también se hallaban dormidos. Justitia le explicó trabajosamente que la primera guardia era de ellos.

Luciel agregó algo de leña y puso otro montón de ramitas a un lado. Observó al fuego durante mas rato del que le gustaría. La noche era fría y lo abierto del campo hacía que el viento les diera de lleno, también les permitía divisar con claridad si alguien se acercaba.

Tomó su espada para verla de cerca, su hoja negra, su guarda plateada y empuñadura eran una combinación entre un estoque y lo que le figuraba una espada de las tierras más allá del mar del escudo. Nikki le había hablado de ellas, debía ser filosa, más que la otra que llevaba consigo. Tenía años imaginando tener una cegadora, convertirse en pacificador, pero ahora mismo no le causaba ninguna emoción.

Pasó el tiempo de su guardia escribiendo en su libreta todos los demás eventos del día, incluso los más vergonzosos. Contempló una pequeña caja donde había puesto todos los regalos que recibió de sus amigos y miro con anhelo el anillo de su mano.

Se recostó recordando su promesa con Sahely y consigo mismo. «En un año nos volveremos a ver y todo estará bien» repitió en su mente. Este era su sueño y haría todo por lograrlo. No volvería a romper una promesa, no volvería a fallarle a Sahely, no quería ocultarle más cosas. Repetía en su mente «un año», «solo un año», hasta quedarse dormido.


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