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Chapter 10: Capítulo 10: Rojo y Rosado

El caos estalló a mi alrededor. Los cazadores se precipitaron sobre Joe como una jauría enloquecida, sus armas en alto y sus rostros contorsionados por una mezcla de odio y determinación. El sonido de los disparos llenó el aire, retumbando en mis oídos como una macabra sinfonía.

Los destellos de las detonaciones iluminaban intermitentemente la escena, revelando la figura de Joe en el centro de la tormenta. Su cuerpo fue alcanzado por varios impactos de balas, su mirada ardía con una ferocidad inquebrantable mientras bebía de su hermano.

Cada bala que lo atravesaba, parecía encender un fuego en mi pecho. Quería correr hacia él, protegerlo, detener la lluvia de disparos y sanar sus heridas. Pero estaba paralizada.

El olor a pólvora llenaba el aire, mezclándose con el aroma metálico de la sangre derramada. Los cazadores gritaban, sus voces formaban un coro discordante de violencia.

—¡Angelique! ¡Joe! —nos llamaban el resto de nuestros amigos, sin poder alcanzarnos debido a que los cazadores les cerraban el paso.

—Hermano, háblame —oí decir a Joe con voz quebrada, seguía de rodillas junto al pálido cuerpo de su hermano—. ¡Christian, dime algo!

Le puso la mano en el pecho, intentando detener la hemorragia, luego agarró su muñeca, como si tratara de sentir su pulso. Conmocionado, sujetó a Christian entre sus brazos, acomodándolo sobre sus piernas.

—Hermanito, estás vivo, ¿verdad que sí? —se aferró a él, empapándose de sangre mientras lo abrazaba.

Cuando la muchedumbre de humanos lo capturó, siguió aferrándose a Cristian. Ambos fueron arrastrados a través de la arena, dejando un rastro carmesí.

Gateé hacia ellos al tiempo que era golpeada por los mortales.

—¡Joe! —grité cuando estuve cerca—. Joe, vámonos, nos van a hacer trizas.

Tiré de su brazo, luchando por liberarlo antes de que nos exterminaran. Evidentemente, no era lo suficientemente fuerte como para hacer algo.

De repente, unas manos me atraparon con firmeza. Inicialmente pensé que alguien intentaba lastimarme, pero al mirar hacia arriba vi a Darius, que me ayudó a levantarme y luego desapareció misteriosamente entre la multitud de cazadores.

Mi mirada se dirigió hacia la masa enloquecida que rodeaba a Joe, ahora lo había perdido de vista. Me adentré en medio las amontonadas personas, empujándolas con furia, decidida a llegar hasta él.

Alan apareció de la nada, alejando a los oponentes mientras los arrojaba con una fuerza sobrehumana. De pronto, recibió una flecha en uno de sus muslos. Casi sin inmutarse, siguió combatiendo. Agarraba a los mortales desde el cuello como si fueran simples muñecos de trapo y los lanzaba a una velocidad increíble contra los demás, derribando a varios en una sola maniobra.

Agarrando a Joseph desde la camisa, logró apartarlo de la escena.

—Vamos —dijo con una serenidad imperturbable.

Al ver que el otro vampiro no se movía, comenzó a arrastrarlo lejos de la multitud. Enmudecido, Joe observaba cómo el cadáver de su hermano se perdía en el caos circundante.

Los seguí, esquivando varios ataques en el camino.

Adolph había aparcado el vehículo a una distancia estratégica y aguardaba dentro junto a Donovan y Nina. Cuando Alan forzó a Joseph a entrar al asiento trasero, me uní a ellos. El motor rugió al arrancar y nos alejamos a toda prisa, abandonando a nuestro numeroso público. A toda velocidad, dejamos atrás Deadly Hall, encaminándonos de vuelta a la ciudad a través del bosque.

A mi lado, Joe mantenía los ojos cerrados y su mano descansaba sobre la profunda laceración que la estaca le había infligido en el pecho.

—¿Estás bien? —le pregunté en voz baja.

Movió la cabeza, asintiendo en silencio al tiempo que mordía sus labios hasta hacerse daño. No obstante, sabía que algo andaba mal. Su rostro lucía pálido y su camisa estaba teñida de un carmesí oscuro.

