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Chapter 3: ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

«¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu!»

El Cuervo, Edgar A. Poe.

 

 

 

 

 

La mañana se anunció en la silenciosa habitación, entrando lentamente con los rayos del sol. La vibración bajo la almohada de David le hicieron abrir los ojos; como de costumbre, no había descansado lo suficientemente bien, aunque eso ya eso no importaba en ese momento porque debía ir a clases y el transporte llegaría pronto.

Tomó su celular para apagar la insistente alarma. David sentía que con cada segundo que pasaba, este vibraba con mayor intensidad bajo su almohada. Al levantarse, estiró sus brazos lo más que pudo hasta sentir un relajante sonido en sus huesos al tronar.

Suspiró con pesadez, encorvándose al recordar que era el primer día de clases. Doscientos días escolares sin Jonatán; ya que ambos vivían en distintos pueblos y solo se reunían los domingos en la iglesia o rara vez los sábados, para cualquier actividad.

—Buenos días, vecino.

El cuerpo de David se tensó al escuchar una cantarina voz masculina detrás suyo. Por los momentos se encontraba simplemente con el torso desnudo, dispuesto a salir del cuarto para bañarse.

Él no era tan escultural, de hecho, con su mala alimentación de los últimos meses se sentía bastante enfermo como para haber atraído la atención de su morboso vecino.

Temiendo por lo peor giró la mirada con delicadeza, tratando de que el hombre no notase que estaba observándolo, y solo con ayuda de su visión periférica notó el color de su piel tostada. En efecto, su sospecha era acertada, él estaba desnudo.

—Buenos días... —Balbuceó nervioso.

—Te ves tenso, ¿no quieres un masaje?

—No. —Cerró los ojos para acercarse a la ventana—. Gracias, pero voy a clases y ya estoy retrasado.

—Okay. Ya sabes, cuando tengas tiempo ven conmigo y yo te haré sentir mucho mejor —prometió, con una seductora voz—. Soy el mejor de todo el país.

Los pasos por la madera del suelo le dieron una señal de seguridad a David. Se estaba marchando lejos de la ventana. En cuanto abrió los ojos observó el interior de la habitación contraria; pero lo primero que logró visualizar con detalle fueron las posaderas de su escuálido vecino, lo siguiente fue la mirada del mismo dándole un guiño y una sonrisa lasciva en sus suaves labios antes de abandonar cuarto.

«Necesitaré terapia». Pensó, gruñendo.

David frotó con suavidad sus párpados luego de eso, al sentir que estos le estaban temblando. Tenía presente que su corazón se aceleró por tal escenario, pero no se imaginaba estando con un hombre como aquel. Le sorprendía que sus padres no estuviesen escandalizados por el vecino; más Benjamín, quien ya hubiese comprando una nueva casa.

«Supongo, que solo yo sé su secreto de las noches».

Viendo lo tarde que era se apresuró a ducharse para cambiarse y bajar al comedor. Llegando a la mesa se encontró con una lonchera donde su madre debió haberle preparado cuatro platos diferentes de comida, para aguantar toda la jornada escolar incluyendo los refrescos. Una nota reposaba al lado de ella, por lo que David sonrió al ver que su tradición seguía en pie.

 

❝Cuídate, espero que tengas un buen primer día de clases. Recuerda calentar tu comida en el recreo. Reza antes de subir al bus y ten cuidado al entrar, para que no golpees tu cabeza con el marco. 

Te quiere, mamá❞.

 

David cubrió su boca para silenciar el pequeño sollozo que deseaba con todas sus fuerzas liberar. Si aquella dulce mujer se diese cuenta de la realidad, es más que probable que nunca en su vida volvería a ver esos tiernos detalles con amor maternal; incluso posiblemente, no volvería a amanecer en aquella cama.

