Download App

Chapter 14: Capítulo 14: Ti Voglio

Darius negó con la cabeza antes de echarme un vistazo, encogiéndose de hombros.

—Él no puede verme ni escucharme —aclaró—. De hecho, nadie puede hacerlo, solo tú.

Me quedé paralizada al tiempo que mi rostro palidecía. Volví la mirada hacia Joe.

No puede ser, pensé. No puedo creer esto. ¿Estoy volviéndome loca?

¿Todo este tiempo, Darius nunca existió? ¿Era producto de mi imaginación?

Deslicé la mano desde mi frente hasta el nacimiento de mi cabello, observé a mi alrededor y, solo entonces, lo noté. En los espejos, únicamente estábamos Joe y yo. El reflejo de Darius era invisible.

Suspiré, resignada.

—Debo estar enloqueciendo —mascullé, todavía sin poder creerlo.

—No estás loca. Es normal que, tú sabes... —balbuceó Joe.

—Angelique, deberían huir ahora mismo —continuó Darius.

—Joe, voy a marcharme sola por el pasillo si no vienes conmigo —le advertí.

Aún no sabía si Darius era real o no, pero sabía que debía intentar largarme de una vez por todas. También sabía que Joe no me permitiría aventurarme sola en esa osadía.

—Pequeña testaruda —gruñó por lo bajo.

Supuse que se sentía extorsionado y sonreí ante la idea.

Sus gestos denotaban cansancio. Pasó una de sus manos por su barbilla, como si estuviera pensando, aunque a mi parecer, estaba más bien conteniéndose para no sacudirme histéricamente. Cuando le di la espalda para marcharme, no tuvo otra opción que seguirme.

Darius comenzó a caminar, guiándome a través del pasillo. Tal como me había advertido, estaba despejado. Quizá no estaba completamente loca después de todo. Avancé con cautela, sin saber a dónde íbamos.

—Angelique, han desactivado el dispositivo de Joe. Ahora puedes tocarlo —me avisó.

Instintivamente, me giré hacia Joe, pero no lo toqué. Tenía miedo. Si Darius resultaba ser una invención mía, saldría lastimado.

A través de las paredes, escuché el sonido de sollozos en la cercanía. Y mi miedo aumentó. Aquello me provocó unas incontrolables ganas de acurrucarme en el pecho de Joe. Sin pensarlo, me acerqué más a él y puse la mano en su hombro.

—¡No! —gritó, retirando mis manos de su cuerpo.

No obstante, se percató con rapidez de que nada sucedía y enmudeció súbitamente.

—Está desactivado —le informé.

—¿Cómo lo supiste?

—Darius me lo dijo —respondí sin vacilar.

De un momento a otro, reposó sus manos sobre mis hombros.

Su mirada se volvió hambrienta, casi salvaje. Con una urgencia abrumadora, me acorraló en la oscuridad y besó mis labios furiosamente. Sus brazos se ciñeron alrededor de mí con tanta fuerza que me hacía daño. Sin embargo, el ardor de su boca golpeando la mía y su lengua húmeda en mi interior hacía que valiera la pena.

Enloquecida, me dejé llevar por el fervor de aquel beso desenfrenado, aferrándome a sus labios con una pasión inusitada, fusionándome con su cuerpo como si fuéramos uno solo. Fue un beso efímero, pero cargado de deseo reprimido.

Él se detuvo abruptamente cuando el llanto resonó más cerca de nosotros. Jadeé para recuperar el aliento.

Siguiendo los sollozos, avanzamos a través de las penumbras hasta que reconocí la voz de Nina y el inconfundible aroma de Adolph. Era ella quien lloraba inconsolablemente.

¡Mierda, ¿qué le habían hecho?! La preocupación se reflejó en mi rostro.

—¡Me violó! —chillaba ella, temblando de pánico—. ¡Ese maldito abusó de mí!

En ese momento la encontré, sentada en el suelo, apoyada contra una fría pared de piedra, sus rodillas dobladas y su rostro oculto entre los brazos de Adolph. Él la sostenía con dulzura, meciéndola suavemente al tiempo que le acariciaba el cabello.

—¡Por Dios! —corrí en su dirección.

Me dejé caer de rodillas junto a ella antes de envolverla en mis brazos.