De forma brusca, Adolph frenó el auto en alguna oscura calle.

—Síganme —nos indicó, bajándose.

Los cinco obedecimos, arrancando a correr detrás de nuestro cabecilla.

No pude evitar darme cuenta de que Joe se estaba quedando rezagado. Noté que el sonido de su respiración se escuchaba cada vez más lejos. Volví la vista hacia atrás y lo distinguí a varios metros de distancia, apoyando sus manos sobre sus rodillas al tiempo que luchaba por tomar aliento. Mientras los demás seguían corriendo, regresé para auxiliarlo. Cuando me aproximé, lo ayudé a enderezarse, colocando una mano en su espalda.

—Joe, ¿qué tienes? —me preocupé—. Déjame ver.

Empecé a levantarle la camisa y pude ver la profunda magulladura en su pecho. Mi expresión debió haber reflejado lo grave que lucía. Además, descubrí un par de agujeros de bala en sus hombros y otro cerca de las costillas.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me toques? —gruñó él, apretando mis muñecas.

—¿Qué? ¿Por qué...? —no finalicé la oración, porque se acercó más a mí y sostuvo mi rostro entre sus manos.

Por un breve instante creí que me besaría.

—Porque cuando me tocas, siento que te quiero y no soy capaz de reconocerme a mí mismo. Maldita seas, Angelique, maldita sea lo que me haces. Por ti asesiné a mi propio hermano, por tu culpa lo maté, ¿lo entiendes? —gritaba exasperado—. Para salvarte, tuve que matar a Christian y ni siquiera lo dudé, sólo lo hice. No comprendo por qué me importas tanto, ¡no lo entiendo, joder! ¡Todo esto es una maldita locura! ¡A la mierda con todo!

Me quedé sin palabras, completamente atónita. Él me miraba con ira, sus manos cálidas aún descansaban en mis mejillas. Sin pensarlo, lo rodeé con mis brazos mientras tenía cuidado de no lastimarlo. Por un breve instante no reaccionó, hasta que me apartó suavemente.

—Vamos —murmuró quedamente.

En un silencio opresivo, continuamos avanzando por las calles de la ciudad nocturna. En los muros y postes de luz, alcancé a ver algunos anuncios:

"DESAPARECIDA: Si la has visto, comunícate con nosotros", decían los volantes con mi fotografía, mi nombre y el número de teléfono de mis padres.

Poco a poco, comencé a reconocer los lugares por los que transitábamos. Los locales, las avenidas... Más adelante, divisé una casa que me resultaba familiar. Una hermosa y espaciosa vivienda con un porche acogedor, rodeado de plantas y adornado con flores que empezaban a marchitarse debido al descuido. Un auto deportivo reposaba en el garaje. Era mi hogar, mi antigua casa.

Incapaz de resistir el impulso, me alejé para entrar en el jardín de mi casa. Necesitaba ver a mi familia.

Al asomarme por la ventana de cristal, me sentí derrotada. Mi madre sollozaba mientras discutía acaloradamente con mi padre, sosteniendo mi fotografía entre sus manos. Ambos se culpaban por mi desaparición. Sus voces elevadas, lágrimas y lamentos resonaban en el aire. Desde el pasillo, mi hermanita menor, Serenity, observaba con un rostro cargado de angustia.

Me sentí responsable de la desgracia que aquejaba a mi familia. Tuve que esforzarme para no caer en la tentación de llamar su atención, de hacerles saber que estaba bien, que no debían preocuparse.

Sentí deseos de golpear la puerta, abrazarlos con cariño y pedirles perdón. Mi madre me prepararía un reconfortante chocolate caliente, como solía hacer cuando llegaba empapada por haberme mojado bajo la lluvia durante mi infancia.

Sin embargo, no podía hacer tal cosa. Ellos se encontrarían con una versión distinta de mí. Me había convertido en una amenaza para ellos, al igual que Joseph lo fue para Christian.

Lágrimas emergieron sin previo aviso, empapando mi rostro.

—Lo lamento —oí farfullar a Joseph a mis espaldas.

—¿Qué cosa? —respondí con voz quebradiza y aguda luego de una silenciosa pausa. Trataba de contener el llanto.

—Lamento tanto haberte hecho esto —explicó el vampiro de manera calmada—. Nunca debí convertirte en uno de nosotros, soy tan egoísta. Por favor, perdóname, Angelique.

