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Chapter 5: Capítulo 5: Las Hermanas Salem

Los neumáticos de nuestro vehículo chirriaron contra el asfalto al tomar una curva cerrada. Adolph aceleró aún más.

Nina, quien hasta ese momento había estado durmiendo en los brazos de Alan, se despertó sobresaltada, con el corazón en la boca.

El Mustang nos seguía de cerca mientras tratábamos de dejarlo atrás. Por un espeluznante momento, me perdí en los ojos felinos del conductor que nos acechaba.

Súbitamente, salí disparada hacia adelante cuando el otro auto nos embistió por detrás, chocándonos de manera intencional.

Afortunadamente, Joe actuó rápido y, con sus reflejos de superhéroe, interpuso su brazo delante de mí, impidiendo que estrellara mi nariz contra el espaldar del asiento delantero. Era agradable sentirse protegida.

Nina chilló de pánico, mostrando una vulnerabilidad atípica de ella. Era la primera vez que no parecía tan fría y dura como aparentaba.

Continuamos avanzando durante incalculables minutos de frustración. El hombre, o vampiro, nos perseguía incansablemente. No estaba dispuesto a rendirse, como si su objetivo fuera espantarnos más que atraparnos. Estuvo siguiéndonos por largas y angustiantes horas.

La escena resultaba perturbadora: las llantas desgastándose por la velocidad, el viento atroz colándose a través de las ventanas, la tensión reflejada en nuestros semblantes, y la lóbrega vía que se extendía frente al vehículo. En el retrovisor, el personaje cadavérico con la mirada fija en nosotros, aumentaba nuestra inquietud.

Mi cabello volaba descontrolado debido a la intensidad de la brisa gélida, mientras que mi mandíbula permanecía tensa, y mis ojos no dejaban de buscar señales de peligro.

Joe, con la mirada fija en la carretera, fruncía el ceño y apretaba sus puños con fuerza. Adolph, por su parte, agarraba el volante con tanta dureza que parecía que fuera a arrancarlo en cualquier momento. Donovan mostraba una rigidez inusual, evidenciando su perturbación, mientras que Nina abrazaba el cuello de Alan, encontrando consuelo en medio de la tensión.

Aquello bien podría haber sido una escena perfecta para una película de terror, pero lamentablemente no lo era.

En un fugaz instante, recordé parpadear; lo hice en una milésima de segundo. No obstante, cuando abrí los ojos y me fijé en el espejo retrovisor, el otro auto ya no estaba detrás. Todos nos volvimos para mirar hacia la carretera. El Mustang había desaparecido entre la densidad de las penumbras. Lo habíamos perdido. ¿O tal vez nos había dado ventaja?

—No pasa nada —resonó la voz de Adolph—. Quizás sólo nos estaba dando un susto.

—Pues funcionó —admitió Nina antes de unir sus labios a los de Alan.

Con el auto, Adolph dio una vuelta en "U" para devolverse.

—¿Qué haces? —le cuestionó Donovan al comprender que íbamos de regreso.

—Nos hemos saltado el camino correcto.

El vehículo descendió por una pendiente escondida en la carretera. Al final de ésta, había un letrero de madera enmohecida que tenía letras difusas hechas con pintura blanca:

"Welcome to Deadly Hall".

Nos adentramos en unas nebulosas calles que parecían tener miles de millones de años. Casas cutres, coloniales y antiguas se vislumbraban en el horizonte. Era como una dimensión paralela. Se trataba de un pequeño pueblecillo recóndito debajo de la ciudad, a la mitad del Forest Hall.

Parecía ser una acogedora aldea dentro de un bosque, con caminos sin asfaltar y senderos hechos de tierra o arena blanca. Aunque eran muy pocas las casas, más o menos una cada kilómetro, éstas debían tener al menos un siglo allí en el mismo sitio. Se me hacía fácil comparar el lugar con un pueblo embrujado, o un puerto abandonado, o una ciudad vaquera y solitaria en el viejo oeste. Un lugar muerto, de esos que muestran en la ficción.

Al final de la senda, donde se terminaba la línea del horizonte y las casas se eclipsaban; había una edificación que parecía un antiguo castillo de la edad media, de piedra, con altísimas torres y ornamentos góticos o de estilo medieval. Aunque no combinaba con el resto de la aldea, era hermoso.

—Damas y caballeros... —profirió Adolph, empezando a sonreír—. He aquí nuestro nuevo alojamiento.

Aparcó en la entrada.

