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Chapter 3: Capítulo 3: Arma de Seducción

Dejé que mi cuerpo decidiera por mí. Fue estimulante sentir las caricias de sus dedos sobre mi piel desnuda y húmeda.

Olvidé que debía respirar durante largos segundos. Contuve el aliento, petrificada, hasta que percibí la suavidad de sus jugosos labios palpando los míos. Utilizó su boca para abrir la mía y adentrar su lengua en ella.

Su sabor era extraordinario.

El beso se volvió perenne y ardiente mientras nuestras lenguas se encontraban, cazándose la una a la otra con movimientos exasperados. Sus firmes manos me apretaban cada vez más fuerte.

¡Sabía besar muy bien!

Gemí dentro de su boca antes de apartarlo con rudeza para tomar aire. A pesar de esto, yo todavía tenía ganas de más. Sus apetitosos labios lucían tentadores, más enrojecidos e hinchados que antes. Sospeché que los míos también.

Intercambiamos una mirada de... "eso no debió pasar".

No obstante, no me arrepentía. Y estaba segura de que él tampoco.

—Perdón —se disculpó—. Lo siento, fui impulsivo, perdón.

—Está bien —giré la mirada al decirlo.

En ese instante caí en cuenta de que Joe no estaba durmiendo. Nos vigilaba desde la comodidad de su cama con los ojos entornados y sonriendo de forma malintencionada, malévola.

Para mi sorpresa, Nina también estaba despierta. La chica rubia le dio un beso en la mejilla al cuerpo dormido de Alan antes de salir de abajo de las sábanas.

Ellos lo habían visto, el beso.

Sentí que mi cara enrojecía de vergüenza.

La joven se dirigió hasta el armario para seleccionar alguna prenda y arrojarla en mi dirección. Las atrapé a tiempo.

—Creo que deberías vestirte, a menos que te guste ser acosada por todos los chicos de esta casa.

No está mal… Todos ellos son tan bien parecidos… Me traicionó la vocecita dentro de mi mente.

Horrorizada, me reproché a mí misma por los indecentes pensamientos que cruzaban mi cabeza.

¿Qué estoy diciendo? Debo estar enloqueciendo.

Nerviosa, le eché una miradilla a Donovan antes de volver al cuarto de baño para ponerme la ropa.

Si la idea era no ser acosada por los chicos de esa casa, definitivamente ese nuevo atuendo no iba a funcionar. Era un pijama de Nina. Un cortísimo vestidito de tirantes, de color púrpura, con encaje y sensuales adornos. La tela era prácticamente transparente.

No quería salir así, pero... no tenía otra cosa. Cuando abrí la puerta, asomé primero la cabeza para estar segura que de ninguno de los vampiros me estuviera viendo. Salí casi a hurtadillas.

Abracé mi cuerpo, sintiéndome casi desnuda.

Donovan lanzó unas sábanas nuevas y una almohada sobre el sofá.

—Si quieres, puedes dormir en el sofá. Yo dormiré en el suelo. Ahora que es de día, quizás necesitas descansar —sonó su cordial y sensual voz.

Claro, los vampiros duermen de día. ¿Cómo no se me ocurrió antes?

Cuando volteé a ver a los demás, todos parecían dormir. Sobre Joe no estaba segura, porque se estaba cubriendo los ojos bajo uno de sus brazos.

El galante Donovan estaba brindándome el sofá que, deduje, era el lugar donde solía dormir. En seguida se movió para bajar por completo las persianas, permitiendo que la habitación se tornara más oscura y fría.

—¿Estás seguro de que no te molesta...?

—En absoluto —me cortó.

—Puedes dormir en mi cama si gustas —ésa era la voz de Joe, quien había dejado de cubrir sus ojos y me observaba desde las sombras.

—¿De verdad? —cuestioné, absolutamente asombrada.

¿El sujeto pedante que se había quejado de dormir en el suelo estaba ofreciéndome su cama?

No era que fuera a aceptar usarla, pero... ¿De verdad estaba haciendo esa sugerencia?

—Por supuesto —me respondió. Incluso en la oscuridad, su sonrisa brilló—. Puedes dormir aquí, junto a mí.