¡Pobre chica!

Mi rostro enrojeció de ira. ¿Cómo podían hacerle algo así?

Joe se puso en cuclillas para estar a nuestra altura. Su semblante lucía deformado por la rabia.

—¿Quién fue el desgraciado que hizo esto?

—Fue Bartholomeo —respondió Adolph antes de dirigirse a Nina—. No te preocupes, princesa, me encargaré de despedazarlo con mis propias manos. Juro que no descansaré hasta verlo muerto.

Aunque no podía distinguirla con claridad entre las sombras, había vestigios en su cuerpo de aquel ataque. Moretones, la ropa hecha jirones, la camisa a medio abotonar por falta de botones y una herida sangrante en sus labios. Estaba descalza, con el cabello enmarañado, el cual le cubría su rostro húmedo. También tenía manchas de maquillaje y un rastro de lágrimas mezcladas con máscara de pestañas que iba desde sus ojos verdes hasta su cuello.

Adolph tampoco estaba en mejor estado. Su camisa estaba teñida de sangre en el centro del pecho y tenía magulladuras y lesiones en muchos lugares visibles de su cuerpo.

—Alan y Donovan se encuentran en el piso de abajo, luchando contra Edmond y su hermano —intervino Darius.

Por poco había olvidado que estuvo allí todo el tiempo.

—¿Los chicos están peleando contra esos monstruos? —pregunté.

Adolph asintió con la cabeza.

—Joe, debemos ayudarlos —profirió—. Angelique, quédate aquí con Nina. Por favor, no se muevan.

Ambos se pusieron de pie antes de desaparecer en la oscuridad. Darius permaneció junto a mí.

—No podemos quedarnos aquí —la voz de Nina se abrió paso entre sus sollozos—. Tenemos que bajar. Necesito estar con Alan.

No me opuse, sentía que tampoco podía dejar solo a Joe, aunque él supiera defenderse mejor que yo. Nina se secó las lágrimas rápidamente con los brazos al tiempo que trataba de apaciguar sus sollozos dando respiraciones cortas e interrumpidas.

Las dos nos aventuramos por los pasillos hasta hallar unas escaleras de piedra en espiral que conducían al piso inferior. Darius venía detrás de nosotras en completo silencio. Los escalones eran altos y anchos, lo cual me hacía perder el equilibrio o quedarme atrás. Con sus últimas fuerzas, Nina me agarró de la muñeca para hacerme descender más rápido.

Antes de siquiera bajar por completo, comenzamos a escuchar gritos y espeluznantes estruendos.

—¡Madre mía! —susurré al ver la escena que se estaba llevando a cabo delante de mí.

Donovan yacía en un charco de sangre, la cual había empapado casi todo su cuerpo. Sus ojos estaban cerrados y su piel era de un tono blanco translúcido.

¡No podía estar muerto! ¡No era posible!

Al mismo tiempo, la batalla se desarrollaba frente a nosotras. Bartholomeo tenía a Joe agarrado por el cuello en una mano y a Adolph en la otra. Ambos luchaban desesperadamente por liberarse.

—¡La daga! La que escondes en tu ropa —clamó Darius.

¡Ah, sí! Recordé.

La daga que todos los días ocultaba en mi vestido y que siempre olvidaba utilizar. De forma inadvertida, desenfundé aquella cuchilla envuelta en la tela de mi falda y la sostuve firmemente en mi mano derecha.

¡Gracias a Dios que Darius está conmigo!

Alan combatía cara a cara contra Edmond. Y aunque tenía menos heridas visibles que el resto, su ropa estaba bastante ensangrentada. Los dos se movían como depredadores acechándose mutuamente.

Mientras que Bartholomeo parecía haber salido de "La Masacre de Texas", cubierto de líquido carmesí. Edmond por el contrario no tenía ningún cabello fuera de lugar. Su traje lucía impecable y sus zapatos brillantes.

Probablemente al niño no le gustaba ensuciarse las manos.

Llena de valor, levanté la pesada daga, la empuñé con determinación y la arrojé hacia Bartholomeo. La hoja se clavó en su espalda y, con un gemido, dejó caer a los chicos. Sus cuerpos impactaron en el suelo con un sonido sordo.