—Escúchenme bien —continuó en un tono de órden—. Estamos en la vivienda de las mejores cazadoras de vampiros del planeta. Es por eso que ellas no deben saber lo que somos. No debemos hacer nada que nos delate, porque oficialmente podemos considerarnos hombres muertos. Nos las arreglaremos para ocultar que bebemos sangre. Aún así, prefiero vivir con un grupo de hechiceras antes que ser asesinado de la forma más cruel por un Zephyr. Ellas nos darán protección, ahora viviremos aquí.

El silencio fue unísono y simultáneo.

Los chicos abrieron las puertas del Impala para salir. Pero yo tenía un serio problema.

—No puedo —musité, tomando el brazo de Joe antes de que pudiera bajarse.

El volteó a verme con el ceño fruncido. No fue el único que escuchó mi ahogado comentario. Los demás volvieron a entrar al coche, como si pensaran que lo que tenía para decir merecía su atención.

—¿No puedes qué? —me cuestionó Donovan, volviéndose para darme una ojeada desde el asiento delantero.

Sólo entonces solté el brazo de Joe.

—No puedo ir ahí. No he bebido nada de san...

—Shhh —Joe me cubrió la boca de nuevo con su palma. En seguida, enmudecí—. Ellas pueden escucharlo todo —farfulló, retirando su mano rápidamente, como si temiera que volviera a morderlo.

—No me siento controlada —finalicé en un bisbiseo—. En todo el día no he bebido nada.

El conjunto de vampiros a mi alrededor se miraron las caras. Parecían estar preguntándose algo mentalmente.

Nina, con mucha agilidad, abrió su mochila. Sus manos trepidaban. De allí extrajo uno de esos vasos térmicos metálicos y me lo ofreció.

—Bébelo, rápido —me ordenó.

Engullí el líquido tan de prisa como pude, con una desesperación reprimida.

Aquello sólo pareció haber acrecentado mi apetito, porque terminé con ganas tomar más. De todas formas, me sentía ligeramente más capaz de dominar mi hambre.

Asentí con la cabeza cuando noté todas las miradas fijas en mí. Cinco chicos esperando una respuesta.

***

Llamamos al par de puertas enormes. Dos gárgolas en el pórtico me observaban con innegable sed. Seis vampiros nos mordíamos las uñas con angustia. Era comprensible que yo tuviera miedo, pero... ¿Ellos también tenían miedo? ¿De qué? ¿De las "hechiceras"? ¿Tan terribles eran?

La puerta se abrió, revelando la oscuridad en el interior de la estancia. Lo único que se apreciaba era lobreguez y sombras. Ninguno se atrevió a entrar. Simultáneamente, compartimos miradas, preguntándonos qué hacer.

Entre las penumbras, emergió una figura más negra. La silueta de una persona. Reconocí que se trataba de un hombre bajo el umbral de la puerta. La figura masculina se aclaró cuando una cascada de luz plateada iluminó la mitad de su perfil.

Con la mitad del cuerpo furtivo entre las sombras y la otra mitad débilmente iluminada por la luna, el joven sonrió desde los adentros del recinto. Aparentaba cerca de veinticinco años, quizás. Alto, moreno, esbelto y con el cabello largo atado en una coleta detrás de la cabeza. Llevaba un complejo traje blanco y negro, nada casual. Era un mayordomo.

—Bienvenidos —sonrió con más esmero, dejando relucir sus dientes y apartándose de la puerta para que pudiéramos entrar.

De acuerdo, ¿quién quiere ir primero? Pensé con un toque de humor, tratando de restarle importancia al asunto y aliviar un poco mi tensión.

Me dio la impresión de que Joe, Nina, Alan y yo pensábamos lo mismo, porque, repentinamente, los cuatro sonreímos. Al vernos los rostros, fue como si nos hubiéramos leído el pensamiento.

Adolph fue el primero en dar el paso, seguido de Donovan. Luego Joe y Alan. Por último Nina, que tuvo que halarme del brazo para hacerme mover los pies.

Las luces del recinto se encendieron tan pronto como entramos, creando una atmósfera propia de esas mansiones espeluznantes y embrujadas. No había nadie más allí, sólo unos clásicos muebles vetustos, un montón de antigüedades costosas, un mayordomo y nosotros: seis chicos terriblemente asustados.

—Tomen asiento —el gallardo asistente señaló los sillones del recibidor.

Los seis, obedientes, nos sentamos en aquellos muebles de dudosa antigüedad.