Se movió a un lado del colchón, dejando un espacio libre que era... ¿para mí? Me hizo señas con las manos, indicándome que fuera a recostarme a su lado.

¡Oh, no! ¡Por supuesto que no! Pensé tan alto que creí que las palabras se habían escapado de mis labios. De nuevo me había sonrojado.

—Oye, ¿qué te pasa? —me alteré—. Sabes que no voy a hacer eso jamás, ¿verdad? Antes dormiría con un hombre lobo.

Oí la risa divertida de Joe.

—Inténtalo, esos tipos son divertidos.

Pese a su risa, había algo en su tono de voz que me decía que no estaba bromeando.

Fijé los ojos en Donovan, pidiéndole con la mirada que respondiera a mi futura pregunta antes de tener que formularla en voz alta.

Donovan sonrió, como si hubiera leído mi mente.

No podía hacer eso, ¿o sí?

No, porque yo no podía, ¿cierto?

—No —aseguró el vampiro a mi lado—. Los hombres lobo no existen.

Joe seguía largando risotadas perversas, como si lo disfrutara.

—Gracias por tu ofrecimiento, Donovan, pero no puedo permitir que duermas en el suelo. Y menos si es por mi culpa —tomé las sábanas y almohada para arrojarlas en la alfombra.

—Eres testaruda —protestó él, entre risas—. No voy a consentir, de ningún modo, que duermas en la alfombra —alzó la ropa de cama y la devolvió al sofá, sin darme otra alternativa que obedecerlo—. En serio, no acepto un no por respuesta —me escudriñó con una ceja levantada.

—Supongo que en el sofá hay espacio para los dos —no podía creer lo que dije.

—Zorra —ése fue Joe, susurrando por lo bajo.

¡Maldito! ¿Cómo se atreve?

—¿Sabes qué, Joe? No creas que no te oí. Y, a mi parecer, creo que te sientes celoso porque voy a dormir con Donovan y no contigo.

—¡JA! —rezongó—. El mundo se acabaría antes de que Joseph Blade sienta celos, pequeña.

—¡Como sea! —hablé en voz alta, totalmente indignada.

Me arrellané en el sofá.

Donovan se acostó en la alfombra, a mis pies. Y se envolvió con sus sábanas como si de verdad tuviera mucho frío.

—¿Estás bien allí? —le murmuré al oído.

—Perfectamente —lo escuché contestar.

No pasó mucho tiempo hasta que me quedé dormida. En mi cabeza no había sueños, no había nada. Ni una ilusión, ni la más mínima imagen que me recordara algo de mi vida humana. Exclusivamente voces que me gritaban una y otra vez que era una asesina chupasangre. Debía hacerme a la idea o, de lo contrario, sería más doloroso.

Había perdido todo en una sola noche. Mi vida se me escapó de las manos en tan solo un segundo. Todo se había ido: mis viejos amigos, mi familia, mi casa, mis estudios… Nada me quedaba. Y la idea me destruía por dentro.

Si tan solo esa noche no hubiese salido a tomar aire… Si no le hubiese insistido a mis padres para ir a esa fiesta…

Debo aceptar lo que soy. Sonó el eco de mi voz, rebotando en las hipotéticas paredes de mi mente y secando mi corazón igual que una flor marchita.

***

Las voces de Donovan, Adolph y Joe interrumpieron mi ensoñación. También oía agudas conversaciones en las afueras de la casa, agua goteando desde el grifo de la bañera, un auto pasando por la avenida principal, la cacofonía de las mordidas de una persona mientras masticaba comida, las pisadas sobre la alfombra, la respiración regular de los vampiros y cada estridencia minúscula que se paseaba por el aire.

El sofá olía a Donovan y las sábanas a colonia de mujer. Además, el aire estaba impregnado de aroma a pancakes, con sirope de maple y mantequilla derretida, para ser exactos.

Mis ojos tardaron varios minutos en acostumbrarse a la luz. Aún era de día.

—Hola —Nina entró por la puerta principal.

—¿Qué tal el trabajo? —se interesó Donovan.

—Es bueno, aunque termina doliéndote la espalda después de hacer varias horas de maniquí viviente. Y la gente es... ya sabes, irritante. Tratan de hacerte reír, maldita sea.