Como si fuese una delicada mariposa cogió el suave papel y se apresuró a subir a su cuarto, antes de que llegase su transporte. Agachándose buscó debajo de su cama una caja pequeña de roble, la cual abrió con cautela guardando en el interior la nota, con el resto de ellas que ha estado conservado desde que entró a la secundaria.

Tomó unos segundos más para leer algunas de ellas. Ninguna pasaba de los cinco renglones, solo anunciaban el mismo Te quiere, mamá aunque los casos fuesen diferentes; desde anunciar la ausencia de los mayores, hasta instrucciones de recalentado para algunas comidas.

Cada nota era especial para David, era lo único que podría tener para recordar a su madre. Todas tenían un olor diferente de perfume que se había quedado impregnado en el papel; aunque las primeras fuesen viejas seguían conservando la fragancia. Su madre, era su más grande amiga y solo pensar en perderla, lo destrozaba.

La bocina del autobús lo alarmó. Luego de guardar su caja pasó por el pasillo con cautela para no despertar a sus padres. Fue por la lonchera para luego irse rápidamente. Le dio tiempo de rezar una pequeña oración de la que era consciente de que si su madre pudiese leerle la mente, no le hubiera dejado subir hasta que no lo hiciera bien.

Tomó lugar en la parte del copiloto al ser de último año, lo cual le daba cierto prestigio en el transporte. Se hundió en su asiento mientras se colocaba el cinturón de seguridad y el conductor marchaba a la siguiente parada.

El camino resultó ser muy silencioso, no era de esperarse ya que era el primer alumno en la ruta y en efecto contrario, el último en bajarse. Aquel momento de tranquilidad fue interrumpida con la vibración de su celular. Se sobresaltó por el susto, pero rápidamente lo sacó de su bolsillo y vio que era una llamada.

—Jonatán... —Se apresuró a contestar en voz baja—. ¿Hola? ¿Qué haces despierto a esta hora?

—¡Buenos días, David! Hoy es el primer día de clases para ambos, pero quería llamarte antes de tener que irme.

—Te oyes algo ronco.

—No me creerás —comentó nervioso—. Ayer, luego de dejarte a casa, empezó a llover cerca de la mía, entonces... estoy algo resfriado —murmuró.

—Lo siento, tuviste que cargarme porque me quedé dormido —recordó, antes de pegar la frente contra el vidrio—. Lo siento mucho. Iré a visitarte luego de clases, para llevarte medicina.

—¡Tranquilo, estoy bien! No es nada del otro...

La llamada fue, repentinamente, interrumpida con las voces de los padres de Jonatán, discutiendo con él. David podía escuchar con claridad que su amigo estaba muy grave por el resfriado, eso le hizo sentirse más culpable que antes. Se encogió en su lugar, esperando la respuesta de su amigo.

—¿David? ¿Sigues allí?

—Me siento terrible, lo lamento tanto.

—¡Descuida, voy a estar bien!

—Quédate en casa, por favor, no te esfuerces.

—Pero hay algo que debo decirte.

—Puedes decirlo mañana, solo quiero que descanses muy bien ahora.

Terminada la oración colgó la llamada. David estaba seguro que Jonatán volvería a llamar, fue por eso que apagó el celular, guardándolo en el bolsillo.

Suspiró con pesadez varias veces, intentando despejar su mente de los pensamientos. Observó el paisaje fuera de la ventana. El glaciar viento golpeaba su rostro como si fuesen diminutas agujas, manteniéndolo despierto.

 

[. . .]

 

El instituto era solo para varones, era su segundo año asistiendo y el último para la suerte de él. Todos los chicos eran tan difíciles de no analizar, siempre había diferentes para observar; desde los que se mantenían leyendo en las bibliotecas vacías en el recreo, hasta los que actuaban en las obras de teatro y parecían grandes actores de cine. Para David, era difícil descubrirse si solo estaba rodeado de hombres cada día.