Aguardamos en silencio. Adolph tenía sus ojos verdes clavados en sus manos entrelazadas. Joe estaba inquieto, igual que un niño pequeño, con su mirada gris brillante y encendida.

Parpadeé un par de veces mientras escuchaba calmados pasos golpeando las gigantescas escaleras. Desde las alturas, aparecieron las tres mujeres más góticas que jamás había visto.

Pálidas, igual que tres fantasmas. Usaban vestidos negros con corsé, mortífero maquillaje blanco con labios rojos o negros, sin una gota de rubor; ojos azules enmarcados en lápiz negro, cabelleras largas, absolutamente oscuras y lisas. Las tres eran iguales, trillizas. Tres réplicas exactamente idénticas con aspecto mortífero.

De no haber sido vampiro, hubiera pensado que eran tres vampiresas al estilo Morticia Addams. Sin embargo, olfateaba su sangre fría, casi como la sangre humuna, pero con un aroma peculiar. Igual de apetecible y atrayente, sólo que un poco diferente.

—¿Qué tal se encuentran nuestros invitados? —masculló una de las tres con voz aguda, femenina y suave.

—Hola —la saludó Adolph, vacilante.

—¿Por qué han tardado tanto en llamar a la puerta? Los vi llegar en el auto —expresó otra de las copias con la misma voz.

—Lo siento, mis amigos tenían un poco de miedo —admitió nuestro líder, escondiendo su cara al fijar la vista en el suelo.

—Ay, por favor. No somos unos monstruos, no mordemos a nadie —replicó una de las trillizas.

—Yo soy Agatha, ella es Helen y ella es Lorraine. Somos las hermanas Salem. Pueden quedarse aquí el tiempo que quieran. Arriba están las habitaciones, son libres de instalarse en todas las que deseen. Nosotras tenemos que salir justo ahora a patear el trasero de unos cuantos chupasangre. Si quieren algo, Harvey estará en su despacho —se referían al mayordomo.

El joven sirviente les abrió la puerta. Afuera había una limusina fúnebre esperando a las tres hermanas. Ellas se despidieron con la mano mientras sonreían y se iban andando hasta el vehículo.

Una vez que las tres mujeres abandonaron la mansión, Harvey desapareció dentro de "su despacho", supuse.

Nosotros seis nos miramos antes de tragar saliva con pánico.

—Este lugar le pone los pelos de punta incluso a un grupo de vampiros criminales como nosotros. Y ni hablar de esas tres hermanas góticas —Nina rompió el silencio. Su voz hizo eco entre las paredes gruesas.

Adolph miró a todas partes con irrefutable temor.

—Tengan cuidado con lo que dicen, por favor —rogó.

Donovan suspiró. Y vi cómo, de improviso, el cuerpo de Joe se relajaba. Se recostó cómodamente en el espaldar del sofá y se quitó los zapatos para poner los pies encima de la mesita de café.

—Oh, sí —barbulló—. Esta noche tenemos una casa exclusivamente para nosotros. Maldita sea, qué lugar más increíble. Tendré una habitación para mí solo. ¡Al fin algo de privacidad!

Nina sonrió para sí misma.

—Claro que sí, esto será genial —casi gritó—. ¿Cuánto tendremos que pagar de alquiler? ¡Mi sueldo no alcanza!

Joe agarró su par de zapatos y se echó a correr escaleras arriba. Nina salió detrás de él para hacerle competencia. Alan y Adolph caminaron con aburrimiento hacia los escalones. Iba a seguirlos cuando noté que Donovan no parecía interesado venir. Se quedó allí sentado, dejando escapar una larga exhalación.

—¿No vienes? —indagué, nerviosa.

Se levantó para alcanzarme. Di unos pasos más, pero me percaté de que no se movía. Se quedó atrás. Justo cuando estaba a punto de girarme para enfrentarlo, sentí su cuerpo tocar el mío por detrás. La tela de su camisa me tocaba la espalda descubierta por el escote.

Repentinamente, aquellos gélidos labios se deslizaron desde mi hombro hasta mi cuello y se detuvieron en mi mandíbula. Me estremecí hasta la punta de los pies. ¡Qué bien se sentía! Me di la vuelta para rodearle el cuello con los brazos. Él me sonrió cálidamente antes de besar mis labios. Fue un beso lento y apasionado, lleno de fuego. Un juego de lenguas extremadamente peligroso.