—Te preparé una deliciosa comida —me avisó Joe con gentileza al verme despierta.

Me extrañó escuchar su tono simpático...

¿Me preparó una deliciosa comida? Eso quería verlo.

Sobre la mesa había un plato de pancakes humeando. Y, algo normal... Un vaso de sangre para acompañarlo.

—No te dejes engañar, chica —objetó Nina—. A Joe se le quema el cereal. A juzgar por el aspecto de ese platillo, apostaría a que Donovan fue el responsable.

—Así es —concordó Adolph antes de beber de un vaso que traía en las manos.

Me puse de pie al tiempo que me enrollaba entre las sábanas. No quería que ellos se fijaran en mi sensual pijama.

—¿Dónde está Alan? —sentí curiosidad.

—Universidad —respondió Donovan—. Adolph y yo vamos de salida, camino al trabajo. Estaremos de vuelta antes del anochecer.

El apuesto vampiro se acercó a mí para despedirse. Luego de susurrarme un sensual "adiós" al oído, sus labios tocaron los míos levemente. Fue un beso casi inocente, apenas un ligero roce.

¡Por Dios! Ese chico no tenía derecho a hacer eso. Pero, era excesivamente encantador…

Por razones obvias, todo el mundo lo vio hacer eso.

Los ojos claros de Donovan se clavaron en los míos con cierta complicidad. Si no fuera porque todos seguían observándonos, habría saltado a besarlo de nuevo.

Adolph agarró las llaves, se colocó unos anteojos oscuros, un abrigo y esperó a que Donovan saliera tras él.

Sólo quedábamos Nina, Joe y yo.

—¡Cariño, mi ropa es tu ropa! Elige lo que quieras —Nina abrió el armario, repleto de sus provocativas prendas.

—Ya me gustaría verla con otro de tus atuendos —canturreó Joe entre risitas.

Aún envuelta en las sábanas, fui hasta el gran armario. Examiné cuidadosamente sus costosos vestuarios sensuales. Yo solía vestirme femenina y provocativa, pero nunca tanto. Nina era más bien como un arma de seducción.

En uno de los rincones más alejados, encontré unos jeans negros, ajustados al cuerpo y a la cadera, con el área de las rodillas rasgada. Esos estaban perfectos. Sin embargo, no había ninguna blusa sin escote. Elegí una que tenía una pronunciada abertura en el pecho y una cazadora que presentí que era de Donovan para ponérmela encima.

Me cambié rápidamente en el cuarto de baño y salí descalza.

—¡Oye! —Joe me inspeccionó con la mirada, de arriba abajo—. ¿Te di permiso de usar mi ropa?

¡La chaqueta, claro! Era de él.

—¡Oh! Pensé que era...

—¿De tu noviecito Donovan? —preguntó de forma acusadora, alzando la ceja.

—Sí, sólo... ¡No es mi novio! —comencé a quitarme su abrigo.

—No hace falta, puedes quedártela. Por hoy, supongo —fue un alivio que dijera eso, porque no quería mostrar aquel marcado escote.

—¡Gracias! —hablé entre dientes, sentándome en la mesa antes de darle un bocado al pancake.

—Entonces, ¿tú y Donovan ya...? —interrogó Nina al tiempo que acortaba la distancia entre nosotras.

—¿Ya qué? —me defendí, ruborizándome.

—¡No te hagas la tonta! ¿Son algo? ¿Hicieron algo? Porque ese beso de anoche fue intenso.

Trágame tierra. ¡Qué vergonzoso!

Aclaré mi garganta y me quedé muy calladita, haciendo tiempo mientras masticaba.

—¡Vamos! ¿A que sí pasó algo? —Nina golpeó mi hombro cariñosamente, como lo haría una amiga.

Forcé una sonrisa torcida.

—De hecho, no —contestó Joe, cambiando los canales de la TV con el control—. Él se acostó a dormir en el suelo y ella en el sofá. Bastante romántico, ¿no crees?

—Uhh. Donovan está por atacar, no te preocupes, mi querido amigo —le advirtió Nina de manera escandalosa y graciosa. Ella era divertida.

