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Chapter 2: Capítulo 2: Recuerdo borroso

La noche había caído como un manto sobre el parque, y con ella, una quietud que contrastaba con el caos del día. La madre de Elizabeth, Helena, había pasado horas en una búsqueda frenética, su corazón atormentado por la incertidumbre de no encontrar a su hija y a su esposo. Las autoridades, siguiendo la pista captada por las cámaras, no habían logrado encontrar nada más allá de un punto específico donde los rastros se desvanecían en la nada.

Fue un trabajador nocturno, cuya rutina de mantenimiento del tren se vio interrumpida por el hallazgo de Elizabeth, quien marcó el fin de la angustiosa espera. Con la llegada de las autoridades, el parque se transformó en un hervidero de actividad, cada rincón iluminado y examinado en busca de pistas.

Elizabeth, ahora a salvo en la ambulancia, era el centro de una tormenta de preocupación y alivio. Los paramédicos confirmaron que, aparte de los moretones y rasguños, estaba bien. Su conciencia, que había estado sumida en las sombras, comenzaba a despertar lentamente.

Helena, informada de la identificación de su hija, llegó al lugar con el corazón en un puño. Al ver a Elizabeth en la camilla, su alivio fue tan grande que las lágrimas brotaron sin control.

-¡Hija, déjenme ver a mi hija! - gritó Helena, corriendo hacia la ambulancia.

-Señorita, por favor, mantenga la calma. Su hija está siendo atendida. - Un oficial intentó tranquilizarla, deteniéndola con gentileza.

-Déjala pasar, todo está bajo control. - La enfermera intervino, permitiendo que Helena se acercara a su hija.

Helena, abrumada por la emoción, bombardeó a Elizabeth con preguntas, su voz temblorosa entre sollozos.

-¿Estás bien, amor? Lo siento tanto... ¿Dónde está papá? ¿Qué pasó? ¿Cómo ocurrió esto?

El oficial Mike a cargo del operativo, con una mirada compasiva, intervino para dar orden al caos de preguntas.

-Señorita Helena, permítame hacer las preguntas. Necesitamos entender lo que sucedió.

Helena asintió, y el oficial Mike se acercó a Elizabeth, quien aún luchaba por reunir sus pensamientos dispersos.

-Hola, soy el oficial Mike. ¿Puedes decirme tu nombre?

-Elizabeth Vega. - Su voz era apenas un susurro.

-¿Y tu edad, Elizabeth?

-Tengo 5 años. - Respondió, mostrando sus dedos en un gesto infantil.

-Bien, Elizabeth. ¿Puedes decirnos qué pasó o dónde está tu papá?

-Elizabeth intentó hablar, pero el dolor y la confusión la abrumaban.

-Yo... no lo sé... íbamos por nieves y... - Su voz se quebró, y un gesto de dolor cruzó su rostro.

El oficial Mike continuó con delicadeza, tratando de reconstruir los eventos.

-Escucha, te encontramos en ese túnel. Parece que hubo una pelea y tu padre no estaba por ningún lado. ¿Recuerdas si hubo algún conflicto? -Las palabras del oficial parecían actuar como llave, desbloqueando los recuerdos que Elizabeth había reprimido. Las imágenes regresaron en una avalancha, y con ellas, el pánico.

-¡Papá, papá, que alguien ayude a papá! - gritó con desesperación, su visión borrosa por las lágrimas.

Helena, tomándola del brazo, intentó calmarla.

-Hija, ¿qué pasa? ¿Qué le pasó a tu papá?

Elizabeth, entre sollozos, logró articular palabras que helaron la sangre de todos los presentes.

-El... el monstruo... se lo llevó...

Con un empujón desesperado al brazo de su madre, Elizabeth intentó levantarse de la cama. Las palabras se entrecortaban entre sollozos. "Yo... ¡quería nieve!", exclamaba mientras las lágrimas surcaban su rostro. "Él... me compró un y despues un perro y yo jugamos. Pero entonces, en el túnel, esos monstruos rojos salieron de... de esa cosa roja. Papá me salvó, pero ellos... ellos lo mordieron y se lo llevaron."