Dejó mis labios para regresar a mi cuello. Acarició el contorno de mi nuca con sus dedos y me mordisqueó levemente. Sus dientes me rozaban la piel, provocándome placer. Su aroma llenaba mis sentidos, su piel fría me aplacaba el calor…

Entonces descubrí sus pérfidas intenciones. Abrió la boca ampliamente, mostrando sus alargados colmillos. Iba a morder mi garganta con toda pasión, iba a beber mi sangre. Pero me opuse. Lo sujeté de los hombros para alejarlo, recurriendo a un poco de fuerza. Él suspiró con decepción.

—Lo siento, yo... —no sabía qué decirle.

—Está bien —me tranquilizó.

Su mano atrapó la mía y me condujo escaleras arriba.

***

Cada quien había tomado una habitación. Yo elegí una cerca de las de todos los demás, en el mismo pasillo. Era un aposento enorme con una antigua cama en medio, muebles anticuados y un balcón cuyas puertas cerré poniendo el pestillo antes de cubrirlas con las cortinas, debido a que era aterrador observar el panorama de ese lúgubre pueblo.

¿Qué clase de vampiro soy si me da miedo hasta mi sombra? Me pregunté, contemplando el techo con adornos barrocos hechos en yeso.

No podía dormir. Ni tenía sueño, ni podía controlar mi ansiedad. Sin poder soportarlo, agarré las sábanas y almohadas para salir al pasillo donde, casualmente, se encontraban Adolph, Alan, Nina, Donovan y Joe. Cada uno de pie frente a su puerta con sus sábanas y almohadas. Los seis reímos a carcajadas antes de bajar a la sala principal.

Una vez allí, nos sentamos muy juntos en la alfombra y los sillones.

—Chicos, es aburridísimo intentar dormir cuando no los escucho fastidiándome, supongo que me acostumbré a quedarme dormida hablando con ustedes. En serio, ya no me agrada tanto la privacidad —admitió Nina, sonrojándose ligeramente.

Los demás rieron, sabiendo que todos opinaban lo mismo.

***

Toda la noche estuvimos conversando, lo cual me dio la oportunidad para conocerlos mejor a todos. En ese momento, eran chicos graciosos y amables, no asesinos ni ladrones. Inclusive, entre palabrería tonta, pude mantener alguna que otra conversación con Joe sin insultarnos o atacarnos como perros y gatos.

Él era mucho más divertido y considerado cuando conversaba con sus amigos. Casi dejaba de lado su presumida fachada y su vanidoso ego. Claro que, secretamente, me gustaban mucho los chicos pretenciosos. Pero estaba convencida de que habían dejado de gustarme cuando conocí a Joe.

A veces era muy irritante haciendo bromas pesadas. Eso me hastiaba. Algunas otras veces me trataba como una chica a la que repudiaba. Y otras veces sólo me sonreía y me hablaba con gentileza, sin dejar de ser seductor. Es que simplemente nunca podía dejar de ser seductor, ni siquiera mientras hacía chistes o se tomaba todo a la ligera.

Sin darme cuenta, fui la primera en caer dormida. Mi mente estuvo toda la noche en blanco. También fui la primera en despertar.

Me desperezé en los brazos de Donovan. Contemplé al grupo de chicos tumbados por todo el salón, durmiendo. Me escabullí del agarre del guapísimo vampiro para ir hasta algún baño cercano.

—Espera —oí la voz de Joe—. ¿Adónde vas?

—No te importa —bostecé, al tiempo que hablaba adormecida.

—¿Siempre eres tan amargada? —se levantó del sillón.

—No, cuando me emborracho soy...

—Lo sé —me interrumpió—. Sé cómo eres cuando estás ebria.

A pesar de que comenzó a largar suaves carcajadas, noté cómo intentaba reprimir su risa.

Inevitablemente, sonreí.

—Con Donovan tampoco eres tan malhumorada, ¿verdad? —insinuó.

Negué con la cabeza.

—Creo que es más bien algo personal contigo —bromeé, elevando las comisuras de mis labios.

De pronto, reparé en la herida de colmillos en su cuello. Aún no se había cerrado. Cuando recordé que yo había sido la responsable de aquello, mi sonrisa se desdibujó. Me recorrió un escalofrío al acordarme de aquella noche. Bueno, lo poco que recordaba, que cada día se hacía más borroso. No aparté la vista de su garganta. Él sabía lo que miraba.

Impulsivamente, toqué mi cuello, palpando las incisiones que Joe me había hecho.