Fingí ahogarme con la comida para no tener que hablar. Pretendí estar tosiendo.

Joseph se giró en mi dirección.

—Si querías que te diera respiración boca a boca, no tenías que hacer una escena. Podías habérmelo pedido y ya.

Esta vez realmente me ahogué con mi propia saliva.

—¿Qué.. qué te...? —mi voz se entrecortó por la tos—. Hey, ¿qué pasa contigo? No todas quieren probar tus labios, querido.

—Ah, ¿no? —su tono fue de sincera sorpresa, como si honestamente pensara que nadie podía resistirse a sus encantos.

No es que no tuviera unos labios provocativos y un cuerpo mortalmente delicioso...

Incluso podría comérmelo como a un bocadillo, pero...

No, ¡qué diablos! Era un idiota.

O tal vez no me atrevía a confesarle cuán irresistible era.

—No, Joe, quizás no todas quieren contigo — se animó Nina a respaldarme.

En uno de esos momentos de eterno de silencio, se me ocurrió preguntar cuál era el trabajo de Donovan y Adolph.

—Son detectives privados —me aclaró la chica vampiro—. Siempre se necesitan chicos como nosotros para que cubran los casos de personas que aparecen muertas por ataques de vampiros, ¿entiendes? Cuando un vampiro deja una víctima fallecida, Adolph y Donovan ocultan las pistas o implantan falsas, pretendiendo hacer una investigación para que nadie sospeche de nosotros. Luego se inventan que la víctima se ha suicidado o fue atacada por lobos. Lobos de New York, por supuesto —ella se rio ante la idea.

—¿Y tú? —indagué sobre su trabajo—. ¿Siempre eres maniquí viviente?

—Para nada —negó la vampireza—. Trabajo sólo ocasionalmente, cuando quiero ganar algunos dólares. Soy modelo casual.

—Modelo de cartones de leche —se burló Joe. Nina lo fulminó con la mirada— ¡Oh, mira esto! —exclamó mientras tomaba en sus manos el diario de esa mañana, contemplando la página principal con interés—. ¡Qué guapa saliste en el diario!

—¿Quién, yo? —curioseó su amiga.

Él largó un resoplido.

—Tú no, tonta. Ella —me señaló con la barbilla.

¿Yo? ¡Mierda! ¿Por qué estaba en el diario?

—Angelique Moore, joven desaparecida de diecisiete años. Padres la buscan desesperados —leyó en voz alta Joe—. Interesante, ¿verdad? Ella no es modelo y aparece en primera plana. Qué gracioso. ¿No lo crees, Nina?

Ella puso los ojos en blanco.

—¡Joe, no sé tú, pero creo que esto nos meterá en problemas!

Cuando le arranqué de las manos aquel enorme papel gris, vi mi fotografía en blanco y negro en una pequeña esquina de la página.

—¿Por qué lo dices? —cuestionó el vampiro.

—Lo sabes —insistió ella—. La chica no podía desaparecer.

—Deja de decir tonterías —bufó él. Su expresión pasó a ser seria por primera vez.

—¡Está bien, ignórame! Luego verás las consecuencias.

No entendía de qué estaban hablando. Sólo sabía que mi corazón se había quebrado en pedazos al imaginarme a mis padres destrozados, buscándome como locos.

***

Cuando anocheció y todos habían regresado a casa, comenzaron a alistarse para salir. Se estaban vistiendo con prendas que les hacían ver tan provocativos como elegantes.

—No estarás pensando en ir a la fiesta más nombrada del año en esas fachas, ¿o sí? —me dijo Nina, sacando de su guardarropa un insinuante vestido.

Era alarmantemente corto, con un escote detrás que iba desde los hombros hasta la parte baja de la espalda. Era de color rosa opaco y de tela cómoda. Después de vestirme en el baño, me puse mis zapatos de tacón negros y unos aretes que hacían juego con el collar que Nina me entregó.

Perfume, peinado, labial, bolso de mano y estaba lista para salir, sintiéndome increíblemente atractiva; igual que una diosa. Lo cual no era demasiado bueno, porque cuando me sentía de esa manera, solía portarme mal. Algo como seducir chicos para rechazarlos luego. Eso siempre me iba a divertir. Pero esta vez quizás me sentiría algo cohibida por la gran cantidad de piel que mi vestuario dejaba a la vista.

