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20% Perfecto desastre / Chapter 2: capítulo 2

Chapter 2: capítulo 2

—Tenemos que hablar, Bonnie.

Henry Price Jr. veía a su hija con clara preocupación.

Ella, en cambio, lo observaba con reto e ironía.

—¿Vamos a hablar de nuevo de mamá y de que debemos avanzar?

Henry se frotó los ojos porque sabía que acabarían peleando una vez más, como lo llevaban haciendo en los últimos dos años desde que su esposa, y madre de Bonnie, muriera en un accidente de tránsito.

Una falla en su coche la llevó a los brazos de la muerte dejando a Bonnie y a Henry muy mal. Pero sobre todo a ella, su hija, que estaba empezando a transitar esa etapa difícil que llamaban adolescencia.

Desde hacía un año, las cosas empeoraron con ella. Estaba agresiva, respondía mal todo el tiempo, no quería estudiar y pasaba encerrada en su habitación mucho tiempo, odiando a todos los que le intentaban hacer la vida más agradable porque sabían que ella estaba sufriendo por la ausencia de su madre.

Henry se había visto en la obligación de sacarla de su antiguo colegio porque su comportamiento rebelde con los maestros y poco comunicativa con todos iba a llevarla directo a la expulsión y la directora, que le tenía gran aprecio a Henry porque había sido un alumno ejemplar dentro de la misma escuela, le recomendó que la sacara antes de que ella se viera obligada a tomar serias medidas y empañara el futuro escolar de la niña.

—Bonnie… —Papá… Bonnie, de pie frente a él, con los brazos cruzados sobre el pecho, le mantenía la mirada a su padre sabiendo que él no desistiría en su idea de que ella se abriera un poco con él; y no era que no quería hacerlo, la cosa estaba en que cada vez que lo hacía, acababa sintiendo que su padre y todos los demás, le tenían lástima por quedarse huérfana de madre.

¿La extrañaba? ¡Cómo no hacerlo si era su madre! Y sabía que la extrañaría siempre pero no conseguía avanzar entre las miradas de lástima y la compasión de su familia, sumada a esos compañeros de clase que se empeñaban en recordarle con burla que su madre estaba muerta.

Y de nada servía hablar ni con su padre ni con nadie porque siempre acababa escuchando lo mismo:

«Pobrecita, no es justo lo que te ocurre» «Hay que tenerle paciencia, se quedó sin madre» «Debes extrañar mucho a tu mami» «¿Quieres pastel para que no estés más triste?» «Vamos a terapia» Cerró los ojos.

A veces quería desaparecer.

—Estoy intentando acercarme a ti, Bonnie… —Quizá el problema es ese papá, que estás siempre muy cerca y queriendo saberlo todo.

Henry frunció el ceño.

—¿No es eso lo que se supone que debo hacer? Soy tu padre.

Ella bufó porque, en realidad, parecía su maldita sombra desde que su madre había muerto.

Le tenía tanta lástima que no se daba cuenta de que no la dejaba en paz y que lo único que ella quería era estar sola.

—Vete a tu habitación, Bonnie. Hablaremos más tarde.

«Genial» pensó ella mientras recogía sus cosas y se marchaba a su habitación feliz de obtener un poco de soledad.

Todos querían tenerla controlada. Todos querían acompañarla para que no se sintiera tan triste.

Resopló y se tiró en la cama con los audífonos puestos para encontrar su vía de escape en la música como siempre lo hacía.

En tanto, en el salón, Henry se devanaba los sesos de nuevo para poder encontrar una solución que lo acercara a su hija.

Quizá no estaba pasando mucho tiempo con ella y se sentía sola.

Fue a la cocina y sacó una cerveza del refrigerador, la destapó, tomó un sorbo y luego fue a la despensa por un paquete de las patatas fritas que tanto le gustaban. Que sí, sabía que eran una mierda para su organismo pero estaban buenas y le ayudaban a pensar.

También tenía que pensar en la cena porque no tenía nada preparado.

Suspiró y se metió otra patata en la boca.

Cocinar le relajaba pero en ese momento no le apetecía preparar comida.

Solo quería meterse en la cama y dormir profundamente hasta despertar y darse cuenta de que estuvo sumergido en una pesadilla de esas en las que pasan los días, los meses, los años y cuando despiertas solo han pasado cinco minutos.

Le gustaba pensar en eso de vez en cuando. Sobre todo cuando las cosas empeoraban con Bonnie.

Siempre había sido un buen padre y muy buen esposo con su querida Jennifer. Sin embargo, no fue hasta que ella murió cuando se dio cuenta toda la carga que estuvo llevando su esposa sobre los hombros.

Madre, emprendedora, esposa, hija, ama de casa, amiga.

«¿Cómo conseguía hacerlo todo?» Se preguntaba todavía hoy después de todo el tiempo que había pasado. Sobre todo, cómo conseguía que Bonnie siempre hiciera lo que ella decía y cómo conseguía que la niña quisiera pasar tiempo con ella.

Le llevó algunos meses hallar una fórmula parecida para lograr hacer todo lo que Jenny hacía, tenerlo todo en tiempo, pero le costaba mucho la parte de mantener a Bonnie feliz y animada a pasar tiempo juntos.

Construir momentos nuevos entre padre e hija.

Había pasado mucho tiempo del último paseo que hicieron y después de que hablaran de Jenny y recordaran algunos momentos con ella, como siempre acababan haciendo en esos momentos entre padre e hija posteriores a la muerte de Jenny, Bonnie no quiso repetirlos más.