Sonaba tan sincero que mi corazón se acongojó.

No dije nada, me limité a reposar mi rostro en su clavícula mientras dejaba escapar sollozos de angustia. Sentí un consuelo reconfortante al ser envuelta por sus cálidos brazos. Correspondí al abrazo con ternura.

—Quiero que se acabe esta pesadilla —balbuceé entre lágrimas—. Quiero de vuelta a mis padres, a mi hermana, a mis amigos, ¡quiero mi vida de vuelta! —respiré con dificultad—. No veré a mi hermana crecer, me perderé de sus momentos importantes, como su graduación o su primer baile. No estaré en la boda de mi mejor amiga, tampoco ayudaré a mis padres durante su vejez.

Él profirió un suspiro lentamente.

—Lo sé —habló de manera seria—. Eso es algo que nunca podré perdonarme. Pero al menos quisiera tener tu perdón —me acarició despacio el cabello—. ¿Me perdonas, Angelique? ¿Algún día lo harás?

No le contesté, únicamente me apreté un poco más contra él. Sus labios suaves me rozaron la frente en un beso.

Me encontraba desorientada, confundida y abatida, sin saber qué pensar. Me obligué a cesar el llanto y soltarlo.

Acababa de ver una faceta de Joe que no conocía. Éste era un Joe sentimental, que pide perdón y que demuestra cariño más allá de lo sexual.

—¿Dónde están los demás? —indagué, eliminando los rastros de lágrimas de mi rostro con mis dedos.

Aparté mi mirada de la casa, tratando de borrar los pensamientos y remembranzas que me asediaban. Tenía que acostumbrarme a la idea de que había cambiado, era diferente. No tenía que permitir que mis emociones ni las de los demás me afectaran. Debía bloquear todo signo de debilidad, porque me había convertido en un ser despreciable, un monstruo aborrecible. Incluso sin darme cuenta, sentía cómo mi corazón se volvía más frío y despiadado con el paso del tiempo.

—Creo que fueron a hablar con Erick —contestó él—. Es un viejo amigo, alguien que puede ayudarnos a encontrar refugios para vampiros jóvenes como nosotros. Si nos apresuramos, quizás podamos alcanzarlos, pero esta condenada estocada me está causando un dolor insoportable. ¿Por qué mejor no regresamos al auto? Dudo que podamos llegar hasta ellos.

Nos dirigimos de regreso al vehículo y nos acomodamos en los asientos traseros. Un gruñido de dolor escapó de los labios de Joe cuando hizo un esfuerzo al sentarse.

El silencio reinó por un momento. Sentada a su lado, sentía una extraña excitación ante el simple roce de su brazo contra el mío. Sus poderosos músculos estaban en tensión, mi hombro rozaba el suyo, su calor corporal me envolvía.

¡Oh por Dios! Deja de pensar en eso. Me reproché, intentando convencerme de hacer algo que no quería.

—¿Cómo te sientes? —rompí el silencio.

Levanté una mano para situarla sobre su frente e intentar medir su temperatura corporal. Cuando mis dedos estaban a punto de tocar su piel, me detuve y retrocedí, evitando el contacto.

Me aclaré la garganta, desviando la mirada con timidez.

Él me observó con seriedad.

—Estoy bien.

—Ustedes dos... —cambié de tema, corriendo el riesgo de estar presionando demasiado—. Tu hermano y tú eran cazadores, ¿cierto? Me preguntaba si… ¿crecieron en Deadly Hall?

—No —sacudió con la cabeza—. Nacimos al oeste de Canadá y más tarde nos mudamos a Estados Unidos. Cuando yo tenía dieciséis años y Christian trece, los vampiros asesinaron a nuestros padres. Una manada entró en casa y nuestros padres nos obligaron a escondernos, mi hermano y yo observamos todo desde las ranuras de las puertas del armario en el que nos ocultábamos. Presenciamos cómo mataron a mi hermana mayor, a mi madre y a mi padre. No pude hacer nada para detenerlos. Desde entonces, Christian y yo nos quedamos completamente solos, hasta que nos unimos a un grupo de cazadores. Pasamos nuestra adolescencia persiguiendo chupasangres, enfrentando los riesgos que venían con ello. Y, bueno, el resto es historia. Hace más de un año, me vi involucrado en problemas mayores. Me enfrenté a vampiros peligrosos en terrenos igual de peligrosos. Mi hermano creyó haberme visto perder la vida en una pelea contra uno de ellos. Fui mordido y estuve a punto de desangrarme, pero no morí. Fui rescatado y decidí apartarme de la vida de Christian y del mundo de los cazadores. Hace unos meses, fui transformado.