Una vez que terminé de cambiarme y arreglarme, primero me sentí glamorosa, luego avergonzada. Al verme aparecer, los chicos volvieron sus cabezas hacia mí, sin molestarse por disimularlo en lo más mínimo.

—¿La fiesta de alta sociedad en el Excelsior Hotel? —pregunté para desviar la atención—. He ido a muchas fiestas allí. ¿Para qué vamos?

—A darnos un banquete, preciosa —habló Joe con picardía, en un tono juvenil y travieso que lo hacía verse... muy, muy apuesto.

Así vestido podría confundirse con una estrella de cine. Su frase de chico guapo que terminaba con la palabra "preciosa" me hizo derretirme en un instante. Pero mantuve la compostura.

Donovan me rodeó la cintura con un brazo antes de acercarme peligrosamente a él.

Su mano descansaba sobre mi espalda desnuda y se sentía tan bien que no protesté ni puse ninguna resistencia a su tacto. Mi estómago revoloteó, inquieto. Sus labios rozaron mi mejilla de forma tierna. Fue un beso muy cerca de la boca, sugestivo. Un segundo más tarde, le di un empujoncito cariñoso en el pecho para avisarle que se alejara. Lo entendió perfectamente.

—Ya sabes las reglas —recordó Joe—. Romanticismo y esas cosas, se hacen fuera de casa.

—No quiero arruinarles la fiesta, pero es cierto —exclamó Adolph, sonriente.

¿Acaso Alan y Nina sí tenían permitido romper las reglas? Quise preguntar. No obstante, si Donovan no había protestado, tampoco lo haría yo.

Lo de nosotros no era romanticismo. No era nada, simplemente un beso en la mejilla. Un beso inesperado, candente, cerca de los labios. Nada más que eso.

Siendo sincera, a Donovan también lo habría devorado como un suculento bocadillo, por supuesto que sí. Pero nadie tenía por qué saberlo.

Salimos de casa en parejas. Nina tomada de la mano con Alan, al igual que Donovan conmigo. Adolph y Joe caminaban adelante, uno junto al otro con cierta molestia.

Igual que otras veces, la calle de los vampiros se encontraba repleta de fiesta, alcohol y desenfreno.

A escasas cuadras del hotel, la noche parecía más iluminada que de costumbre. Desde la distancia, mi agudizado sentido del oído atendía al sonido en vivo de violines que provenía del interior del lugar. Escuchaba también, debajo de la música, conversiones animadas, el cristal de las copas colisionando cuando brindaban y cada risotada que largaban esas acaudaladas personas.

Al caminar junto Donovan me sentía extraña. No sabía qué pensar. ¿Qué pretendía este chico? ¿Cuáles eran sus intenciones?

Él avanzaba con mi mano dentro de la suya cuando, de pronto, la soltó para rodearme el cuerpo con su brazo entero mientras deslizaba sus labios desde mi oreja hasta mi cuello, acariciándome con ellos. Casi como besándome, pero un poco distinto. Respiraba en la piel de mi garganta, provocándome leves escalofríos. Hasta que esas caricias se convirtieron en besos y mordisquitos inofensivos… placenteros.

—Esta noche luces hermosa —susurró en mi oído.

Yo no pretendía seguir alentando sus juegos.

—Entonces, ¿tú y yo...? —me costó acabar la frase—. Somos... es decir... ¿Qué somos?

Oh, no. ¿Acababa de convertirme en la pesada que pregunta "qué somos" luego de veinticuatro horas de conocer al sujeto?

Donovan dejó de besarme y siguió caminando. Se mantuvo callado durante extensos segundos. El silencio se hizo tan largo que pensé que no respondería.

—Pensé que sólo era... Ya sabes, somos amigos —finalmente aclaró.

Caí en la realidad de golpe, como si me hubieran despertado de un sueño con una jarra de agua fría. Honestamente, había esperado más de él.

—Entiendo —acepté, soltando su mano y apartándolo de mí. No me gustaba la idea de ser... ¿Amigos con derechos? Jamás lo había hecho anteriormente y no iba a empezar ahora, ¿o sí?—. Amigos, comprendo. Sólo juegas. Un beso por aquí, otro por allá, no significa nada.

