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Chapter 100: Capítulo 100.- La naturaleza de la clemencia II

—Yo me conozco, hermano, y sé lo que estuve a punto de hacer, a pesar de mi educación y de las ventajas de mi posición social. —Darcy frunció el ceño al oír la franqueza de su hermana y rápidamente desvió la mirada—. Después de Ramsgate —siguió diciendo Georgiana—, todas mis ilusiones se vinieron abajo y vi mi vida tal como era, una existencia lánguida y vacía, en medio de hermosos juguetes. Nada en ella me había preparado contra los engaños de Wickham.

—Si hubieses tenido una vigilancia apropiada… Si yo no hubiese sido tan descuidado…

—Fitzwilliam —insistió Georgiana—, lo que le ayudó fue mi frágil corazón, que llenó con palabras de amor los lugares en que él sólo había hecho insinuaciones. ¿Acaso no lo ves? —Se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en Darcy—. Yo tenía que reconocerlo, tenía que entender las razones de lo que sucedió y rogar que lo que había descubierto se convirtiera en una ventaja, gracias a la acción de la providencia. —Se levantó del asiento para arrodillarse frente a él.

—¡Georgiana! —Alarmado al verla de rodillas, Darcy la tomó de las manos y la habría levantado, si la forma en que ella lo miraba no lo hubiese disuadido de hacerlo.

—Hermano querido, aunque tú hubieses estado allí, aunque se tratara de Wickham o de cualquier otro, el verdadero peligro para mí no provenía de algo externo sino de mí misma. Y la posibilidad de hacer este descubrimiento, el alivio que trajo a mi corazón son razones suficientes para darle gracias a Dios por lo sucedido. —Georgiana se detuvo y levantó los ojos para mirar a Darcy a la cara, buscando su comprensión, pero él no pudo dársela. Sin embargo, sintió la cercanía necesaria para expresar sus frustraciones.

—¿Entonces ésa es la razón para estas «visitas» y esa absurda carta a Hinchcliffe? ¿Crees que debes expiar la existencia de esa debilidad interior con un exceso de buenas acciones?

—¿Le dijiste que no entregara el dinero? —preguntó Georgiana, al tiempo que retiraba sus manos de las de Darcy.

—Mi querida niña, ¿la Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias? —Darcy no pudo evitar que su voz dejara traslucir un tono de disgusto, así que se levantó y se sirvió un poco más de café—. ¿Dónde oíste hablar sobre esas mujeres? —continuó diciendo por encima del hombro—. Es totalmente impropio que una muchacha de tu edad haya oído ni siquiera mencionar esa sociedad, y mucho más que pretenda apoyarla, ¡y con una suma de cien libras al año! Las veinte libras ya han sido una demostración de generosidad más que suficiente y eso, en mi opinión, debe ser toda tu caridad en ese sentido. —Darcy miró a su hermana mientras levantaba la cuchara para revolver la leche, pero enseguida la dejó sobre el plato. Al rostro de Georgiana había vuelto aquella expresión que ni él ni su primo fueron capaces de remediar.

—Preciosa, ¿qué sucede? —Mientras Darcy se reprendía por su falta de tacto y consideración, se acercó a ella y estiró los brazos para abrazarla. Pero Georgiana se apartó y lo miró fijamente.

—¿Una muchacha de mi edad, hermano? La Sociedad rescata a muchachas de mi edad y más jóvenes, Fitzwilliam.

—Sí, eso es cierto, Georgiana —contestó Darcy con cuidado, mientras fruncía el ceño debido a la preocupación—, pero eso no debe perturbarte. Hay otras causas muy valiosas que tú…

—Quiero apoyar ésta en particular. —Georgiana levantó la barbilla, aunque la voz le tembló ligeramente—. Porque yo… Porque yo podría haberme convertido en una de esas muchachas.

—¡Nunca! —La indignación de Darcy ante semejante idea sobrepasó todos los límites—. ¡Te refieras a lo que te refieras con esas palabras!

Georgiana negó con la cabeza.

—¡Yo creí a Wickham, Fitzwilliam! Yo le creí, de la misma forma que esas pobres muchachas creen a los que las seducen hasta degradarlas. ¿Qué habría pasado si tú no llegas a Ramsgate? ¿Me habría fugado con él? —Darcy miró a su hermana sin poder articular palabra—. He examinado mi corazón, hermano, y confieso que, a pesar de tus amorosos cuidados, a pesar de lo que significa ser una Darcy de Pemberley, yo me habría ido con él. Así de embrutecida estaba, así de engañada. —Georgiana se calló un instante para tomar aire.