La incredulidad se pintaba en los rostros de quienes la escuchaban. La historia de Elizabeth sonaba a fantasía, pero la mención de un ataque en el túnel impulsó a una búsqueda más exhaustiva. Fue entonces cuando, en las sombras del fondo, alguien anunció el hallazgo de rastros de sangre. "¡Aquí hay sangre!", gritó una voz, marcando el inicio de un análisis que determinaría si pertenecía a su padre o al presunto agresor.

Se determinó que Elizabeth necesitaba atención médica con la urgencia marcada en cada paso, la llevaron al hospital más cercano para someterla a una evaluación exhaustiva, mientras la investigación seguía su curso, implacable.

Al día siguiente, el sol apenas asomaba cuando Helena, con ojeras que delataban una noche sin sueño, despertó junto a la cama de Elizabeth. La habitación del hospital, bañada en una luz tenue, guardaba el silencio de las preocupaciones no dichas.

Mientras tanto, la policía, con la determinación grabada en sus rostros, confirmó que las manchas de sangre eran de Leonardo. Sin embargo, la ausencia de otros rastros genéticos era un enigma que les impedía avanzar. ¿Cómo había desaparecido sin dejar más que su propia sangre y la de su hija?

Con el correr de los días, la insistencia de Elizabeth en su relato solo añadía capas a la incógnita. La policía, sumida en dudas, comenzó a cuestionar la veracidad de su historia. ¿Había sido el trauma del incidente y el golpe en la cabeza suficiente para alterar su percepción de la realidad?

Decididos a encontrar respuestas, recurrieron a expertos en psicología para desentrañar los recuerdos de Elizabeth. Había una creencia latente entre ellos: la mente de la niña ocultaba la clave, un mecanismo de defensa para protegerse de una verdad quizás demasiado atroz para enfrentar.

El tiempo, implacable y eterno, continuaba su marcha, dejando atrás días que se convertían en semanas, semanas en meses, y meses en años. La vida de Elizabeth y Helena había cambiado irrevocablemente desde aquel fatídico día en el parque. La ausencia de Leonardo era un vacío que resonaba en cada rincón de su hogar, un silencio que era casi tangible.

Elizabeth, ahora una niña de diez años, mantenía la esperanza de que su padre regresaría. A pesar de las miradas de lástima y los susurros que la seguían como sombras, su convicción no flaqueaba. En su corazón, las palabras de su padre aún resonaban con fuerza, llenándola de valor para enfrentar cada día.

Helena, por su parte, encontró en el oficial Mike un pilar inesperado. Su presencia constante y su apoyo incondicional habían sido un faro de luz en la oscuridad de la incertidumbre. Aunque el dolor de la pérdida nunca se desvanecía del todo, había aprendido a vivir con él, a aceptarlo como parte de su ser.

El oficial Mike, cuya culpa lo había llevado a formar un lazo inquebrantable con la familia, no podía dejar de preguntarse si había algo más que pudiera haber hecho. A pesar de que el caso de Leonardo había sido archivado, nunca dejó de buscar respuestas en su tiempo libre, revisando viejos archivos y buscando pistas olvidadas.

Un día, mientras Elizabeth jugaba en el jardín, su mirada se perdió en el horizonte. Algo dentro de ella le decía que la espera estaba por terminar, que las respuestas que tanto anhelaban estaban más cerca de lo que imaginaban. Con esa esperanza, se aferraba a la promesa de un reencuentro, a la posibilidad de un final feliz que no solo cerraría las heridas de su familia, sino que también traería de vuelta la melodía de la risa de su padre.

Y así, entre la realidad y los sueños, entre la esperanza y la memoria, Elizabeth y Helena continuaban su camino, esperando el día en que las piezas del rompecabezas de su vida encajaran de nuevo.


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