Donovan se arrepintió enseguida de haber dicho eso, porque:

—¡Oh! —aclamó—. De verdad lo siento. No sabía que para ti esto significaba algo. Yo... perdón. Si quieres, puedo dejar de hacerlo. Es sólo que...

¿A qué quería llegar? Me pregunté con sincero interés.

—No pasa nada. Déjalo así —intercambié una mirada con él—. ¿Al menos podrías controlar tus labios un poco?

—Me gustas —confesó—. Me gustas mucho, si es eso lo que quieres saber. No te estoy usando.

Sí, eso era exactamente lo que quería escuchar.

¡Vamos, no quería un casamiento, llevaba un día conociéndolo!

Lo único que quería era que me dijera que estaba intentando dar el primer paso. Que no era un juego, que realmente le gustaba y que estaba dispuesto a llegar a conocerme mejor. Simple. A mí nunca me había gustado perder el tiempo.

Hice que se detuviera por un instante para besarlo en los labios. Lo hice con cautela y pasión. Ese chico tenía muy buen sabor. Sonrió de forma cautivadora antes de continuar andando.

***

En la recepción del hotel, Joe y Adolph se adelantaron para hablar con la encargada en el mostrador.

—Déjenme adivinar... —expresó la "ocupada" mujer al mismo tiempo que conversaba por teléfono y pintaba sus uñas en un color rojo fuerte—. Tres habitaciones para... ¿tres parejas? —alzó una de sus delgadas cejas rapadas.

Joe soltó una risita tonta y nerviosa.

—No, no soy gay, señorita —la corrigió—. Vinimos porque tenemos reservaciones para la presentación en sociedad de la hija del Sr. Alexander Ó Connor. De hecho, puedes llamarme después de que acabe la velada, estaré disponible para ti.

Él le quitó el bolígrafo de las manos y anotó lo que parecía ser su número de teléfono. Los dos intercambiaron una astuta miradilla.

La mujer preguntó nuestros nombres antes de dejarnos entrar al salón donde se estaba llevando a cabo la celebración.

Todo era muy... aristocrático.

Extrañamente, mi sed estaba bajo control. Todavía pensaba en saltar encima de todas esas personas y beberme hasta la última gota de su sangre, la diferencia era que esta vez no lo hacía. Merecía créditos por eso.

—¿Te sientes bien? ¿Controlada? —me interrogó Adolph cuando pensó que estaba comenzando a vacilar.

Asentí con la cabeza. Tenía miedo de abrir la boca para hablar y que ese aroma entrara en mi organismo, volviéndose demasiado irresistible.

—Mira y aprende —intervino Joseph—. Espérenme en el aparcamiento, le voy a enseñar a la chiquilla cómo se hace esto.

Nos marchamos de forma discreta al estacionamiento del hotel y aguardamos reclinados contra el capó de un vehículo durante minutos. Finalmente, vi aparecer a Joe, acompañado de una chica que se aferraba a su cuello. Ella besaba apasionadamente hasta la última parte de su cuerpo, mientras que él respondía toqueteándola.

Desde la distancia, noté que conducía a la dama hacia un rincón oscuro. Entrecerré los ojos con repugnancia al ver que Joe instalaba sus manos en las nalgas de la mujer al tiempo que descendía con besos hasta sus senos. Y, como es obvio, la hacía retorcerse de placer.

—¿De verdad quieren hacerme ver esto? —me quejé.

—Es seducción —explicó Nina—. La mejor arma de nosotros los chupasangres. Los tontos humanos se sienten inexplicablemente atraídos por nuestra belleza y caen envueltos en esa trampa —la escuché hablar al tiempo que mis ojos seguían a Joe, quien se encontraba haciendo un trabajo profesional de "seducción"—. Luego, cuando se entregan a nosotros, aprovechamos para utilizar el arma mortal... ¡Saz! Mordemos directo a su cuello.

