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Iera

La carne caía a trozos. Su sangre estaba empapando la ropa de las dos personas que le estaban llevando hacia el final del pasillo, ambas mujeres llorando.

Sus ropas no eran nada especial, una bata de doctor y un par de pantalones grises rotos. Su cabello ensuciado de sangre resplandecía de un hermoso blanco incluso destallando en la oscuridad. Sus ojos dorados veían el suelo en un transe, su boca vomitando un viscoso liquido negro junto a la sangre de su garganta, las mujeres conteniendo sus llantos. Ambas reconocían el líquido negro, la pelirroja llorando al verlo y la soldado de cabello naranja asustada por la expresión de su compañera, era tan peligrosamente imposible verle en ese estado. La de la derecha vestía un uniforme mucho más formal que la del cabello rojo, su preocupado rostro trataba de detener las lagrimas mientras su mano derecha estaba apretando los intestinos del hombre, en desesperación por llegar al maldito final del pasillo. Su hermosa piel oscura estaba cubierta de polvo, sangre, tanto de él como la de los guardias que yacían muertos a sus pies. Su ojo derecho cerrado, el izquierdo brillando de un naranja anormal.

La otra compañera vestía una prenda de menor rango pero sin significado para ambas. Su largo cabello rojo no podía distinguirse de la sangre, mucho menos sus ojos carmesí. Tenia una de sus manos en el estomago del hombre, cubierta de sangre y desesperada en mantener sus intestinos dentro, el líquido aún cayendo pero ahora su estomago lo escurría entre sus dedos.

La mujer de cabello naranja pateó la puerta de un solo golpe y sorprendió al dragón que se encontraba durmiendo acurrucado en su propia cola. Escamas negras y una piel tan oscura que era difícil verle en la habitación a salvo de sus resplandecientes ojos. Sus cuatro miembros listos para sentar vuelo con sus alas ya levantadas una vez ambas mujeres dejaron al herido en su lomo.

"¡Rápido!"-La mujer de ojos naranja hablaba con miedo, el nombre en su placa brillando. Megi Han.

"¿Quién es?"-El dragón habló sin sus labios, el suelo ya a millares de distancia.-No tenemos permiso de llevar a alguien de aquí a Iera."

"¡APURA EL PASO!"-El grito de la segunda mujer dejó en sorpresa el dragón, comenzando a volar incluso más rápido. El nombre de la placa de ella tapado en sangre solo revelando su apellido, Venadi.

El vuelo fue mucho más rápido una vez abandonaron toda vista de tierra y las alas del dragón comenzaron a romper el sonido a su alrededor. En el camino, las manos de ambas mujeres brillaban rodeadas de un fuerte verde claro que no podía cerrar la herida del hombre. La sangre no se detenía, pero comenzaba a disminuir su velocidad. El hombre ya un delirio, su piel mucho más pálida de lo acostumbrada, sus labios azules.

"¡Estarás bien!"-La mujer de la familia Venadi lloraba a montones, sus manos ya de tono purpura.-"¡Prisa podrá curar todo esto!"

"Prisa."-El nombre salió de los labios del hombre, el liquido negro cayendo por su comisura.-"Sé ese nombre."

A lo lejos una montaña comenzaba a divisarse, figuras similares a Lycoris, la montura de ambas mujeres, volando. Al verles, todos los dragones dejaron un camino para que pudieran llegar al único edificio en las montañas, donde les veían llevar a alguien herido. El mayor de los dragones brillando en coordinación con las nubes se acercó y su boca sonrió aliviada, los demás captando el mensaje. 

Megi veía la sonrisa de la criatura en sorpresa, los ojos azulados del dragón soltando el estrés que había acumulado por tantos años.

"¿Sabías que estaba vivo?"-Antes de que pudiera recibir su respuesta su acompañante le señaló para que se preparara, el enojo siendo reprimido por ahora.