Escuché a Edmond rugir como una bestia mientras su hermano avanzaba hacia mí con un semblante asesino. Nina tiritaba de miedo.

—¡Sucio infeliz! —le gritó ella.

Bartholomeo frunció el ceño hasta que sus cejas se juntaron. Tan pronto como sentí sus dedos cerrarse en mi garganta, escuché el sonido metálico de la daga siendo enterrada en su carne. Joe estaba detrás de él, empuñando el arma y hundiéndola entre sus omóplatos una y otra vez, sin detenerse. El Zephyr me soltó y se giró hacia Joe antes de propinarle un fuerte golpe en el rostro que lo derribó.

—¡Joe! —vociferé, aterrada.

Todo estaba ocurriendo al mismo tiempo. Edmond sostenía a Alan en alto, agarrándolo por el cuello de la camisa. En un abrir y cerrar de ojos, lo arrojó al otro lado del recinto. Cuando el cuerpo de mi amigo impactó contra una ventana, tuve una visión fugaz de fragmentos de vidrio estallando por los aires. El cristal se hizo añicos con un estruendo ruidoso.

Y Alan cayó hacia la oscura noche, desapareciendo por completo de nuestra vista.

Sin poder evitarlo, Nina y yo atravesamos la sala corriendo, dispuestas a mirar por esa ventana.

Al posar mis manos en el alféizar, unos cuantos trozos de vidrio me laceraron la piel, rasguñando mis dedos.

Del lado de afuera, lo único que podía apreciarse era un lúgubre callejón desolado. El suelo se encontraba a unos tres o cuatro pisos de distancia y los cristales rotos se habían dispersado en el asfalto, arrojando destellos a mis ojos. Sin embargo, Alan no estaba donde se suponía que debería haber caído. Ni siquiera había rastros de su sangre, parecía como si nunca hubiera tocado el pavimento.

—¿Qué diablos...? —empezó a decir Nina, pero su frase fue interrumpida por un gemido de dolor.

Bartholomeo estaba pateando las costillas de Joseph, que se encontraba tumbado en el suelo sin poder hablar. Lo único que hacía era emitir quejidos de resignación.

Sentí la necesidad de llorar y rendirme. Todo lo que estaba sucediendo era demasiado para mí. Las náuseas volvieron y mis palmas ardieron cuando clavé mis uñas en ellas. Me mordí los labios hasta hacerme daño…

Fue entonces cuando Edmond pareció notar mi presencia.

—¿Estás enfadada, belleza? —me dijo con su voz infantil y pérfida.

—Maldito crío del infierno —lo insulté.

Él me dedicó una sonrisa despiadada.

—Bartholomeo —exclamó—, acaba con Blade.

Obediente, el hombre retiró la daga clavada en su espalda y se arrodilló. Presionó el filo del arma en el lado izquierdo del pecho de Joe, pero antes de que pudiera cortar la piel, Adolph embistió con su cuerpo al Zephyr.

De pronto, Alan reapareció desde las escaleras, respirando agitado como si estuviera exhausto. Probablemente había corrido para regresar velozmente a la batalla.

Edmond abrió los ojos de par en par, observándolo con incredulidad.

—¡Vaya! Parece que Black es un hueso duro de roer.

—Soy bastante difícil de matar —presumió Alan antes de golpear una columna de piedra con su puño cerrado, la cual se desmoronó en una nube de polvo—. Sabes que soy mejor que tú. Y ya me rasuro —añadió con humor satírico.

El niño esbozó una sonrisa amarga para disimular su furia.

—¿Eso crees? Entonces, ¿por qué no jugamos un juego? —la voz de Edmond adquirió un tono aún más aniñado y siniestro—. Después de todo, eso es lo que hace un niño, ¿no? Todos ustedes serán mis títeres.

—¿Por qué no mejor arreglamos esto entre tú y yo y dejamos a los demás fuera? —propuso Alan.

Sigilosamente, gateé hacia el cuerpo inmóvil de Donovan. Al acercarme, vi que tenía los labios ligeramente separados y todo su cuerpo estaba empapado en ese líquido rojo. Había una herida abierta en su cabeza de la que brotaba más sangre. Consternada, coloqué las manos en su rostro magullado y manchado de escarlata. Su piel se sentía fría como el hielo. Podría haber jurado que estaba muerto.