—¿Cómo pasó? ¿Cómo te transformaron? —curioseé.

—Eso no te importa —refunfuñó.

Suspiré con frustración.

¡Qué chico tan terco y odioso!

—Bueno, es una larga historia —admitió finalmente.

—Bien, no me digas si no quieres.

En seguida, sujetó mi barbilla sin la menor delicadeza, girando mi cara hacia él para obligarme a mirarlo.

—Te ves muy sexy cuando te enfadas —me dijo, esbozando una amplia sonrisa.

Frunciendo el ceño, retiré sus manos de mi rostro y me separé de él sin dejar de mostrar mi enojo.

—Pervertido, depravado —lo insulté.

—¿Yo? ¿Y qué hay de ti?

¿Yo? Sí, claro. Pensé con tono irónico.

Luego de un breve silencio en el que fingí estar enfadada, me rendí.

—Hey —departí—. ¿Conoces a un tal Darius Ross?

Él me miró extrañado.

—¿De qué hablas?

—Darius Ross —repetí—. ¿Te suena ese nombre?

—No, ¿por qué?

—Por nada —contesté—. Es un chico que conocí.

De improviso, oí pasos aproximarse. A juzgar por el sonido, supuse que eran varias personas. En la distancia, distinguí a Nina, Donovan, Adolph y Alan. Emergieron desde un estrecho callejón, apenas lo suficientemente ancho para que pasara una persona a la vez. Entendí por qué habían optado por no llevar el automóvil.

Los cuatro volvieron corriendo y subieron al Chevy.

—Regresaremos a casa —anunció Adolph—. Erick no está por aquí.

****

Una vez que estuvimos en ese pequeño refugio en la calle de vampiros, conduje a Joseph hasta al sofá, pidiéndole que se apoyara en mí para caminar.

—Quítate la camisa —le ordené. Ya sabía que su ceja se arquearía de esa manera cuando terminé de hablar. Lo interrumpí antes de que pudiera soltar un comentario malicioso—: Ni se te ocurra decirlo, Blade.

Él comenzó a retirar la prenda, desabrochando los botones uno a uno. Lo ayudé a deslizar la tela fuera de sus hombros antes de correr a buscar el botiquín.

Examiné cuidadosamente sus heridas, desinfectándolas. Apreté algodones húmedos en alcohol contra su piel, limpiando la sangre mientras Joe soltaba quejidos de dolor.

Cuando noté todos los ojos posados en mí, me expliqué:

—¿Qué? Tomé un curso de primeros auxilios.

Entonces desviaron su atención hacia otra persona.

—Alan Black —espetó Nina en tono acusador—. Creo que nos debes una explicación. ¿De dónde diablos obtuviste todas esas habilidades?

—No estoy seguro de que quieran saberlo —respondió el acusado.

—Habla ahora, Alan —insistió Adolph.

—Bueno, yo... soy hijo de Zephyrs —declaró el vampiro. Un perpetuo silencio se apoderó del lugar, incluso Joe dejó de quejarse—. Y no tengo catorce años, tengo dieciocho. Como sabrán, vine aquí cuando tenía catorce, pero sí he crecido. La verdad es que no sé cómo nunca se dieron cuenta. Ya saben que los hijos de Zephyrs crecen sólo hasta los dieciocho años.

Y eso explica muchas cosas.

—Alan, nos has engañado todo este tiempo —proclamó Nina en voz baja—. ¿Qué pasó con tu historia de que fuiste convertido en una pelea en un club?

—Lo inventé para que me permitieran estar en su grupo. Lo siento.

—Entonces, ¿eres hijo de vampiros? —intervino Donovan—. Pensé que los vampiros no podían tener hijos.

Adolph se aclaró la garganta.