Algo me decía que él estaba recordando lo mismo que yo. Su amplia sonrisa maliciosa, su mirada astuta, la forma en la que se humedeció los labios con la lengua… Sus gestos cómplices me hacían saber que, de la misma manera, estaba rememorando la mordida. Para él podía haber sido entretenido, pero para mí era vergonzoso.

Sin dejar de observarme, Joseph pasó por mi lado, golpeando mi hombro con el suyo deliberadamente.

¿Cómo podía ser tan arrogante y sexy al mismo tiempo?

—¡Oye! —me quejé, chillando al tiempo que me frotaba el hombro ligeramente adolorido.

El estúpido vampiro ni siquiera se giró para verme. Siguió su camino escaleras arriba.

***

Minutos más tarde, recogí un poco de ropa de Nina y busqué un cuarto de baño en el pasillo de arriba. Examiné puerta por puerta, hasta que lo encontré. Y…

Oh, no. No estaba vacío. Claro que no.

Había un jacuzzi, un lavamanos ornamentado y una alfombra en el suelo. Además, las estanterías estaban repletas de productos para la higiene personal. Una gran ventana con las cortinas abiertas dejaba entrar mucha luz solar, que resultaba molesta y cegadora. También había un par de encimeras, y por supuesto, no podía faltar, un Joe medio desnudo con una toalla alrededor de sus caderas.

Mi mejillas ardieron, ruborizándose. Sentí la presión de mi estómago avergonzado.

—No sabía... Lo siento —tartamudeé.

Comencé a cerrar la puerta de vuelta, pero él me detuvo.

—¿Por qué no te quedas? —sugirió, con la más persuasiva de las sonrisas.

¡Oh por Dios! ¡No!

Mi maldito corazón no dejaba de latir con increíble prisa. Y sabía que Joe podía percibirlo.

En una milésima de segundo, me rodeó la cintura con sus brazos, metiéndome a la fuerza en el cuarto de baño y cerrando la puerta conmigo dentro. Mi respiración era discontinua y esporádica.

—Podemos bañarnos juntos —propuso.

Sacudí la idea de mis pensamientos, intentando no formular una respuesta. No iba a pensar en eso, claro que no. ¿Qué clase de proposición me estaba haciendo?

Sabiendo que mi pecho latía exasperado sobre el suyo, quise alejarme lo antes posible. Sin embargo, no lo conseguí, porque sus musculosos brazos me aprisionaban contra su rígido, despiadado y sugestivo cuerpo. Me revolví inútilmente, tratando de zafarme.

—¿Estás borracho? —pregunté. Fue lo único que se me ocurrió.

—Oh, sí, lo estoy —respondió de forma atemorizante y jocosa.

¿De verdad lo estaba?

En ese momento ni siquiera podía pensar lo suficiente como para darme cuenta de que Joe no había bebido nada desde la última vez que yo lo había hecho. Es decir, desde la fiesta en el hotel.

Nunca sabía cuándo hablaba en serio y cuándo no, porque todo se lo tomaba con el mismo sentido del humor.

—No me mientas —repuse, nerviosa.

—¡Pero claro que estoy borracho! ¿No ves lo que estoy haciendo? —me apretó más fuerte contra él.

Por un instante me pareció muy lógico que estuviera ebrio.

—Pues, suéltame, borracho —impugné.

Negó con la cabeza.

Él sonreía, sin parecer ebrio en absoluto.

Acarició mi cabello de forma sensual.

Un minuto más y... pasaría algo de lo que luego estaría arrepentida.

—Entonces, ¿qué? ¿Nos bañamos juntos? —repitió con esos deliciosos labios curvados hacia arriba.

Estaba poniéndome a prueba, adiviné por fin. Me quería engañar haciéndose pasar por ebrio para ver cómo reaccionaba ante sus encantos sin los efectos del alcohol de por medio. ¡Wow! Eso fue un razonamiento rápido y admisible.

Yo también podía jugar con él, ¿no? Claro que podía. Desde el fondo de mi ser, saqué lo más seductor que tenía, intentando actuar de la misma manera. Con voz coqueta, le dije:

—Joe, ahora no. Es muy temprano para eso.

Ahora él sabía que ambos estábamos jugando el mismo juego. Contuvo una risotada.

—Hmm... Eso suena interesante... ¿Esta noche entonces? —se mordió los labios, esperando mi respuesta.

—Claro, esta noche, por supuesto —le acaricié el pecho con los dedos.

Decir esas palabras me hizo ruborizarme. Al parecer, mi mano no tenía intención alguna de apartarse de su suculento pecho.