—No lo creo —decía Edmond sin prestarme atención—. Quiero jugar con tus amiguitos también.

Cuando toqué el pecho de Donovan, sentí la tela mojada de su camisa bajo mis dedos. Mis ojos se iluminaron al percibir el movimiento de su pecho. Su corazón luchaba por latir, golpeando lentamente contra sus costillas lastimadas. Retiré los cabellos húmedos adheridos en la piel gélida de su rostro.

—Donovan, no te mueras —musité, mi voz era un sonido rasgado y trémulo.

En ese momento, un estruendo me distrajo. Me volví hacia la escena de la batalla, donde Joe escupía sangre y Adolph se estaba intentando poner en pie. Por otra parte, Nina se hallaba oculta en un rincón alejado mientras que Alan presionaba a Edmond contra el suelo, subido encima de su cuerpo y sosteniendo mi daga en su mano, la cual apoyaba con fuerza en el cuello del pequeño demonio.

—De acuerdo —cedió finalmente Edmond, su voz salió como un ronquido agudo—. Será entre nosotros, asegúrate de que tus amigos se retiren ahora.

—Ya escucharon, lárguense —vociferó Alan con autoridad—. Puedo encargarme de esto solo.

—No te dejaré aquí, hermano —dijo Adolph, apartando a Bartholomeo de su camino.

—Puedo lidiar con estos dos idiotas solo —insistió Alan, elevando la voz—. Por favor, Adolph, llévatelos. Confía en mí.

Escuché el silencio por parte de Adolph, que vacilaba en dar una respuesta. Joe gruñía algo por lo bajo mientras que los demás solo aguardaban sin decir una palabra, con la respiración agitada. Nina parecía estar en un impenetrable estado de conmoción, enmudecida.

Edmond gimió entre dientes cuando Alan hundió aún más la navaja en la piel de su garganta.

—¿Estás seguro? —cuestionó Adolph.

—Lo estoy —gruñó Alan en respuesta, abriendo los dedos para dejar caer la navaja intencionalmente.

El arma produjo un ruido metálico al chocar contra el piso y rebotar un par de veces.

De pronto, desde la boca entreabierta de Donovan brotó un coágulo de sangre gelatinosa, empapando aún más sus labios. Sus párpados empezaron a moverse, al igual que su pecho.

¡Estaba despierto! ¡Dios mío, estaba despierto!

Aturdido y lastimado, abrió los ojos. Una mueca de dolor curvaba sus gestos. Pestañeó varias veces, contemplándome.

En ese momento sentí que tiraban de mi brazo. Alcé la vista por encima de mi cabeza y vi a Joe tratando de levantarme.

—Joe, ayuda a Donovan, por favor.

—¿Estás bromeando? —me respondió con actitud de desagrado.

Su semblante endureció de disgusto. Me miraba con irritación y confusión, como si mi solicitud lo hubiera ofendido. ¿En qué estaba pensando? ¿Dejaría que Donovan se desangrara?

—¿Vas a dejar que muera aquí? —lo cuestioné.

—Él haría lo mismo —rebatió, a la defensiva.

Negué con decepción.

Joseph escupió un poco de sangre de su boca antes de limpiarse los labios con el dorso de la mano. Luego inclinó su cuerpo hacia abajo para alzar a Donovan con sorpresiva delicadeza, manchándose de su sangre. Temblando, el Succubus continuaba tosiendo coágulos escarlata oscuro. Cabeceaba, intentando mantenerse de pie y despierto.

Pasando un brazo por encima de sus hombros, Joe le ayudó a caminar, pero no sin dejar de evidenciar su molestia con expresiones de hastío.

Siempre supe que terminaría cediendo, no podía ser tan resentido. Que hubiera dado el paso de salvarlo significaba mucho, incluso si tenía planeado darle una paliza cuando se recuperara.

Después de todo, ellos no eran precisamente… amigos.

—No querrán irse sin esto —dijo Bartholomeo al tiempo que le mostraba las llaves del Chevy a Adolph.

Nuestro líder le arrebató el llavero de las manos antes de tirar de Nina para llevarla consigo.

—¡Vámonos! —ordenó rigurosamente mientras sujetaba a la chica por la cintura para darle soporte.