—Algunos Zephyrs han logrado tener hijos. Hasta donde sé, no es tan sencillo —intervino con voz fría y estoica—. Alan, ¿quiénes son tus padres?

—Eso no importa. El asunto es que me escapé de ellos hace muchos años y, dado que no le dieron importancia, jamás pienso volver. Espero que me entiendan.

—¿Por qué no me lo dijiste? —la voz de Nina destilaba furia—. ¿Después de tantos años es ahora cuando empiezo a conocerte realmente?

—Nina, perdóname, pero... —Alan empezó a hablar al tiempo que se acercaba a su novia.

Ella se alejó antes de sentarse en su cama.

—De acuerdo, ¿alguien más tiene algo que confesar? —Adolph sonaba severo y enojado—. Porque empiezo a sospechar que nos conocemos menos de lo que imaginé.

Todos permanecimos en silencio. Terminé de vendar las heridas de Joe, luchando contra un deseo repentino e inapropiado de besar su pecho desnudo.

¿Qué demonios me estaba pasando?

Hablando de confesiones…

Recordé algo importante.

—Donovan, necesito hablar contigo —mascullé en voz baja.

La preocupación por la privacidad me embargó. Si hablaba con Donovan en ese lugar, todos los demás se enterarían. Incluso si nos retirábamos a la esquina más apartada, con sus oídos súper desarrollados podrían escuchar cada palabra.

—Ven —me instó él.

Me agarró de la mano y me condujo hasta afuera. Como aún era de noche, la fiesta en la calle seguía en pleno apogeo. Nos adentramos en la multitud, sorteamos el bullicio y finalmente llegamos a un callejón más tranquilo y despejado.

—Ahora sí, pregúntame lo que quieras.

No pude evitar darme cuenta de lo apuesto que lucía esa noche bajo la luz de la luna, con las manos en los bolsillos y caminando con elegancia.

—Joe me ha contado sobre lo que haces —farfullé con la mirada puesta en el pavimento.

—Lo sé.

—Tengo algunas dudas —comencé—. En primer lugar, ¿necesitas hacer eso todo el tiempo o simplemente lo haces por diversión?

—La verdad es que lo hago por gusto —reconoció—. No es algo que tenga que hacer para sobrevivir.

—¿Matar a todas las mujeres con las que te acuestas es parte de ello? —pregunté con curiosidad.

—No, sólo bebo su sangre.

—¿Lo haces más de una vez con la misma mujer? Es decir, ¿vuelves a visitarla después de haber estado con ella previamente?

—Sí, algunas veces regreso con alguna conocida.

—¿Y haces eso de las películas? Ya sabes, ¿manipulas los sueños de las mujeres?

Donovan dejó escapar una risita.

—Hmm, no exactamente. Cuando paso la noche con ellas y las muerdo, suelen pensar que es un sueño, sobre todo si es la primera vez. Si en cambio las visito en varias ocasiones, empiezan a sospechar —¡Vaya, qué fácil era hablar con mi novio sobre sus aventuras con otras mujeres!—. Pero no tengo el poder de controlar sus sueños ni nada por el estilo. Aun así, los vampiros tenemos una especie de influencia hipnótica que es irresistible para la mayoría de los mortales, lo cual les hace ceder fácilmente a nuestros deseos o dejarles confundidos acerca de lo que experimentaron. Es como si tuvieran una especie de neblina en sus recuerdos.

Asentí ligeramente. Aunque no sabía la razón, lo que Donovan hacía no me agradaba en lo absoluto.

—¿Eres un adicto al sexo? —largué al fin.

Él levantó las cejas, sorprendido ante mi comentario. Luego contuvo una leve carcajada.

—Angelique —detuvo su andar y posó sus manos sobre mis hombros—. ¿Qué clase de enfermo crees que soy? Puedes llamarme asesino, chupasangre e incluso ladrón, pero nunca me he considerado un adicto al sexo.

—Es que no comprendo por qué lo haces —repliqué—. Digo, ¿por qué te causa algún tipo de satisfacción especial? No puedo entender si es por placer, hambre o algo más. Tienes la oportunidad de salir casi todas las noches con nosotros, incluso podrías tener encuentros íntimos con tus víctimas y beber su sangre. Entonces, ¿qué tiene de especial ser un Succubus?

—Es diferente, pero no creo que lo entiendas.