—Me parece bien, es una cita —confirmó, después de mordisquear mi oreja—. Esta noche, aquí en este baño, para un par de borrachos como tú y yo.

Me dejó ir.

Tan pronto como logré liberarme de sus brazos, sentí alivio. Conseguí lo que quería, que era quitármelo de encima.

Lo de la cita de esa noche era algo que ambos sabíamos que no iba a suceder. Tan solo jugábamos, ¿cierto?

Más tímida que nunca, me escapé de ese lugar a toda velocidad. Al estar fuera, mi rostro perdió ese color vibrante. Todavía llevaba la ropa de Nina colgando en una mano y mi corazón seguía acelerado. Me horroricé cuando una sonrisilla se curvó en la comisura de mis labios.

De repente, Nina apareció en el pasillo con su mochila en el hombro y una cara adormilada. Me había visto cerrar la puerta detrás de mí.

—¿Ya utilizaste el baño? —me apartó para entrar.

—¡No...! —protesté.

Muy tarde.

Ella abrió y encontró a Joe, quien la miró con los brazos cruzados en el pecho. Por suerte, aún la toalla resguardaba sus caderas.

—Estoy empezando a sentirme acosado —bufó el vampiro.

Nina también se sonrojó, cerrando la puerta tan rápido como pudo. Entornó los ojos al tiempo que me observaba, preguntándose algo. Imaginándose algo.

Era obvio. Me vio salir de una habitación donde había un chico a medio vestir y luego sonreír igual que una idiota.

Espero que no lo malinterprete.

Sus ojos se llenaron de malicia.

Para mi paz mental, no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a irse caminando hasta el otro baño al final del pasillo.

***

Alrededor de las diez de la mañana, dos asistentas llegaron. Una de ellas nos preparó un inmenso desayuno mientras que la otra se paseaba de aquí para allá limpiando la mansión. Las hermanas brujas todavía no aparecían.

Fue un día lleno de tensión. Debíamos evitar las conversaciones sobre cualquier cosa que nos involucrara con vampiros. Teníamos que ocultar nuestros instintos y contener nuestra sed. Pese a que estas tres mujeres no se mostraron durante todo el día, se suponía que fuésemos precavidos.

Adolph nos recordaba constantemente que las paredes podían escuchar. En especial dentro de una mansión de hechiceras. Al final, en presencia o no de las tres mujeres, conseguimos salir de fiesta esa noche. No sin antes hacerme escuchar una larga charla de cómo cazar con precaución.

¡Por favor! Éramos vampiros malvados. ¿Quién necesitaba precaución?

***

A pesar de la enorme distancia que nos separaba de la ciudad, llegamos sin problemas a la celebración. Los dulces dieciséis de una chica llamada Lucy. Ninguno de nosotros sabía quién era. Aun así, figurábamos en la lista. Esas eran las ventajas de ser un vampiro.

En comparación con la fiesta para estirados de la última vez, ésta estaba bastante encendida. La música, los tragos y el ambiente eran más modernos.

La gente aglomerada en la pista de baile me dificultaba el traslado de un lugar a otro. A pesar del frío, todos ellos sudaban, acalorados por el roce de sus cuerpos mientras danzaban y el enérgico ejercicio que eso conlleva. Adicionalmente, el espacio parecía bastante más reducido cuando le agregabas un montón de adolescentes alocados y borrachos.

No podían faltar aquellas parejas besándose y toqueteándose a escondidas en los rincones. Mis compañeros se sentían como pez en el agua, al igual que yo. Hacía menos de un año, casi todas mis amigas celebraban sus dulces dieciséis y yo asistí a un sinnúmero de fiestas de ese tipo. Sólo restaba divertirse y terminar de bebernos la sangre de aquellos chicos.

La música tan alta hacía vibrar mi pecho. El olor del alcohol ya me había mareado, aunque no tanto como el aroma de la sangre fresca de todos esos apetitosos humanos. A eso se le sumaba mi desenfrenada sed, que necesitaba urgentemente ser saciada. Pero debía permanecer en el banco de la paciencia, porque aún no era el momento.

Mientras caminábamos entre la muchedumbre, tiré del brazo de Donovan para que se quedara junto a mí debido a mi problemilla de "vampira salvaje desenfrenada". Le pedí que nos sentáramos. Y lo hicimos en una de las mesas vacías. Cuando escondí mi cara en su pecho, olfateé aquella sutil fragancia a colonia masculina. Una diferente a la de Joe, aunque igual de buena.