No gastaron tiempo en romper la ventana de una de las habitaciones de la academia y dejar al joven en la cama. Tan pronto la cabeza del hombre descansó en la almohada la puerta fue abierta con una mujer portando la vestimenta de los profesores. Su cabello lucía un apagado carmesí y sus ojos amarillos veían la herida del hombre ensuciando una de sus camas. Su gesto no era uno de alivio, veía el ojo de su estudiante pero se suspiró una vez lo cerró con una venda. Sin embargo, no tenía la disposición de tratar al hombre.

Duda, luego análisis.

Su respiración comenzó a aumentar, acercándose y levantando las manos de sus estudiantes. Frente a ella había un hombre que nunca había visto en su vida. Pero ella no se concentró en su rostro, mucho menos su tono de cabello o ojos. Sus dedos tocaban la herida de su estomago, podías ver sus intestinos tratando de salir pero una capa invisible azulada lo impedía. Ella cubrió su boca con las lagrimas saliendo de sus ojos, reconocimiento ahora en su expresión. No necesitaba información de sus estudiantes, no podrían darle la explicación necesaria de todas formas.

Reconocía esa herida, la profundidad, la distancia. Ni siquiera la sangre podía esconderla de sus ojos.

Le quitó la camisa al joven y quedo muda al poder ver la cicatriz de su espalda al moverlo, el hombre había sido apuñalado por su espalda hace mucho tiempo, el resto de su estomago siendo el final de la herida.

Pero ella conocía cuándo, y cómo.

Ella misma había cerrado esa herida y de igual forma la había tratado de curar, ahora veía algo similar otra vez. Sabía que sería imposible, no era una simple herida de espada o magia. ¿Podría hacerlo hoy?

La profesora Prisa cayó al asiento del escritorio sin poder creer su vista, sus lagrimas de alegría caían a su ropa y su mente seguía tratando de comprender lo que estaba ocurriendo. Su mente tratando de encontrar una forma de mantenerla ocupada en la herida y no preocuparse de cómo él estaba vivo, fallando terriblemente. Sus estudiantes gritándole que tratara al hombre pero su sorpresa la consumía, su miedo y alivio combatiendo con lo que suponía que él estuviese vivo. Miró al suelo y cerró sus ojos soltando un lloriqueo, se puso de pie y levantó sus mangas.

Otra profesora comenzó a tratar al hombre a su sorpresa. Un cabello hermosamente rubio, sus ojos azulados veían al hombre llorando pero eso no le impedía su tratamiento, sus largas orejas apuntaban a las paredes de la habitación en un tono pálido similar al del hombre herido. La herida ya cerrándose, la profesora ayudando el proceso.

Con ambas trabajando con el apoyo de ambas estudiantes, pudieron detener el sangrado, pero la capa azul que mantenía sus intestinos dentro seguía ahí. Inclusos las cuatro juntas no podían cerrarla.

Una vez todo terminó, el hombre quedó respirando en calma, la sangre aún fresca pero ya con un fin.

Silencio.

"Llama a todos."-La profesora elfo que había salvado la vida del joven miró a Megi, aún sorprendida. Sus ojos rojos por lagrimas.-"¿Dónde estaba?"

"Ve por Arcani, lo necesitamos."-La estudiante de menor rango habló, esta vez siendo la persona que se ocultaba en la farsa de una estudiante. Ambas profesoras viéndola confundidas, la elfo comprendiendo el cambio.

El hombre comenzaba a perder la conciencia, sus ojos cambiando. El miasma negro ya terminando de salir de su cuerpo. Un aliento morado escapando de sus labios.

"¿Dónde estoy?"-Su voz muy baja para que alguien pudiera escuchar.-"¿Quién..?"

La joven de cabello rojo se arrodilló y apretó sus manos temblando.

"¿Te conozco?"-Movió su cabeza y la miró directamente a los ojos.-"¿Señorita Venadi?"

Silencio, sus palabras escuchadas por las tres personas en la habitación, Megi Han ya fuera en su misión.

"No, no."-Su voz comenzando a ser más débil.-"¿Quién soy...?"

Cayó en un sueño. El llanto de la estudiante provocando silencio en la habitación.

"¡Que alivio!"


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