Y en el mismo instante en que ella lo dijo, Joe mordió la garganta de la mujer. Ésta gritó adolorida, aunque nadie iba a escucharla. La música se oía por encima de su voz. Y lo más probable era que si alguien la escuchaba, especulara que se estaba divirtiendo. Aquella dama de peinado abultado y largo vestido negro, convulsionaba de angustia entre los fuertes brazos del vampiro. Minutos y minutos de agonía pura. Yo también había vivido lo mismo no mucho antes.

Somos del bando de los malos. Pensé al mismo tiempo que innumerables incógnitas cruzaban por mi confusa mente. Para mi asombro, ser de los malos cada vez me parecía más excitante. Es decir, ¿quién no ha deseado andar con una banda de sexys vampiros inmortales, apuestos y jóvenes, que se la pasaban mordiendo cuellos por ahí y seduciendo humanos?

No sabía por qué, pero cada segundo que pasaba, la idea me agradaba más. Cada vez me sentía más como una de ellos. Estaba absolutamente dispuesta a vivir de esa forma. Podía despilfarrar mi vida haciendo cualquier cosa y luego cambiar de parecer las veces que quisiera, porque tenía todo el tiempo del mundo por delante.

Podía asistir cada noche a cada fiesta y experimentar la movida noctámbula como ellos lo hacían. Podía ser cualquier persona que deseara ser. Tal vez incluso podía volverme alocada y bailar con vampiros guapos en nightclubs cuando me apeteciera. Sonaba como un auténtico incentivo...

Asimismo, estaba sola en el mundo con un grupo de "adolescentes." ¿Qué joven no ha deseado alguna vez que sus padres se esfumaran al menos un día? Muchos en algún momento lo hicieron. El mundo era mío y el tiempo era lo que me sobraba. Algo tan valioso como el tiempo, ahora valía lo mismo que la vida de insecto.

La mujer del vestido negro falleció desangrada. Su cadáver estaba pálido, inmóvil, y en su cuello se podían distinguir los vestigios de la sangre.

Joe, tras asegurarse de que su víctima estaba inconsciente, introdujo las manos en el escote de la mujer. Más concretamente, entre sus senos, sustrayendo de ese lugar unos cuantos billetes enrollados.

—¿También robamos? —cuestioné, horrorizada.

—¿Robamos? —repitió Donovan, extrañado—. Ellos están muertos, no necesitan dinero.

—¿Lo viste? —me susurró Alan—. Ahora te toca a ti. Nos divertiremos un rato y acabaremos con la fiesta antes del amanecer. Será divertido.

—¡Oh, sí! —exclamó Nina con emoción—. Vamos por esas copas de vino.

—Sólo ten cuidado de no morder en público —me advirtió Adolph.

Mientras Joseph se encargaba del cadáver, volvimos al interior del gran salón de festejo. La decoración era elegante, las copas que ofrecían tenían licores caros. Había una banda de violinistas y jóvenes apuestos coqueteando con chicas. Además, se percibía un aroma a flores y sangre humana flotando en el aire, el cual activó mis instintos como los de un salvaje animal carnívoro.

Necesitaba algo que apaciguara mi sed, algo que me hiciera apagar el sonido sugestivo de los latidos débiles de un frágil mortal.

—Toma —Donovan acercó una copa de vino a mis labios, haciéndome beber de ella—. Te ayudará a olvidarte de la sangre por un rato.

Y era cierto, funcionaba para distraer mis sentidos. Lo único que degustaba mi lengua era ese semiamargo vino. Nada más podía oler el alcohol en el interior de la copa de cristal. Eso fue relajante.

—Ahora ve a ligarte a unos cuantos muchachos para asegurar nuestro banquete, chica —intentó convencerme Nina—. Será mejor que te apresures, antes de que te deje sin candidatos. Por cierto, el rubio alto con la camisa azul es mío.

Ella se marchó, transitando sensualmente hacia aquel joven en el que había puesto su atención. Alan se encogió de hombros, apretando su mandíbula.

—¡Maldita sea, nunca va a dejar de molestarme que haga eso! —se quejó, contemplando cómo su novia coqueteaba con otro.

—¿Por qué no lo intentas tú? —me insistió Adolph.

—Yo... Sí, lo haré, pero debo tomarme unos cuantos tragos primero —acerqué la copa que Donovan tenía en sus manos a mi boca y bebí un poco más.