Con un suspiro, me puse de pie.

Entorné los ojos al ver que Alan era vapuleado brutalmente por Edmond y su sucio hermano.

—Saca a tus amigos de aquí ahora mismo antes de que me arrepienta y los aniquile —gruñó Edmond después de haberse apoderado de la daga.

—¡Angelique, corre, maldita sea! —me ordenó Joe.

Vacilante, comencé a seguir al grupo. Decididos, ellos recorrieron tan rápido como pudieron el camino hacia la salida. Joe llevando a Donovan y Adolph prácticamente arrastrando a Nina. Cada pasillo era más oscuro que el anterior. Personas y vampiros desconocidos parecían aparecer en cada rincón del edificio, acechándonos con miradas frías y desconfiadas.

Descendimos una gran cantidad de escalones mientras mi corazón latía tan rápido que sentía que mi pecho se estremecía. Cada peldaño que bajábamos me dejaba más sin aliento. Nina, normalmente parlanchina, estaba sumida en un inusual silencio, sin pronunciar una sola palabra. Fue entonces cuando me percaté de la ausencia de alguien.

¡Darius!

Una vez más, se había esfumado sin dejar rastros.

Finalmente, llegamos a una enorme antesala donde se encontraban varios ataúdes. La tenue luz de unas velas creaba una atmósfera sombría y aterradora en el lugar. Tragué saliva, aterrorizada por lo que podría haber dentro de esos ataúdes.

La aparente salida se encontraba obstruida por algunos muebles de madera. Adolph se abrió paso por la habitación hasta que logró apartar los muebles y golpear la puerta con fuerza, embistiéndola con su cuerpo repetidamente.

Entretanto, Donovan continuaba en un estado crítico. Su piel blanca perdía aún más color mientras la sangre se esparcía por su cuerpo. Cuando me acerqué a Nina para verificar cómo estaba, noté que sus ojos mostraban pura angustia.

—Adolph —dijo Joe de forma calmada—. No queremos que te disloques los hombros en el intento.

En respuesta, el vampiro miró rápidamente a Joe. Su mirada parecía hablar por sí sola, como si cobrara vida. Había dicho mil insultos sin necesidad de abrir la boca.

En un último intento desesperado por huir, empujó la puerta de manera más agresiva. La cerradura no cedió, pero la madera se rompió. Él se sujetó el hombro derecho con la mano contraria y emitió un quejido bajo. Se había lastimado.

A través del agujero en la puerta ingresaron ráfagas de viento frío y una luz plateada proveniente de la luna en el exterior. Adolph arremetió contra los restos del trozo rectangular de madera, pateándolo y sacudiéndolo hasta que quedó lo suficientemente destrozado como para que pudiéramos salir.

Nina agarró mi mano de forma protectora, intentando conducirme fuera. Sus dedos temblaban y su piel estaba gélida. Cada cosa que se movía a mi alrededor me causaba paranoia, temor. Sentía que nada había terminado, que podía ser una trampa.

Tan pronto como salí, vislumbré la noche encumbrada y la carretera alargándose hasta el horizonte, que finalizaba con un panorama de montañas apenas visibles tras la espesa oscuridad. El siempre fiel Chevy Impala se encontraba aparcado sobre el pavimento con los faros encendidos, alumbrando la vía.

Éramos libres.

Con sumo cuidado, Joe ayudó a Donovan a subir al asiento del copiloto. Donovan jadeaba mientras luchaba por respirar. Los demás nos acomodamos en el asiento trasero al tiempo que Adolph ponía en marcha el auto.

Aún me sentía nauseabunda, mareada, con un dolor de cabeza punzante y un ligero sabor a hierro en la boca. Mi cuerpo se estremeció de manera absurda e irracional cuando Joe tomó mi mano y acarició mis dedos suavemente en la oscuridad del automóvil.

Mi corazón dio un vuelco, como si alguien lo hubiera sacudido dentro de mi pecho. Sentí un repentino deseo de devorar al hombre que estaba a mi lado. Podía oler su sangre, fresca y apetitosa. Me imaginaba hincando los dientes en su exquisito cuello hasta que toda su sangre fluyera dentro de mí, haciéndome sentir viva y excitada.