Fácilmente, culpar el ambiente de sus pensamientos y confusiones sería lo más cuerdo para él. Si estuviese en un entorno mixto, David suponía que las cosas serían diferentes. Sin embargo, no habían excusas para su comportamiento actual, ya que su colegio anterior compartió tiempo con varones y mujeres por igual.

La única diferencia era que en esta institución, existía un solo varón que llamaba su atención del resto de ellos. Uno tan solo, que sería el único culpable de su situación actual. Por supuesto, David jamás estaría con un hombre como su vecino; pero este no lo era.

—¡Amigo! —Le gritó un chico de piel oscura, mientras se le acercaba sonriente.

—Hola, Saúl —habló con un tono suave.

—Te ves más pálido que el año pasado, ¿estás bien? —Lo analizó con preocupación.

—Sí, solo estoy cansado.

—Siempre luces mal —admitió, acomodándose la mochila.

—Tranquilo, no me pasa nada —insistió, caminando a su lado—. Por cierto... ¿Levi, se matriculó este año?

—Ah sí, Levi, lo había olvidado. Ven conmigo —expresó con seriedad.

Los dos atravesaron el área de receso hasta que David visualizó al susodicho; este se encontraba sentado en una banca intentando rascar su pierna enyesada con alguna clase de rama –parecía haberla sacado del suelo–. En cuanto vio al par llegar cerca de él, simplemente, se encogió de hombros al ver la mirada sorprendida de David.

—Sé que te prometí que no pelearía más, pero... —Suspiró molesto de solo recordarlo. Sacó una caja de cigarrillos de su bolsillo— David, tenían a un gatito y estaban por lastimarlo. No me podía quedar sin defenderlo.

—No te preocupes, salvaste a un felino... —Rápidamente, le arrebató la caja—. Pero no quiero que sigas fumando. Lo prometiste.

—¡Son chicles, te lo juro! Solo los metí ahí para sentirme vestido.

—Idiota. —Saúl se rio ante el comentario—. Si te sentís desnudo sin todo el paquete, no quiero saber cómo estás ahora sin los cigarrillos.

—Ten.—Le regresó la caja con cierta desaprobación. Inmediatamente, Levi sacó un rectángulo rosado y lo metió a su boca con rapidez—. Puedo ayudarte si quieres... ¿Ya sabes? A superarlo.

—No te preocupes, voy a estar bien en cuanto supere la fase de abstinencia.

Levi lo observó notando lo poco convencido que se encontraba David por sus palabras; incluso se veía triste, como impotente por no poder ayudar en algo.

Sonrió muy ampliamente, cerrando los ojos hasta achinarlos y esbozó una mueca divertida. Al volver la mirada, David tenía una pequeña sonrisa en sus labios junto a un leve rubor en las mejillas, eso le bastó para saber que ya no se preocuparía por él durante algunas horas.

Ciertamente, la realidad recaía en que Levi, era el joven por el cual David sentía una atracción culposa. Saber de su gran motivación por meterse en peleas por animales indefensos o por cualquier persona que estuviese en problemas, le hacia sentir que podía confiar mucho en él. Levi, era un chico asombroso para David y muy atractivo, para sus ojos.

La campana de inicio logró hacer bufar a Saúl quien no estaba de muy buen humor para recibir clases. Decidieron que tomarían de excusa ayudar a Levi para subir por las escaleras como retraso. En el camino al interior, los tres dieron su breve resumen de lo que habían hecho durante las vacaciones, pero no continuaron cuando llegaron al aula y vieron al maestro de literatura con una ceja arqueada.

—Llegan sumamente tarde.

—Estábamos ayudándolo a subir —Saúl respondió seguro.

—Tomen asiento —ordenó de mal gusto—. Señor Monroe, es muy inusual de su parte hacer ese tipo de cosas. Espero que este último año no sea una excusa para cambiar su buen comportamiento.

—Lo siento, profesor, solo estaba ayudando —David afirmó.