—Por favor, Donovan, sólo dime lo que sea que tengas que decirme y luego yo decidiré si lo entiendo. Te he dicho que puedo manejar cualquier cosa —lo reñí—. No me gusta nada lo haces.

—No siento nada especial por ninguna de mis víctimas, tampoco voy a enamorarme de esas mujeres —alegó—. No se trata del placer que pueda obtener de ellas, sino de su energía vital. Es sobre el poder que puedo eventualmente conseguir.

Sentí un cálido alivio recorriéndome. Sus dedos acariciaron mi rostro con ternura y gentileza.

—Te quiero, Angelique —confesó—. Si tengo a una chica tan hermosa a mi lado, ¿por qué habría de desear a cualquier otra?

Nuestros labios se encontraron en un húmedo beso. Extrañaba la sensación de su boca contra la mía. Correspondí a su beso apasionado, mis brazos lo rodearon y él sujetó mi cintura, intensificando el fervor del beso.

Cuando finalmente nos separamos, me sentí satisfecha. Recuperamos la compostura y permanecimos abrazados, mirándonos a los ojos.

Dos chicos me habían dicho "te quiero" en una sola noche, eso era algo positivo. Sin embargo, lo que me perturbaba era que no podía evitar comparar a Donovan con... Joe. Me avergonzaba admitir incluso para mí misma cuál de los besos disfrutaba más, ¿los de Donovan o los de Joe? Evité responder a esa pregunta, no quería enfrentarla.

—¿Hay algo que debas confesarme? —preguntó de repente, su tono llevaba una carga de seriedad.

Una inquietud momentánea se apoderó de mí.

—¿Como qué? —inquirí, hecha un manojo de nervios.

—No lo sé, sólo pregunto —sus palabras me dieron la impresión de que sabía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—¿Lo sabes? —demandé, tratando de poner a prueba su respuesta.

—¿Qué cosa? ¿Que te acostaste con Joe? —reparé en que trataba de no parecer furioso, aunque claramente lo estaba.

—¿Qué? No, yo no... —tartamudeé—. No me acosté con él.

Donovan me miró fijamente, parecía estar evaluando mis palabras.

—Angelique, no soy estúpido. Esa noche no estuviste en tu habitación y a la madrugada te vi salir de su cuarto con su ropa puesta —me delató.

—No pasó nada —mentí por segunda vez.

—Ah, ¿no? Vaya, debo ser muy malpensado entonces —siseó con sarcasmo—. ¿Qué me dices de esto? —desdobló la bufanda que envolvía mi cuello—. Desde esa noche has utilizado bufanda, y ha de ser casualidad que aún esa cicatriz se vea reciente —prosiguió con ironía.

Mi mente trató de encontrar una respuesta adecuada, una excusa. Me había descubierto.

—Donovan, no significó nada —dije apresuradamente.

—Para mí significó mucho —me reprochó—. Significó que optaste por tener sexo con él antes que conmigo. Sin mencionar que me lleva ventaja en muchas cosas. Quizás debería intentar emborracharte una noche y probar suerte.

Forcé una sonrisa.

Donovan tenía ventaja en una cosa: me había besado antes. Sin embargo, la comparación que usó resultaba absurda. Joe era innegablemente atractivo, pero no volvería a ocurrir nada más entre nosotros.

—Él no es competencia para ti —traté de tranquilizarlo—. Como mencioné antes, nunca tendría una relación con alguien como Joe.

Él reanudó nuestro beso, esta vez de forma más feroz. Mordisqueaba mis labios con tanto fervor que tuve que esforzarme para mantener el ritmo. Mis manos acariciaron su espalda mientras él entrelazaba sus dedos en mi cabello.

De camino a nuestro refugio, no dejamos de besarnos.

****

Transcurrió una semana, pero apenas lo noté. El tiempo parecía volar cuando me sumergía en el disfrute. Salir todas las noches con amigos, coquetear y morder cuellos era una experiencia fantástica. Donovan y yo manteníamos nuestra relación a base de besos y coqueteos incesantes.

Joe continuaba siendo el mismo, a veces distante, a veces no tanto. Siempre seductor, gracioso y tan irresistible como patán. Le había tomado varios días recuperarse de las heridas del último enfrentamiento.