—¿Estás bien, Donovan? —preguntó Adolph mientras conducía y miraba de reojo a su compañero agonizante en el asiento del copiloto.

No obtuvo respuesta.

Donovan, di algo, supliqué dentro de mi cabeza.

El sonido del motor del auto cortaba el aire mientras cruzábamos las calles desiertas y veía el mundo a través de la ventana, moviéndose a toda velocidad. El cielo nocturno cada vez se llenaba más de las luces de la ciudad, que se acercaba rápidamente.

—¡Donovan! —insistió Adolph al tiempo que tomaba una curva.

Cuando un gruñido de dolor escapó de los labios del Succubus, apreté la mano de Joe dentro de la mía.

La ciudad comenzó a tomar forma en mi campo de visión y nos sumergimos en el tráfico, rodeados de humanos por todas partes. Un ruido desconocido surgió de la nada, dando paso a una espesa nube de humo grisáceo que inundó la cabina del auto.

—¡Maldición! —farfulló nuestro líder cuando el vehículo se detuvo en medio de la nada—. Y ahora es cuando este pedazo de chatarra decide quedarse varado.

—¿Qué haremos ahora? —le preguntó Nina.

—Erick. Él nos conseguirá un lugar.

Y sí que lo hizo.

De alguna forma, terminamos en un lujoso chalet en Manhattan, en una zona habitada por personas adineradas. El lugar tenía una arquitectura impresionante, con un diseño moderno: paredes blancas, grandes ventanales de vidrio, escaleras en la entrada y un pórtico espectacular con vista a la ciudad.

El interior estaba elegantemente decorado en un estilo contemporáneo. Una fuente en el centro del salón principal emitía un relajante sonido acuático. Sofás blancos y divanes se combinaban perfectamente con los sillones. El suelo de mármol reflejaba la luz de las bombillas que iluminaban la estancia y un televisor de pantalla gigante ocupaba toda una pared. Había ocho habitaciones, cada una con su propio jacuzzi en el baño.

Parpadeé un par de veces antes de poder creerlo.

¡Era asombroso!

—Wow —Nina separó los labios y abrió ampliamente los ojos al contemplar los lujosos muebles.

Casi al amanecer, Alan seguía sin aparecer. Donovan yacía en el sofá mientras yo le desinfectaba y vendaba las heridas. Estaba llena de nervios, preocupada por él y por Alan. Sin embargo, esa parte maliciosa de mí no dejaba de preguntarse si Joe estaba celoso al verme curar las heridas de su rival.

—Angelique —balbuceó Donovan—, duele —gimoteó cuando apliqué con cuidado un algodón humedecido en alcohol sobre la magulladura de su frente.

Me he metido en un gran embrollo, pensaba, ensimismada.

Mi mente debatía en una confusión abrumadora, todo parecía llevar al mismo punto: Donovan o Joseph.

¡Maldición! Creo que amo a Joe en serio.

Simplemente no podía apartarlo de mis pensamientos ni por un segundo, no importaba cuánto lo intentara.

¿Por qué, Joseph Blade? ¿Por qué me robaste corazón, maldito ladrón?

Lo vi mirarme desde el sillón con absoluta seriedad. No me quitaba los ojos de encima. Aquello me llevaba a imaginarme escenarios en los que me encontraba entre sus brazos mientras su ardiente lengua se adentraba en mi boca, provocando que mi cuerpo trepidara de éxtasis.

Comprendí que mi deseo por ese vampiro se estaba volviendo más incontrolable a cada momento. Él poseía algo que me envenenaba y me hacía palpitar desde mis adentros.

¿Qué estás haciendo conmigo, diabólico chupasangre?

Tan pronto como el sol empezó a filtrarse a través de las cristalinas ventanas, él se levantó con apatía para cubrirlas con las cortinas.

Y de un momento a otro, Alan atravesó la puerta de entrada. Estaba de pie bajo una ola de luz del sol, su cuerpo cubierto de manchas escarlata y heridas secas, su cabello ligeramente empapado de sangre y sudor. Sostenía una daga en su mano derecha.

Nina atravesó el aposento antes de arrojarse a sus brazos. El Zephyr la rodeó con fuerza y se besaron con triste y hambrienta desesperación. Parecía que ella estaba a punto de llorar mientras lo besaba una y otra vez, sin descanso.