El maestro les dio la espalda, mientras ellos ingresaban al interior. Primero dejaron a Levi en su pupitre y luego tomaron lugar en los puestos vacíos; por suerte, quedaron en la esquina delantera. El peor lugar en toda la habitación, pero podrían soportarlo si estaban juntos.

—Volviendo a empezar desde el inicio —exclamó el profesor, dándoles una mirada de advertencia al trio de amigos—. Todos los parciales deben leer dos libros, uno de microrelatos y otro de algún género en especifico; por lo tanto, este parcial quiero que lean... Apunten el nombre, jóvenes —vociferó al ver que nadie había sacado sus cuadernos, a excepción de David—. "Narraciones Extraordinarias" de Edgar Allan Poe. Es una recopilación de sus mejores obras, así que por favor, vayan comprándolo.

—Ah, maestro. —David levantó la mano—. Ya lo leí —informó bajo.

—No se preocupe, cada trabajo asignado será diferente para cada alumno, así que, me encargaré de que el suyo sea más pesado. —Cogiendo un libro del escritorio, se acercó hacía él—. Ya que los tres llegaron tarde quiero que reciten a la clase alguna de las historias. Hoy empezaran a trabajar en ello.

Cuando el maestro extendió el pequeño libro, David lo tomó logrando que las caras de desagrado de sus amigos se transformase en alivio. El adulto se regresó a su asiento pidiendo silencio ya que pasaría asistencia, en cambio David se paró frente a todos mientras recitaba el poema. De vez en cuando, el profesor se detenía para escucharlo, ya que era el mejor de su clase.

—Jonatán...

El nombre de su mejor amigo resonó como un eco en sus oídos, siendo cada vez más penetrante en su cabeza y haciéndole perder el ambiente de la narración. El maestro se sorprendió ante el repentino cambio de voz en David, igual con solo verlo nervioso ante la clase, algo que no era común en el joven quien siempre le ha gustado participar en la asignatura.

—Lo siento, profesor —balbuceó, acercándose a su escritorio—. ¿Podría dejarme ver la lista?

La mirada carente de brillo le convenció al adulto de extenderle la lista, cualquier cosa que lo tuviese perturbado debía estar en la asistencia.

Una vez en sus manos, David leyó nombre por nombre hasta dar conque el único alumno con una inicial jota era su preciado amigo, quien le había llamado por la mañana anunciando que tenía algo importante que decirle.

Sus ojos se llenaron de una alegría que rebosaba como una fuente de doble dirección; ya que al mismo tiempo, sentía un terror helarle los huesos con solo imaginar que las cosas se pondrían complicadas. Doscientos días juntos en la misma aula, con más chicos y posiblemente, con mejores oportunidades de encontrar nuevas personas. David, jamás había presentado sus nuevos amigos o mencionado a ellos, la existencia de Jonatán.

Regresando la lista de asistencia cogió nuevamente el libro. Observó al resto de sus compañeros, buscando entre la multitud un simple objeto de gran importancia; finalmente, sus ojos llegaron a su destino, un pupitre de sobra. Abandonado, frío, cercano a la ventana dando a quien se sentase ahí, una vista esplendorosa del panorama de afuera y únicamente, gritando como si lo tuviese tallado en toda su piel de madera el nombre de aquel chico que como el resto, también observaría a David recitar libros en la clase de literatura.

Jonatán, podría ver a través de sus ojos y desnudar toda la verdad que ha mantenido oculta entre capas de maquillaje, y su instituto de varones. Su único secreto enterrado en el interior de sus pensamientos llegaría a ser desenterrado, solo si se dejaba llevar por las emociones que provocaba Levi con una simple sonrisa. Todo aquello, jamás debía conocer la luz.

—¡Ay! ¿Mi alma enlutada de su sombra se librará? —Preguntó en agonía— ¡Jamás! —Concluyó el poema.


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