¿Qué había hecho mal? Solo pensó en consolar a su hija por la muerte de su madre. Quizá buscaba el también un poco de consuelo, aunque cuando veía a su pequeña entristecerse por los recuerdos y lo mucho que añoraba a su madre, se le arrugaba el corazón y sentía que debía enfocarse en sanar su tristeza, ser su consuelo, su apoyo.

Lo que él sentía podía esperar, su hija siempre estaba primero.

Negó con el cabeza, pensando en lo injusta que fue la vida con ellos.

Con Bonnie.

Vio la foto de Jenny en el salón y sonrió con gran pesar.

Suspiró profundo, se sentó en el sofá a beberse la cerveza en paz mientras sentía el crujir de las patatas en su boca.

Había estado pensando en retomar el trabajo a tiempo completo todos los días de la semana, pero después de que recogiera a Bonnie del aula de castigo ese día, tendría que seguir dirigiendo a sus empleados desde casa y solo encargarse de la parte administrativa de la empresa.

Tenía necesidad de salir de casa en un horario formal de trabajo, colgarse su cinturón de herramientas en la cintura y subirse al techo de la casa de alguien para hacer las reparaciones necesarias.

Quería sentir el cansancio del trabajo y no el agobio de estar encerrado entre paredes manejando todo desde internet y el móvil.

Sentía que la casa se le venía encima.

Ladeó la cabeza y torció la boca en un gesto que indicaba la ironía que pensaba porque si la casa realmente se le viniese encima le estuviese haciendo un favor, tendría que colgarse el cinturón de herramientas y empezar a reconstruirla.

Suspiró de nuevo pensando esta vez en que no deseaba que la historia de malos comportamientos de Bonnie se repitiera de nuevo.

La señorita Louise le indicó que estaba en el salón de castigos porque llevaba varios días respondiéndoles mal a varios maestros y con una actitud extraña hacia algunos compañeros pero se negaba a dar razones para su comportamiento.

Louise intentó hablar con ella pero al parecer, Bonnie se limitó a decirle que no quería que se metiera en su vida y así fue como acabó en la sala de castigos y ahora, en su habitación.

Recordó tantos malos momentos desde que le llamaran para decirle que la niña estaría castigada, que debía pasar por ella más tarde; y tan sumergido estaba en sus pensamientos, pidiéndole a Dios que no volvieran más momentos amargos, que no fue hasta que casi se estrella detrás del coche de la mujer que estaba en el colegio con los niños, que paró y se dio cuenta de que había hecho una cantidad de cosas en modo automático y que había representado un grave peligro para cualquier persona a su al rededor.

Aquello no podía repetirse.

Ese día fue un coche pero bien podían haber sido los niños que la madre regañaba.

Frunció el ceño pensando en esa escena.

No la culpaba, a la mujer, entendía lo duro que debía ser tener tres hijos si a él no le iba bien con una.

Aunque él habría manejado la situación de otro modo. Sin gritos, pero con firmeza y que los niños se enteraran de que había un Alfa que mandaba en la manada.

Estaba claro que eso ella no lo tenía, la cara de los niños más pequeños describía cómo era la dinámica de ellos como familia.

Y ni hablar de lo poco que escuchó decir al director que hasta a él le sentó como una patada en el estómago. Fue muy rudo de su parte todo lo que le dijo.

Sin duda, el colegio debía velar por la seguridad de los niños. Se sabía que estaban muy al pendiente de que ningún niño sufriera maltratos y de que estuviesen bien con sus familias, pero un accidente puede tenerlo cualquiera.

Eso no era un motivo para amenazarle con los servicios sociales.

Lo escuchó ya cuando estaba alejado y decidió no meterse porque bastantes problemas tenía él con su vida y con Bonnie como para interceder en la vida de otros.

Que además, lo más probable era que no estuvieran de acuerdo en que él interviniese.

A la mayoría de las madres no les hacía gracia alguna cuando él, de la manera más inocente, le sugería que cambiaran la técnica porque no les resultaba una u otra cosa.

Parecía que se sentían ofendidas cuando se les daba un consejo.

Y dejaban ver esa culpa en la mirada que les hacía autoflajelarse como malas madres.

Por eso agradecía que su hija ya pudiera asistir a cumpleaños sola, la dejaba en el lugar que le decían y pasaba por ella luego. Aunque la verdad era que cada vez asistía a menos sobre todo después del cambio de colegio y los pocos o ningunos amigos nuevos que tenía.

Y eso lo libraba de ser el centro de atención porque era un hombre soltero criando a una niña que estaba casi en la edad de la adolescencia.

También le libraba de ser el centro de atención de mujeres que, además de compadecerse de él por tener que llevar la casa, la familia, la hija y el trabajo, como si él fuese un maldito inútil y no pudiera hacer nada de eso, también lo veían como un trozo de carne irresistible para degustar en la cama.

Divorciadas, viudas y hasta bien casadas, se acercaban a él con la compasión presente, poniéndose a la orden para ayudarle en lo que necesitase y dejando en claro el mensaje subliminal de aquel ofrecimiento.

Prefería quedarse en casa viendo un partido, organizando cosas de la compañía o pasando por las obras para supervisar a sus chicos.

Vio el reloj.

Suspiró y se terminó la cerveza.

Si no se daba prisa, la comida no estaría a tiempo para cenar, así que era mejor empezar a prepararlo todo.


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