Dado que nos perseguían vampiros poderosos y un pueblo entero de cazadores y hechiceras, nuestras salidas eran moderadas. Durante el día, pasábamos la mayor parte del tiempo durmiendo, descansando de las noches intensas y salvajes que solíamos tener.

Todo parecía fluir sin problemas. Alan abandonó la escuela, Donovan y Adolph trabajaban sólo ocasionalmente para no llamar la atención de los Zephyrs y, de vez en cuando, Nina salía con sus llamativas pelucas y su atuendo provocativo. A pesar de que ella aún mantenía una relación con Alan, me había confesado que le tenía menos confianza por haberle ocultado su linaje de vampiros mayores durante tanto tiempo.

Aquella noche la sed me invadía y nadie planeaba salir de cacería, excepto Joe. Lo vi arreglándose frente al pequeño espejo, peinando hacia atrás su atractivo cabello.

—¿A dónde vas? —le pregunté.

—¿No es evidente? La noche es joven, voy a divertirme. ¿Quieres venir? —me propuso.

No vacilé en absoluto, me apetecía beber sangre.

—Por supuesto —respondí con una sonrisa de anticipación.

Hice esperar a Joe en el coche durante quince minutos mientras me vestía de manera sensual y provocativa. Antes de marcharme, le di un beso de despedida a Donovan, quien parecía reacio a dejarme ir.

Finalmente, subí al vehículo con el bolsito de mi maquillaje en una mano.

—¿Cómo me veo? —pregunté a Joe al mismo tiempo que examinaba mi aspecto en el retrovisor.

—Estás preciosa —manifestó con una media sonrisa

Me sorprendió gratamente escuchar esas palabras de él.

—No aceleres todavía, deja que me aplique el labial —le pedí—. ¿Tú qué opinas? ¿Rojo intenso o brillo rosa?

¿La tentación o la inocencia…?

—Rojo —contestó sin dubitar.

Observando mi reflejo en el espejo compacto de mi estuche de maquillaje, empecé a deslizar lentamente la barra de color escarlata sobre sobre mis labios.

Joe, que había estado mirando al frente hasta ese momento, fijó su atención en mí. Sentí sus ojos clavados en mi cara, lo cual me puso un poco nerviosa. Con cierta malicia, terminé de aplicarme el labial de manera tentadora y segura. Volví el rostro hacia él para mostrarle mi obra maestra.

—¿Qué tal? —fruncí los labios, como si me dispusiera a besar a alguien.

Me impresionó verlo tragar saliva y notar su comportamiento extraño. Sacudió la cabeza, como si quisiera despejar su mente. Luego volvió la mirada al frente.

—¿Estás intentando provocarme? —dijo en tono bromista, haciendo referencia al labial—. Te queda muy bien, por cierto —añadió con una sonrisa mientras ponía en marcha el motor.

Dejé escapar una risita.

—¡Ups! Me descubriste —respondí de manera juguetona.

Ambos compartimos una risa suave.

Nos dirigimos a un club nocturno. Una vez que llegamos, caminé a su lado al entrar, pero me tomó por sorpresa la cantidad de vampiros que había. Estaban por todas partes. Los humanos eran una minoría y muchos de ellos iban acompañados por chupasangres. Cazar en un lugar como ése sería un desafío.

Al echar un vistazo a mi alrededor, reconocí a esa mujer alta, voluptuosa, con una figura envidiable. Cabello largo, labios granate y un atuendo mucho más revelador que el mío. Era Deborah, la misma Deborah Russel con quien Joe solía acostarse. Sin darme cuenta, fruncí el ceño al verla.

La mujer tenía la mirada fija en Joseph mientras se pavoneaba, meneando sus caderas. Volví a mirar a Joe, quien parecía estar hechizado al contemplar el cuerpo de la vampireza.

—Hola, guapo —le susurró Deborah al oído cuando estuvo cerca de nosotros.

Posteriormente, lo besó en los labios, provocándolo, excitándolo, controlándolo… Besó cada parte de su rostro, tenía dominio total sobre él.

—Hola, preciosa —respondió el vampiro, con los labios todavía adheridos a los de ella.

Me invadió una extraña sensación en el pecho, fruncí el ceño más pronunciadamente.