—Me diste un tremendo susto, sanguinario Zephyr —se quejó entre besos.

—Lo importante es que estamos a salvo. —El muchacho sonrió después de devolver otro beso a su novia.

Donovan apretó mi mano cuando, sin intención, presioné demasiado en una de sus laceraciones.

—Lo siento —susurré, poniendo atención en tratarlo con delicadeza.

—¿Qué ha sucedido? —profirió Adolph, pasando las manos por su cabello cobrizo.

—Maté a Bartholomeo. No podía dejarlo con vida después de lo que le hizo a Nina —contestó Alan—. Y llegué a un acuerdo con el demonio en miniatura de Edmond. No nos molestará más…

—¡Vaya! No tenía idea de lo influyente que eras.

—¿Qué le diste a cambio, Alan? —interrogó Nina con recelo.

Alan sonrió, mostrando sus colmillos relucientes.

—Dejarlo con vida.

****

Me puse mis gafas de sol antes de salir al pórtico de nuestra nueva villa en Manhattan y me senté a admirar la hermosa vista. El Chevy había regresado a nosotros, se hallaba estacionado en el asfalto con las puertas abiertas. Adolph estaba en el asiento del conductor, tratando en vano de encender el motor, mientras Joe…

¡Oh, por Dios! ¡Joe!

Se encontraba reclinado en la parte delantera del automóvil con la compuerta del capó abierta sobre su cabeza. El sol brillaba sobre su cuerpo perfecto, haciéndolo lucir radiante y vital. Llevaba una camiseta blanca sin mangas que realzaba sus suculentos brazos al tiempo que se ceñía a su musculoso torso. Era tan irresistible y apetitoso que se me hacía la boca agua.

Mis dientes comenzaron a arder, creciendo hasta lacerar mi lengua, como si me exigieran hundirse en su garganta. Cada centímetro de mi piel se erizaba ante la visión del delicioso vampiro que tenía a escasos metros de distancia.

¡Maldición, esos pantalones ajustados a sus fuertes piernas y trasero…!

Era simplemente demasiado para mi deleite.

No pude evitar fantasear con su cuerpo. Me lo imaginaba empujándome contra la pared, arrancándome la ropa de un tirón.

¿Qué me está sucediendo? Me está volviendo loca, completamente desquiciada.

¿Por qué me siento así?

Tenía la sensación de que estaba perdiendo la cabeza. Joe me consumía, metiéndose en mi subconsciente de manera tan dañina como una enfermedad mental. Me estaba controlando. Y era tan fácil perderme en el oscuro sendero del vampiro seductor y sensual.

Para mi desventaja, él tenía ganas de jugar. Lo supe cuando levantó la mirada hacia mí y me guiñó un ojo, regalándome una perfecta sonrisa deslumbrante.

Sus manos manchadas de fluidos negros del motor estaban puestas sobre la máquina mientras intentaba reparar los daños, adoptando el papel de mecánico sexy. Con el antebrazo se secó el invisible sudor de su frente. Luego, tomó una botella de agua que descansaba en el suelo y la vació sobre su cabello negro.

Mi cerebro quería googlear: "¿Cómo evitar el derretimiento inminente?".

¡Llamen a los bomberos! Pensé lascivamente. Porque me estoy incendiando como un trozo de madera en una hoguera. ¡Madre mía!

El agua de la botella de plástico se deslizó desde el cabello de Joe, trazando de manera provocativa los ángulos de su rostro antes de caer sobre sus anchos hombros y finalizar empapando su camiseta. La tela se adhirió a sus abdominales y su escultural pecho, volviéndose translúcida para mayor contemplación.

Mis mejillas ardían. Esperaba no estar tan sonrojada como me sentía. Mi sangre hervía en mi interior, mis músculos se tensaban. Necesitaba deshacerme de esas lujuriosas fantasías.

Me dirigí hacia él con otra botella de agua en la mano. La excusa perfecta.

—¡Enciéndelo! —lo escuché gritarle a Adolph.

El coche emitió un relinchido metálico durante unos segundos antes de volver a silenciarse. Me recosté en la parte delantera del mismo, cerca de Joseph. El metal calentó mi piel. Adolph se deslizó fuera del vehículo, visiblemente acalorado.