En pocas horas, la distinguida gente de la fiesta estaba siendo poseída por los hechizos de mi grupo de vampiros. Hasta las damas más solemnes se arrastraban detrás de cualquiera de nuestros chicos. Ellos invitaban a bailar a cada joven del lugar mientras que Nina arrasaba con todos los hombres. Era una profesional del coqueteo, con licenciatura en seducción y maestría en sensualidad. Envidiable.

Lo mejor de todo era que yo también sabía cómo jugar ese juego. En mi antigua escuela, utilizaba mis tácticas para atrapar a los hombres más codiciados. Sabía exactamente cómo hacerlos caer rendidos a mis pies, sobre sus rodillas...

—¿Bailamos? —me pidió Donovan al tiempo que me tomaba de la cintura y me transportaba a la pista.

La música era lenta. Él sujetaba con una mano la copa y con la otra mi columna desnuda. Sus dedos se sentían fríos sobre mi piel. Me deleité con su aroma, con la suavidad de su tacto y los movimientos de su cadera al bailar. A pesar de que su cuerpo era gélido, provocaba que el mío se encendiera. Hacía mucho tiempo que un chico no me hacía sentir tan bien. A su lado me sentía segura, protegida, acalorada, nerviosa y pequeña. Y yo le gustaba, no podía pedir más.

Una vez más, presionó sus labios contra mi cuello. Su respiración me tentaba, su aliento se resbalaba a través de mi piel.

Luego de esa canción, regresamos a la mesa. Cada uno de mis compañeros ahora estaba con su pareja humana o, mejor dicho, su cena. Tanto Adolph como Alan tenían bonitas mujeres acompañándolos. Nina charlaba de forma entusiasta con el chico alto de la camisa azul. Joe se unió más tarde, solo y borracho, con marcas de labial en el cuello de la camisa. Tenía los labios hinchados y enrojecidos.

—¿Qué tal? ¿Se divierten? —comentó, sentándose junto a nosotros.

Adolph besó a su chica mientras que Alan observaba a Nina con atención. Donovan puso una mano sobre mi rodilla.

—¡Joe! ¡Mírate! ¿Puedes, por favor, dejar de beber? —se quejó Nina.

Cogí un cóctel de la bandeja que sostenía uno de los camareros. Bebí un poco. Era de piña, sabía delicioso.

Por instantes, mi mente se alejaba y mi punzante hambre me dominaba. Esos chicos mortales estaban tan cerca... Eran tan jugosos, tan comestibles.

Debo controlarme en público. Me amonesté.

Terminé de beber el cóctel de un sorbo. El ardiente líquido hizo que sintiera dolor de cabeza. Requería más alcohol, de lo contrario, lo próximo que bebería sería la sangre caliente de nuestros invitados humanos. Pedí otra copa y engullí en contenido como si fuera agua.

—¿No crees que estás bebiendo demasiado? —musitó Donovan.

—Quizás —reconocí—. Pero... tú entiendes.

Asintió. Sabía que lo hacía para someter mis impulsos.

—Bailemos, linda —dijo Joe.

¿Me lo dijo a mí?

Se levantó, rodeó la mesa caminando y extendió su mano frente a mí.

Intercambié una miradilla con Donovan antes de ponerme de pie para ir con el vampiro la pista. Cuando sonó un vals, deduje que no era la música preferida de Joe, porque hizo un mohín de disgusto. Sin embargo, no le dio importancia.

Las luces descendieron y aunque el salón parecía poco iluminado, estaba segura de que en realidad lucía mucho más oscuro de lo que podía darme cuenta. Mi nueva visión desarrollada podía atravesar el velo de la espesa oscuridad.

Me estremecí con un escalofrío tan pronto como las firmes manos de Joe se desplazaron hacia la parte baja de mi espalda.

Me abrazó con tanto ímpetu que me inmovilizó. Aplastó mi pecho contra sus costillas al mismo tiempo que usaba sus dedos para acariciar mi espina dorsal.

—Joe, por favor —manifesté antes de empujarlo con mi ineficaz fuerza. Su cuerpo no se movió ni un milímetro—. No me dejas respirar.


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