—Yo te habría buscado, Georgiana —Darcy se inclinó sobre ella, con la voz entrecortada por la emoción—, y te habría encontrado. Wickham quería que os encontrara a los dos para…

—Sí, para poder cobrar una recompensa por mi honor.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Darcy con ansiedad.

—Cuando Wickham accedió a renunciar a mí con tanta facilidad, hice algunas averiguaciones. —Mientras Georgiana recuperaba la compostura para explicarse, Darcy sintió que el corazón se le paraliza en el pecho—. El pastor que se supone iba a casarnos era un actor de teatro. Yo me habría entregado a él creyendo que era su esposa, y luego tú te habrías visto obligado a pagarle para que fuera mi marido.

Una oleada de rabia ciega sacudió a Darcy hasta la médula. Dando media vuelta, se dirigió a la ventana, pero el extraordinario paisaje que se podía apreciar desde allí no le sirvió para calmar sus tormentosas emociones.

—¿Lo ves, Fitzwilliam? ¡Mi situación podría haber sido distinta a la de las muchachas que quiero ayudar en algunos aspectos, pero yo te tenía a ti y ellas no tienen a nadie! ¡Déjame hacer lo único que está en mi mano! —Georgiana se acercó a él, apoyando una mano sobre la manga de su chaqueta y siguió diciendo con voz suave—: Y te equivocas acerca de mis razones, querido hermano. No tengo que expiar nada y la alegría que me produce ese hecho es precisamente lo que me impulsa a hacer estas cosas y a complacer así a la providencia.

La dulzura de las palabras de Georgiana se apoderó de Darcy, pero aun así no podía aceptarlas.

—¿Cuándo deseas hacer tus «visitas»? —preguntó Darcy, con la voz quebrada por el esfuerzo de contener la ira para no asustar a su hermana.

—Esta tarde, si te parece bien, Fitzwilliam. —La sonrisa de Georgiana, tan parecida a la de su madre, se desvaneció al oír las palabras de Darcy.

—No me parece bien —contestó de manera brusca—, pero, de ahora en adelante, yo, y solamente yo, soy el único que deberá acompañarte en esas excursiones, si es que hay más. ¿Y te atendrás a mis decisiones con respecto a tu seguridad?

—Sí, hermano —respondió Georgiana en voz baja.

—Muy bien. A la una en punto, entonces. —Darcy le hizo una fría inclinación y salió del comedor, sin pensar adonde se dirigía. Sus agresivos pasos le hicieron saber a todo el mundo que el patrón no estaba de buen humor, así que los corredores iban quedando libres a su paso. Después de unos pocos minutos, el sonido de las pisadas de unas patas sobre el suelo de roble llegó hasta sus oídos. Darcy miró hacia el fondo y vio a Trafalgar corriendo hacia él.

—Bueno, monstruo, ¿a qué debo el placer? ¿Has enfurecido de nuevo al cocinero o engañaste a Joseph? ¿O se trata de alguna otra diablura, de cuyas consecuencias quieres escapar buscando mi protección? —Trafalgar gimió brevemente y luego hundió el hocico contra la mano de su amo hasta que lo metió debajo—. Ah, quieres que te acaricien, ¿es eso? Bueno, vamos, entonces. —Sus pasos los llevaron hasta el estudio y ambos entraron. Darcy se desplomó en el sofá y después de un fugaz momento de vacilación, Trafalgar se acomodó a su lado, colocando su enorme cabeza sobre las piernas de su amo. Con la mirada perdida, el caballero se quedó mirando hacia el frente, mientras un torrente de sentimientos invadía su pecho. ¿Qué debía hacer? ¿Sobre qué catástrofe?, preguntó su voz interior de manera sarcástica.

—Oh, Dios, ¡qué desastre! —Suspiró profundamente. Trafalgar volvió a meter el hocico entre su mano, pero esta vez le dio una lametada—. ¡No, no te he olvidado, viejo amigo! —Comenzó a acariciar la cabeza del perro y los hombros. El animal suspiró de felicidad, acercándose aún más a su amo—. Si todos mis problemas se pudieran resolver tan fácilmente. —Miró los ojos del perro, transfigurados por el éxtasis—. ¿Qué dices de dar un paseo en el trineo para visitar a los chuchos de la vecindad? —El sabueso alzó la cabeza y miró a Darcy con desconcierto, antes de bostezar y volver a bajar la cabeza—. Yo pienso lo mismo, pero si yo tengo que ir, tú tienes que acompañarme.


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