Por un segundo él se mostró confundido sobre lo que estaba haciendo. Luego se dio cuenta. Necesitaba aislar mi olfato de toda esa provocativa comida (humanos). Su cuerpo se sentía frío. Perfecto para mí, una amante las bajas temperaturas. Su aroma me llenaba hasta lo más profundo al tiempo que sus ojos me estudiaban con detenimiento. Inesperadamente, sus brazos me envolvieron.

No vi a Joe acercarse, porque tenía la cara hundida en el pecho de Donovan. Sin embargo, alcancé a percibir su aroma mientras se aproximaba. Lo que me permitió imaginármelo andando con esos aires engreídos: Su rostro y cuerpo llenos de confianza, su peculiar forma de moverse, sus músculos tensándose, su sonrisa blanca con unos colmillos apenas visibles, su cabello negro ligeramente desordenado, y su mirada traviesa con esos ojos grises juguetones...

Sentí su mano en mi hombro desnudo. Mi piel se heló cuando me tocó. Transfirió una buena dosis de adrenalina a mi interior. Saqué la cara del traje de Donovan para mirarlo. Él seguía con su mano sobre mi hombro. Ya veía venir sus indirectas machistas, su característica risa de patán, su voz presumiendo la chica que estaba a punto de echarse…

No me apetecía escuchar aquello, así que mi expresión fue dura cuando me volví a verlo. Sorpresivamente, sin asomos de borrachera y con su más galante sonrisa, me dijo:

—¿Quieres bailar?

Parpadeé tantas veces como pude, intentando comprender lo que eso significaba.

¿Qué pasó con los ultrajes? ¿Con aquello de presumirme a la cara algo que ni siquiera me importaba? ¿Las insinuaciones, los comentarios morbosos?

¿Quieres bailar? Eso sonaba tan caballeroso, tan distinto a Joe… Y me desconcertó. Estaba más preocupada dándole vueltas al asunto que por responderle. Y, como no le dije nada, me agarró ambas manos y me sacó del regazo de Donovan para conducirme a la pista de baile.

Sonaba un fresco hip hop electro. Joe puso sus manos alrededor de mi cintura y yo, espontánea y distraídamente, rodeé su cuello con mis brazos.

Entablamos un baile mientras que nuestros cuerpos se tocaban. Estábamos tan juntos que no podía sentirme más cerca jamás de alguna persona. Nuestras piernas se entrelazaban cuando nos movíamos, su olor me atraía. Clavé mi mirada en su rostro. Primero en sus ojos, luego en sus labios, sin poder ignorar lo cerca que estaban ni la sensación de sus manos puestas en mi cintura, atrayéndome hacia él cada vez más.

No iba a negar que mis movimientos eran sensuales. Ésa era mi forma de bailar, sexy y provocativa. Sincronicé mis labios con la canción, simulando cantar directo en su rostro, como si cada palabra que decía se la estuviera dedicando, sin importar su significado.

Nos divertíamos como cualquier otro par de chicos. Él sonreía al verme. Tenía los ojos fijos en algún punto de mi cara, aunque no sabía qué era exactamente lo que miraba. Era más bien como si intentara no verme a los ojos sin tener que desviar el rostro. No pude ignorar la sensación del roce de su cuerpo, ni el calor corporal que emanaba.

Tan pronto como la canción acabó, se apartó de mí. Soltó una pequeña carcajada antes de dejarme marchar, casi con alivio. Mi sonrisa se borró al percatarme de que no podía interpretar nada de lo que él hacía, decía o insinuaba.

Me llevó de vuelta a la mesa antes de retirarse sin decir nada.

No había ni una gota de sudor en mi cuerpo. Debido a esto, mi maquillaje continuaba intacto. Pero me dolían los pies, llevaba días utilizando zapatos altos.

Al sentarme junto a Donovan, él comenzó a repartir repetitivos besos cortos encima de mi boca. Cedí a ese sabor tan grato y a la suavidad de aquellos suculentos labios.

Más tarde, desde la mesa, vi la actividad de los demás. Nina estaba bailando con Alan, Adolph conversaba con una chica en la barra y Joe bailaba descontroladamente con más de cinco mujeres a la vez. Entretanto, Donovan no se movió de su silla durante toda la velada. Empecé a pensar que era un poco aburrido, o tal vez introvertido.