—Voy por una soda —expresó el hombre al tiempo que se alejaba.

Con una sonrisa esbozada en el rostro, acerqué la botella de agua fría a Joe. Él abandonó momentáneamente sus asuntos en el motor para sonreírme maliciosamente con los ojos entrecerrados.

Tuve que parpadear varias veces para reorganizar mis precipitadas hormonas. Me urgía aplacar el fuego en mi interior y recuperar el aliento que me había robado.

Contemplar de cerca sus húmedos músculos bajo su camiseta, la sensualidad de su rostro, la textura de sus labios jugosos y las gotas que se deslizaban por su piel, me llevaba a imaginar una picante escena en la que Joe estaba entre mis piernas.

Cuando rodeó la botella con su mano, nuestros dedos se encontraron, enviando una corriente de calor a través de mí. Inmediatamente retrocedí.

—Gracias, preciosa —murmuró antes de beber un trago, inclinando la cabeza hacia atrás.

—Deja de jugar —lo reñí con los dientes apretados.

—¿Jugar? —preguntó con una expresión inocente—. No estoy jugando.

Entorné mis ojos.

—No te hagas el inocente, Blade —mi sonrisa se agrandó—. Estás intentando seducirme.

Alzó una ceja, manteniendo la misma mirada traviesa. Advertí que un grupo de chicas que pasaban por allí se detuvieron para observarlo de manera impertinente. Abrí la boca para seguir dialogando, pero luego la cerré.

—Dímelo, ¿está funcionando? —me tentó—. ¿Te sientes encendida, acalorada?

Lo sabía. Lo estaba haciendo a propósito.

—Eres perverso —lo inculpé, moviendo los lentes de sol desde el puente de mi nariz hasta la parte superior de mi cabeza.

—Hey, me la debías —se defendió apresuradamente—. Aquella tarde en el bar de Jacob comiste esa fresa de una forma tan… Y luego lamiste tus dedos de esa manera… No creas que no me di cuenta de que fue todo intencional. Tuve que dejar de mirarte para evitar tener "problemitas" en público. Eso sin mencionar que la noche que salimos juntos maquillaste tus labios como si…

—Calla —lo interrumpí—. Ya entendí.

—Entonces —habló, acortando la distancia entre nuestros rostros—, ¿estás un poco enfebrecida?

Tan pronto como sus labios estuvieron a escasos centímetros de los míos, situé mis manos encima de su pecho mojado y lo empujé suavemente, entrando en su juego.

Estaba mucho más que "un poco enfebrecida".

Lo atrapé observando al pórtico por encima de mi hombro, como asegurándose de que no había nadie cerca.

De pronto, sujetó mi cintura de manera exigente, presionándome contra su torso. Y su lengua recorrió mis labios con intensidad. Me petrifiqué, como si me hubiese besado por primera vez.

Tenía una técnica tan experta al besar que cada sensación era nueva, amena. Le rodeé el cuello con las manos para besarlo con todos los instrumentos. Con mis labios, mi lengua, mi cuerpo entero…

El deseo crecía tan vertiginosamente dentro de mí que creí que perdería el control. En cualquier momento me pondría de rodillas y le rogaría que me desvistiera en medio de la calurosa calle.

El ardor que había suscitado ese hombre en mí era tal, que el sol se sentía como una inofensiva luz en el cielo.

—Ti voglio, bella ragazza —lo oí susurrar contra mis labios.

No tenía idea de lo que había dicho, pero independientemente de su significado, sus palabras provocaron una intensa oleada de ardientes escalofríos en todo mi cuerpo.


Load failed, please RETRY

Weekly Power Status

Rank -- Power Ranking
Stone -- Power stone

Batch unlock chapters

Table of Contents

Display Options

Background

Font

Size

Chapter comments

Write a review Reading Status: C14
Fail to post. Please try again
  • Writing Quality
  • Stability of Updates
  • Story Development
  • Character Design
  • World Background

The total score 0.0

Review posted successfully! Read more reviews
Vote with Power Stone
Rank NO.-- Power Ranking
Stone -- Power Stone
Report inappropriate content
error Tip

Report abuse

Paragraph comments

Login