¿Cómo le explicas a un bebé qué es la muerte?
¿Cómo explicas a quien no siente dolor qué es?
¿Cómo explicas a alguien que la comida no tiene sabor?
¿Qué dices para hacerles entender a tus amigos que la pornografía te provoca náuseas o que su amistad se siente tan vacía?
¿Cómo haces entender que lo divertido no divierte y lo aburrido no aburre?
¿Cómo puedes catalogar a los suicidas?
¿Quién te dio el derecho de medir mi tristeza puntuando mis acciones, expresiones y palabras?
¿Por qué asumes que soy feliz porque «lo tengo todo»?
¿Quién te hizo juez para que pienses que puedes juzgar mis acciones?
¿Cuándo tu moral fue superior a la mía?
¿Cómo puedes decir que todos los suicidas damos señales? Ni nosotros sabemos cuánto soportaremos.
Te recuerdo que hay payasos que lloran después de su acto, que reyes se aniquilaron con su espada, niños se ahorcaron, monjes se quitaron la vida en sus templos.
Muchos no necesitamos lágrimas para llorar, ni alzar la voz para gritar.
Dices que cuando un suicida está feliz es la peor señal, pero ¿qué estadística te lo aseguró?
Nadie es blanco ni negro, nadie está roto ni completo. No somos una estadística qué sacar, no somos inventario de una empresa; no soy tú, ni quien saltó esta mañana del piso trece en New York, no soy el que se aventó de un puente en Tanmei, ni la niña que se envenenó en Costa Rica.
No preguntes nuestros motivos ni saques conclusiones, ninguno te vamos a decir la verdad.