Permanecí a su lado, observando cómo tomaba cócteles al tiempo que yo me limitaba a beber agua o soda. La experiencia me había hecho aprender. No me quedaban ganas de beber alcohol de nuevo, al menos no por un tiempo. No obstante, a medida que la noche avanzaba, sentía que cada vez perdía más el control y que ni siquiera el olor de Donovan podía desviar mi atención de toda esa sangre que esperaba por mí.

El vampiro miró su reloj.

—Ya es hora —me dijo—. Ve por ellos.

Sonreí de alegría. Examiné con los ojos cada rincón del salón, tratando de localizar a un chico guapo al cual seducir para luego beber su deliciosa, tibia sangre.

Lo hallé. Había un joven de piel oscura y bonitos ojos claros, recostado a una pared. Bebía de una botella de cerveza.

Sabía cómo acercarme con la perfecta determinación y audacia. Caminé de forma sugestiva hasta él. Lucía como una perfecta víctima, apartado de la multitud, con su bonito pelo cayéndole en el rostro, su saludable corazón latiendo para mí y su adorable mirada posada en mis curvas, igual que un gatito embelesado.

Lo tengo, pensé.

—Hola, caballero —le saludé después de haber acordado la distancia entre los dos.

Tracé la línea de su mandíbula tensa con mi dedo índice, tal como lo haría una de esas damas promiscuas que aparecen en televisión. Él estaba nervioso, podía sentirlo.

—¿Quieres tomar algo? —me ofreció antes de presionar su boca contra la botella.

—¡Oh, no! Prefiero estar a solas con este apuesto hombre —toqué su pecho. Era fácil seducirlo. La presa perfecta.

—¿Por qué no? ¿A dónde quieres ir? —interpeló.

—¿Qué tal por allá? —señalé la noche, en las afueras del salón.

En el jardín había una piscina rodeada de flores y antorchas clavadas al suelo. Un ambiente demasiado romántico para beber sangre, pero no para morder un cuello.

Mis pensamientos dieron un vuelco. Me pregunté repentinamente si Joe, en ese preciso instante, estaría acostándose con su próxima víctima, como solía hacerlo.

Por el contrario, mis planes no contemplaban el sexo.

Seducción empezaba a parecerme una hermosa palabra. Era la palabra que saciaba mi sed, al menos.

Tentación era la palabra más odiosa. La mayoría de las veces, la tentación era más fuerte que la voluntad.

De ahí que cuando muerdes la manzana, te destierran del paraíso. Primero placer, luego miseria.

Poco a poco, estaba convirtiéndome en un ser repulsivo. ¿Cómo podía parecerme tan satisfactorio hacer el mal? Asesinar gente a diestra y siniestra. Cada vez que era consciente de ello, cerraba los ojos y mordía mi labio hasta sentir dolor.

El muchacho fue atraído por mí, la tentación. Lo guié hasta la parte trasera de los arbustos, donde nadie podría observarnos. Ahora parecía estar más cómodo conmigo.

Nos devoramos con besos y mordidas. Mi lengua recorrió su boca con sabor a cerveza, mis labios se colmaron de un placer incoloro y desteñido. Lo único que me apetecía era tener su sangre, nada más que eso.

Mi cuerpo temblaba por el apremio. Sólo un poco de dulce sangre caliente llenando mi boca, era todo lo que deseaba. Incluso me sentía bastante débil debido al hambre. Hambre de ese líquido escarlata, lógicamente. Lo necesitaba delirantemente para mantenerme en pie.

El joven que me besaba logró aprovecharse de la situación, tocándome las piernas y espalda con lujuria. Descontroladamente, seguí jugando con su lengua.

Y obtuve lo que quería.

Cuando mis dientes rompieron sus labios, detuve mi beso para saborear la calidez del líquido que brotaba de la incisión. Sabía a éxtasis y remordimiento. Pasé mi lengua por encima de su labio roto, esperando beber toda la sangre posible.

Sólo un poco más, murmuré en mi cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

De improviso, el más inesperado dolor atravesó mi estómago.

Apreté mis párpados al sentir punzadas dolorosas en todo el abdomen. Tan pronto como abrí los ojos, sin saber lo que sucedía, descubrí que el sujeto empuñaba una navaja enterrada en mí. Mi boca se abrió por los intentos de quejarme, pero sólo conseguí largar un gemido poco audible.

—Muere, cría de vampiro —espetó, riéndose al tiempo que sacaba su arma del interior de mi cuerpo, deslizándola fuera de mi abdomen y perforado vestido.

—¿Qué demonios...? —hablé con muchísima dificultad.


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