—Gracias por venir esta noche, de verdad estaba aburrida —la voz de Deborah hipnotizaba a Joe como el silbido de una serpiente. Era como una cobra venenosa—. ¿A tu acompañante le importaría si nos perdemos un rato?

Al menos la víbora tenía claro que yo era su acompañante.

—No, a ella no le importará —asumió Joe y se abrió paso entre la multitud para marcharse junto a su diabla.

Casi dejé caer mi mandíbula de indignación. Agarré su brazo antes de que pudiera irse.

—¿Vas a dejarme aquí sola? —interpelé, incrédula.

—Diviértete —sonrió, alejándose

Con la boca abierta y el ceño fruncido, lo maldije en voz baja.

Es un sucio.

¿Me había traído consigo solo para abandonarme? Sabía que se encontraría con su diabla y aún así me permitió venir. ¿Para qué? Para hacerme presenciar cómo se iba al infierno con esa mujer. Y además, en un lugar donde era casi imposible conseguir beber sangre.

Es un insensato, ridículo, idiota, estúpido, imbécil, un maldito patán, un puto desgraciado. Repetía esas palabras en mi mente.

¿Acaso no tenía derecho a estar furiosa? Por supuesto que sí. ¿Ahora qué iba a hacer sola en ese lugar? ¿Ligar con vampiros? ¿Bailar en el tubo? Por favor.

Quería tomar el auto para largarme, pero Joe tenía las llaves y no tenía ni idea de dónde demonios se había metido. Por otro lado, no quería arruinar su momentito de pasión con su vampira. Aunque, pensándolo bien, la idea de dejarlo frío mientras intimidaba con Deborah me resultaba tentadora.

—Maldita sea —me quejé en voz baja.

En ese instante recordé que estaba rodeada de vampiros con oídos agudos.

—¿Algo anda mal, preciosa? —me habló uno de ellos.

Cuando me volví para mirarlo, únicamente pude distinguir su torso bajo una camisa blanca. Era un hombre altísimo. Mis ojos viajaron hacia arriba para encontrar su rostro. El sujeto medía más de dos metros, un auténtico gigante. Atractivo, eso sí, aunque un poco mayor para mí. Lo ignoré y me dirigí a la barra.

Pasé varias horas maldiciendo a Joseph, furibunda.

Ese imbécil se va a enterar de quién soy, se las verá conmigo. Gruñí para mis adentros.

Decidida a salir de ese lugar y tomar un taxi, me levanté de la alta silla. Estaba a punto de dar un par de zancadas cuando alguien tiró de mi brazo. Giré en redondo, casi saltando por el susto y la sorpresa. Ahí estaba de nuevo Darius Ross, apareciendo de la nada.

Y, ¿ahora qué? Me pregunté, con una mezcla de intriga y molestia.

—¿Otra vez tú? —mi voz denotaba mi tediosa desgana.

—Si estás de mal humor porque tu compañero te dejó tirada, puedes llevar tu irritación a otro lado —rezongó.

—Eso es precisamente lo que estaba haciendo, me largo —la furia se escapaba de mi interior, hice un esfuerzo por relajarme. Quizás estaba siendo hosca con la persona equivocada. Suspiré, resignada—. De acuerdo, ¿qué quieres?

—Solo vine a acompañarte, ¿es eso un delito? —preguntó con más confianza de la que debería—. Pensé que sería buena idea, más aún cuando tu amante te ha plantado.

Me eché a reír a carcajadas, de forma exagerada.

—¡Oh, sí! ¿Mi qué? ¿Mi amante? —hablé entre risas—. Es lo más absurdo que he escuchado en mi vida. ¿Joe? ¿Mi amante? ¡Qué cosas que dices! ¿Estás pensando con coherencia últimamente, Darius?

—Como sea, lo que tú digas —desestimó mis palabras con ironía—. Ahora dime, ¿por qué le preguntaste a Joe sobre mí, cuando te pedí explícitamente que no mencionaras mi nombre a nadie?

Mi sonrisa se desdibujó. Hice una mueca de asombro.

—¿Cómo sabes eso? —alcancé a decir.

—Te dije que te vigilo. Siempre te merodeo, como sabrás.

—Oh, eso suena aterrador —fingí una voz grave.

¿Cuántas cosas habría visto? Era peligroso que ese Darius supiera tanto de mí.


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